Sorpresa...

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Noor

La mañana comenzó con un cielo nublado, sin señales de despejarse. El aire fresco traía un silencio eterno, como si el día supiera lo que se venía. Yo lo sabía también, pero las fuerzas para enfrentarlo no llegaban. Apenas podía pensar en otra cosa que no fuera el cansancio acumulado, una mezcla de resignación y agotamiento.

Kamar caminaba a mi lado, su paso más lento de lo habitual. Aunque no lo mencionaba, se notaba el cansancio en su rostro, pero aun así había decidido acompañarnos. Su presencia, silenciosa pero firme, siempre aportaba algo de calma en momentos como estos. No hacía falta hablar, había un entendimiento mutuo en nuestra marcha, una rutina dolorosa que compartíamos.

El camino al cementerio lo conocíamos bien, y aun así cada vez dolía como la primera. No era algo que se pudiera superar o acostumbrar. Las emociones, siempre presentes, flotaban a nuestro alrededor, pero las manteníamos bajo control, como si de alguna forma eso aliviara el peso del día. Sabíamos que el dolor estaría ahí, pero lo enfrentábamos de la única manera que podíamos: juntos.

-No entiendo como hemos ido numerosas veces y en todas duele igual - susurré entre pasos , llamando la atención de mi sobrina.

Habían pasado largos años, específicamente 10, y nuestras vidas habían cambiado de formas que jamás hubiéramos imaginado.

-Titaaa, ¿Me coges?- me suplico Shamsh, haciéndome sonreírla como una boba.

La hija de mi hermano era realmente preciosa, todo lo bonito que podían pedir había venido empaquetado con el nombre Shamsh, pero aún así no iba a negar que era un revoltijo de chica. Su apariencia daba a entender que era lo más inocente de este mundillo, con esos ojos grises que tanto destacaban tanto , esos rizos sueltos y esa tez olivácea que le daba un brillo especial bajo la luz del día.

Pero detrás de esa carita angelical había una energía desbordante, una niña incansable que siempre estaba buscando algo con qué entretenerse. Y yo, aunque la adoraba, a veces me sentía abrumada por ese torbellino constante.

Desde que mi hermano se fue, Kamar estaba realmente cansada. La rutina parecía haberla aplastado lentamente, como si las pequeñas responsabilidades de cada día fueran una carga insidiosa que nunca le daba tregua. Lidiar con Shamsh, con su energía interminable y su curiosidad imparable, mientras trataba de mantener la casa en orden, había agotado cualquier chispa que le quedara.

La casa, aunque estaba llena de vida con Shamsh corriendo de un lado a otro, se sentía vacía sin él. Kamar lo notaba más que nadie. Los días se hacían largos y repetitivos, las noches aún más silenciosas. Había momentos en los que me encontraba observándola desde el otro lado de la sala, viendo cómo sus hombros caían un poco más cada día, como si el peso invisible de la ausencia de mi hermano la encorvara un poco más.

Y ahí estaba Shamsh, con su risa brillante, sin darse cuenta del cansancio que arrastraba su madre . Quizás era una bendición que no notara la tristeza que nos rodeaba, o tal vez simplemente era su forma de mantenernos a flote, obligándonos a seguir adelante, aunque fuera a su ritmo agitado y sin freno.

Pero yo sabía que Kamar lo sentía. Lo veía en los pequeños gestos: el modo en que se detenía al final del día, mirando por la ventana, como si esperara algo.

-Vamos chicas- susurró Kamar, sin dejar atrás esa luz que la envolvía .

-¿Por qué venimos aquí cada viernes?-preguntó enfurruñada Shamsh.

-Cariño, como musulmanes debemos venir aquí a recordar lo que es la muerte.

-¿Muerte?-preguntaba sin entender el verdadero significado de este.

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