Sabr

28-ء

Amin

Todavía no lograba asimilar lo que Kamar estaba diciendo. Era como si todo esto fuera una mala broma. Podía entender que nuestra conversación la hubiera alterado, pero no podía comprender cómo habíamos pasado de hablar sobre cómo me protegió de una condena a escucharla decir que quería deshacerse de mí.

—Si no, yo misma me encargaré de perderte de vista.

Sus palabras seguían resonando en mi cabeza, como un eco incómodo que no podía silenciar. Sentí un nudo en el estómago, esa sensación de que algo se había roto por dentro, aunque no sabía exactamente qué. Todo en su tono y en su postura me daba la impresión de que algo había cambiado, de manera que no podía entender.

—¿He hecho algo qué te haya molestado, Kamar? —pregunté en voz baja, tratando de mantener la calma, pero notando que sus palabras ya me habían herido.

Ella me miró, y en sus ojos vi algo que no esperaba: lágrimas que luchaba por contener, un brillo que no conocía. Permaneció en silencio, dejando que la tensión entre nosotros se volviera más intensa con cada segundo que pasaba. Era como estar en una cuerda floja, sabiendo que el próximo paso podría ser decisivo.

—¿Qué no has hecho, Amin? —espetó al fin, su voz temblando con una mezcla de frustración y dolor—. Cada vez que vuelves a mi vida, todo se convierte en un caos, en un remolino de situaciones que no sé cómo manejar.

Sus palabras me golpearon. Por más que intentaba mantenerme firme, sentí que algo se rompía dentro de mí. Sabía que tenía razón en cierto modo. Cada vez que aparecía en su vida, parecía que todo se desestabilizaba, pero nunca pensé que lo vería de esta manera, como un problema que debía resolver eliminándome de su vida.

—No te cierres, Kamar. No vuelvas a huir —dije, con un tono que no pude evitar que sonara desesperado.

Ella se levantó despacio, apoyando las manos en el escritorio, como si necesitara un soporte para mantenerse firme. Su mirada, antes tan conocida, ahora me resultaba extraña. Pero aún así, vi el dolor detrás de su fachada, el mismo dolor que yo sentía, aunque lo expresáramos de maneras tan distintas.

—Amin, esto es solo un aviso —demandó, su voz más fría y distante—. O mañana me traes lo que debo firmar y nos dejamos de ver, o deshago el contrato.

Sentí que me faltaba el aire. Sus palabras me atravesaron, y supe que no iba a ser fácil recuperarme de esto. No podía entender cómo habíamos llegado hasta aquí, cómo todo lo que habíamos vivido juntos podía reducirse a una decisión tan tajante.

—¿Es eso lo qué realmente quieres? —la pregunté, con la esperanza de que todavía hubiera algo que salvar.

Ella desvió la mirada, y en ese gesto vi la lucha interna que estaba librando. Vi la batalla entre lo que sentía y lo que creía que debía hacer. Su postura se relajó un poco, la dureza en su expresión se desvaneció por un momento, revelando la vulnerabilidad que intentaba ocultar.

—Sí —respondió finalmente, cabizbaja, su voz apenas un susurro, como si decirlo le costara más de lo que quería admitir.

- Pues no hay más que hablar- Dije tras unos minutos , tratando de esconderme tras una fachada de frialdad.- Pero pensé que esta vez saldría bien.

-Cuídate, Amin- susurró, y en ese murmullo casi inaudible, comprendí que me estaba echando de su vida. No necesitó decirlo directamente; el peso de esas palabras era suficiente para hacerme saber que lo nuestro había terminado.

No le respondí. Las palabras se ahogaron en mi garganta, atrapadas entre la incredulidad y la furia que me invadían.

Me giré bruscamente, dejando que la puerta del despacho se cerrara con fuerza tras de mí. Mis pasos resonaron con furia en el pasillo, cada pisada era un golpe seco contra el suelo, como si mi rabia pudiera quebrarlo. Mi mente, llena de un torbellino de pensamientos furiosos y confusos, apenas podía procesar lo que acababa de suceder. ¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Cómo era posible que todo terminara en un susurro frío y distante?