Capitulo 14

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(Narra Mariam)

Estaba bajando las escaleras cuando escuché un ruido que venía de la cocina. Un escalofrío recorrió mi espalda y, por un momento, mi mente se llenó de imágenes de los chicos que nos persiguieron a Soukaina y a mí aquel día en el bosque. "No puede ser, imposible", pensé para tranquilizarme. Ya habían pasado meses desde ese incidente. Subí corriendo las escaleras sin hacer el mínimo ruido y me encerré en mi cuarto, con el corazón latiendo desbocado.

Pasaron unos minutos que parecieron horas, y de repente escuché que alguien abría el grifo de la cocina. Me asusté todavía más. Mis manos temblaban, pero me armé de valor y decidí bajar las escaleras otra vez. El sonido del reloj del comedor resonaba en mi cabeza: "tik tak, tik tak". Cogí un cúter pequeño que solía usar para abrir los paquetes y, con sigilo, me asomé para ver quién estaba en mi casa.

Para mi sorpresa, era mi madre, tranquilamente preparando el desayuno. Sentí cómo un peso enorme se desvanecía de mis hombros.

—¡Mamá, qué susto me has dado! —exclamé, dejando escapar un suspiro de alivio—. Pensaba que eras uno de esos muchachos.

Mi madre me miró con una expresión de sorpresa y preocupación.

—¿Qué muchachos? ¿Te pasó algo mientras yo no estaba? —preguntó con voz curiosa y un deje de inquietud.

—No, no, no, era solo una pesadilla —respondí, tratando de quitarle importancia y riendo nerviosamente.

—Ah, bueno... A buenas horas te levantaste, ¿eh? —dijo mi madre mirando el reloj con una sonrisa divertida—. Son las dos de la tarde.

—¡Ostras, es verdad! —exclamé de repente. Recordé que había quedado con Soukaina en el restaurante para celebrar que habíamos recibido nuestras notas. No habíamos suspendido ninguna asignatura y, de hecho, fuimos de las mejores de la clase. ¡Nos lo merecíamos!

—Espera un segundo, mamá —dije mientras subía corriendo las escaleras.

Busqué mi boletín de notas con la esperanza de que, al verlo, mi madre se sintiera orgullosa de mí. Bajé y se lo entregué con una sonrisa.

—Toma, mamá.

—Luego lo miro, ahora estoy ocupada —respondió, dejando el boletín encima de la mesa sin darle importancia.

—Bueno, vale... —dije, un poco decepcionada—. Me voy a salir con Soukaina.

—Vale, mándale un saludo de mi parte.

Con eso, salí de casa y me dirigí al lugar donde habíamos quedado, cerca de un parque donde los niños jugaban y las risas llenaban el aire. Al llegar, vi a Soukaina sentada en un banco, distraída con su teléfono. Me acerqué sigilosamente y, sin que me viera, intenté asustarla.

—¡Bueno, qué te cuentas, señorita! —dije de repente, haciéndola saltar del susto.

—¡Ay, me asustaste! —dijo Soukaina con la mano en el pecho, recuperando el aliento.

—Es broma, anda —reí, disfrutando del momento—. ¿Dónde vamos esta vez?

—Ahora verás —dijo Soukaina con una sonrisa pícara mientras sacaba su teléfono y comenzaba a marcar—. Estoy llamando a mi hermano para que nos lleve.

Esperamos unos diez minutos en los que la conversación fluyó entre risas y comentarios sobre la escuela. Finalmente, su hermano llegó. Me adelanté para abrir la puerta del coche, y Soukaina se sentó a mi lado, cerrando la puerta con un golpe suave.

—No puedes llamarme siempre, ¿sabes? —dijo su hermano con un tono cansado, sin apartar la vista del volante—. No soy tu chófer personal.

—¿Y qué quieres? ¿Que llame a un Uber y nos secuestren? —respondió Soukaina en tono de broma, aunque con un deje de desafío en su voz.

—Bueno, ¿dónde queréis ir? —preguntó él, poniendo los ojos en blanco, claramente acostumbrado a esas pequeñas discusiones.

—No sé, llévanos a algún restaurante o algo. Tú sabes mucho de eso —dije, intentando mediar con una sonrisa. Soukaina y su hermano siempre tenían este tipo de intercambios, pero en el fondo se llevaban bien.

El coche se puso en marcha y, mientras avanzábamos por las calles de la ciudad, miraba por la ventana, disfrutando del bullicio de la vida a nuestro alrededor. Los rayos del sol se filtraban entre los edificios y sentía una mezcla de emoción y libertad; un sentimiento perfecto para una tarde sin preocupaciones, entre nosotras.

Estábamos tan tranquilas hasta que, de repente, entró el grupo de Hassan. Digo grupo porque estaban Moha, Ziyed, Ayoub y otros chavales. También reconocí a una chica, Nadia, que se sentó con ellos al otro lado del restaurante. ¡Madre mía! Era la segunda vez que nos los encontrábamos ya. Ahora sí que estaba segura de que nos estaban siguiendo.

—Joder, otra vez aquí —dije, sintiendo un nudo en el estómago.

—¿Qué pasa? —preguntó Soukaina, mirándome con curiosidad.

—Están Hassan y su grupito —respondí con un suspiro bien pesado, tratando de disimular mi incomodidad.

—Me da igual —respondió Soukaina, decidida—. Tengo hambre y no voy a dejar que esos idiotas me arruinen la tarde.

—¿Y por qué el camarero no llega ahora? —murmuré mientras miraba mi muñeca, aunque no tenía reloj. JAJAJ.

—¿Qué haces mirándote la mano? —dijo Soukaina, riéndose—. ¡Estás loca!

Nos pusimos a hablar y, al cabo de unos minutos, el grupo de Hassan se acercó con toda la confianza del mundo y se sentaron justo al lado nuestro. La mesa era para dos, pero los chicos buscaron sillas y se sentaron a nuestro lado como si fuera lo más normal del mundo. ¿Quiénes se creían que eran?

—Hola, nena —dijo uno de los chicos, rodeándome el brazo por los hombros.

—¿Qué haces, subnormal? —grité, apartándole el brazo con asco.

—Eh, eh, tranquila —dijo uno de sus amigos con una sonrisa burlona—. ¿Un mal día?

—¿Pero qué mierda? —dijo Soukaina, haciendo una señal para que nos fuéramos.

Me levanté rápidamente, cogí mi bolso y mis cosas para irme. Justo en ese momento, el chico que me había rodeado los hombros me agarró de la mano.

—¿Dónde vas, nena? —dijo con una mirada insinuante.

—¿Qué coño haces? —repliqué furiosa, quitándole la mano de encima—. Soy musulmana.

—¿Y qué? —respondió su amigo con tono burlón—. Si ya tuviste novio.

—¿Y a ti qué coño te importa, cabeza hueca? ¡Asqueroso de mierda, feo! —gritó Soukaina, a punto de abalanzarse sobre el amigo.

—Vámonos de aquí —dijo Moha, tratando de calmar la situación.

—¡NO! Nosotras somos las que nos vamos —dijo Soukaina, enfadada y con la cabeza bien alta.

Centradas en el DeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora