Extra1

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Amin

Hamza llevaba todo el día insistiendo en que lo acompañara a su casa, junto con todo el grupo.

Su entusiasmo era casi contagioso, pero a mí me costaba seguirle el ritmo a tanta actividad.
Era la primera vez que podría ir, dado que mi horario de trabajo por fin me lo permitía, y por momentos me convencía de que debía aprovechar la oportunidad , por no decir que ya me dolía la cabeza de tanta insistencia de su parte.

Sin embargo, una extraña sensación de incomodidad me invadía. No sabía exactamente qué me inquietaba, pero era como si una sombra silenciosa se deslizara en el fondo de mi mente, advirtiéndome que algo fuera de lo común estaba por suceder.

Miré el reloj, intentando distraerme con la idea de que no tenía motivos reales para preocuparme, que seguramente mi incomodidad era solo cansancio acumulado.

Sin darle mucha importancia acabé aceptando.

Acabábamos de llegar a su casa, y la calidez del lugar me envolvió de inmediato. Era una casa grande de dos pisos, con una fachada de ladrillo que le daba un aire tradicional, pero acogedor.

Los amplios ventanales permitían que la luz natural inundara cada rincón, resaltando los detalles en madera que decoraban el interior. En la sala de estar, un sofá grande y mullido parecía invitarnos a sentarnos, mientras que las plantas repartidas estratégicamente le daban un toque fresco y hogareño. Se respiraba tranquilidad; las paredes, pintadas en tonos suaves, parecían absorber cualquier ruido, envolviendo la casa en un silencio apacible, solo roto por el leve crujir del suelo de madera bajo nuestros pies.

-Bueno chicos , sentiros como en casa- Informó Hamza con toda la hospitalidad.

-No nos digas eso, que pueden acabar mal las cosas- declaró uno del grupo haciendo que todos soltásemos una gran carcajada.

El ambiente era cómodo, pero no dejaba de sentir esa incómoda sensación .

No sabía por qué, pero algo me hacía sentir que estábamos invadiendo un espacio privado.

De pronto, vi algo. Una figura femenina pasó fugazmente por el pasillo, su silueta apenas perceptible en la penumbra. No logré distinguir su rostro, pero lo que sí capté con claridad fue la prisa en sus movimientos. Los pasos se aceleraron con una urgencia evidente.

Por un instante, todo el ruido a nuestro alrededor se desvaneció, y lo único que escuché fue el eco de esos pasos apresurados, resonando en el pasillo vacío.

La conversación seguía fluyendo, pero mi mente seguía regresando a aquella figura misteriosa.

—Tío, ¿alguna vez has visto a alguien que intenta hacer pesas y parece que se está peleando con ellas? —dijo uno del grupo , específicamente Karim, riéndose.

—¡Oh, sí! —respondió Hamza—. El otro día en el gimnasio, un tipo levantaba una barra que claramente era demasiado pesada para él. Se le puso roja la cara, y yo pensé que iba a explotar.

—¿Y qué pasó? —preguntó Karim, interesado.

—¡Terminó dejándola caer! —continuó Hamza—. Hizo un ruido tan fuerte que todos se giraron a mirar. Se quedó parado ahí, como si fuera parte del espectáculo.

—Eso es lo que pasa cuando te crees Hulk —proseguí yo, riendo—. A veces me da miedo intentar levantar más peso solo por eso.

—Totalmente. A mí me pasó una vez. Estaba en la máquina de press y pensé que podía añadir un disco más —dijo Karim—. Hice un movimiento y, de repente, no podía bajarlo. Fue como un episodio de "¿Qué demonios estoy haciendo?"

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