VERANO, HACE 16 AÑOS
Con 8 y 9 años, Martin y Juanjo aprendieron juntos a montar en bicicleta.
Había sido un regalo de sus padres, Rafa lo había propuesto un día mientras los niños se bañaban en la piscina y Juan José había pensado que sería una buena actividad para hacer con los niños. Empezaban a crecer y enseñarles a montar en bici podría serles útil para entretenerlos por el pueblo.
Esa tarde, Martin y Juanjo estaban en la plaza comiéndose un helado cada uno, después de insistir mucho sus madres les habían dejado comprar el tamaño mediano en vez del pequeño, lo que habían celebrado como una victoria. Tenían la cara manchada, las tarrinas empezaban a gotear y los dos niños no paraban quietos, corriendo alrededor de la fuente que había en el centro y manchándose enteros en el proceso.
—Toma, Juanji, prueba mi helado —decía Martin extendiendo su tarrina para que Juanjo cogiera helado de stracciatella.
—Coge tú del mío —contestó Juanjo con efusividad.
—Que malo, no me voy a pedir helado de mora nunca —dijo Martin con evidente cara de asco, comiendo más y más de su helado para quitarse el sabor de la boca.
—¡Mamá! —chilló Juanjo, ganándose una mirada recriminatoria de Nieves, que no conseguía nunca que su hijo no pegara gritos— ¿por qué estamos aquí parados? Quiero ir a jugar.
—¡Eso! Queremos ir a los toboganes —apoyó Martin.
—Porque hay una sorpresa, pero tenéis que ser pacientes —contestaba Rebeca a los dos niños delante de ella, mientras hacía caso a María, que estaba en el suelo sentada jugando con sus muñecas.
—¿Cuánto queda para la sorpresa?
Juanjo nunca había sabido esperar, era un niño ansioso, tenía que estar constantemente haciendo alguna cosa. En eso tenía un buen equilibrio con Martin, Juanjo sacaba el lado más salvaje de su amigo, mientras que Martin le enseñaba que también podían divertirse haciendo cosas más calmadas como dibujar.
—Cinco minutos, hijo —contestó Nieves mirando el reloj.
—¿Y cuánto es un minuto?
—60 segundos —respondió su madre.
—Vale, Martin, solo tenemos que contar cinco veces hasta 60, vamos. Uno, dos, tres...
Por suerte los padres no tardaron en llegar, porque Rebeca y Nieves podrían haber acabado con la cabeza como un bombo en caso contrario. Desvelarles que había una sorpresa no había sido su mejor idea, porque los niños se habían puesto más espitosos y habían comenzado a contar en voz alta mientras volvían a correr por allí. Por supuesto, toda la ropa se les había manchado de helado, no habría forma de huir de una lavadora y una ducha cuando volvieran a casa, por mucho que hubiera que luchar contra ellos, que intentaban escaquearse del baño siempre que podían.
Los niños les vieron enseguida, era difícil no hacerlo, porque cada uno arrastraba una bicicleta con una mano y sostenía un casco en la otra. La emoción fue instantánea, saltando hacia donde estaban sus padres, pero sobre todo, abrazándose entre ellos.
—Tenemos bicis super chulas, Martin —dijo Juanjo encima de su amigo, no había podido contener su propio cuerpo de la emoción.
—¡Que guay! —exclamó Martin— ¿son para nosotros de verdad?
—Sí —respondió su padre—, y sin ruedines porque ya sois súper mayores los dos.
Con los niños casi dando volteretas de emoción, fueron a un parque para intentar enseñarles. Sabían que el primer día no sería fácil y que la emoción se les pasaría en cuanto se hubieran caído dos veces al suelo, pero todo era parte del proceso y cada verano tenían que reinventarse para que los meses no se hicieran largos.
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14 Veranos
RomanceJuanjo ha pasado todos los veranos de su vida en el mismo sitio, un pueblo pequeño, sin nada que hacer y lleno de gente mayor. Sería fácil quejarse del aburrimiento o de la falta de gente de su edad, podría decir que preferiría quedarse con sus amig...