Capítulo 21: Amores sustitutos

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Este episodio va dedicado a Ele-Bianco por el apoyo brindado a esta historia. Bella gracias por tan londos comentarios. Son muy valiosos

“Y…
Como ella no está conmigo, busco su rostro en otra piel…”


Jeremías pov:
Nuevamente todo lo que amo me abandona, se va, me deja, al parecer soy yo el problema, una vez más la vida se encarga de arrancar de mi lado la única razón para ser feliz; hacer el amor con ella me ha hecho el hombre más feliz del mundo, pero ya no la tendré jamás entre mis brazos, mi alegría hoy nuevamente se empaña con el amargo sonido de un “hasta nunca” disfrazado de un “adiós”.

Una nueva herida se ha abierto en mi alma y supura lágrimas de sangre y de dolor.

Pasan los días.

Poco más de una semana.

Mi tía me ha dicho que vuelva al colegio.

Casi me lo ha rogado.

Falta muy poco para graduarme. Estoy hoy aquí por eso, entre seres indiferentes a mi dolor, jóvenes inmersos cada cual en su mundo fantástico y ficticio.

33 almas perdidas dentro de sí mismas, componen el estúpido grupo del que soy parte.

Por un lado…
La chica de piel olivácea que escribe una pequeña nota en un vago trozo de papel, deseando que su abstraído receptor pueda si quiera mirarla con ternura, no sabiendo ella que vale más que las migajas de atención que ansía de su platónico amor.

Y por el otro lado…
El ensimismado chico por quien la esperanzada escritora deambula en pensamientos, de porte altivo e indiferente, aparentando ser un adonis, sabiéndose deseado y amado por alguien a quien considera insignificante para él.

Estos forman el típico caso de sumisa y abusivo.

Y como ellos otros tantos.

El chico alto, con complejo de inadaptado e incomprendido, que se sumerge en la música que le suministran sus auriculares para no escuchar más que lo que quiere oír y así pasar desapercibido.

La niña genio del salón –lo típico de su apariencia– trenzas y lentes encima que ocultan su verdadera belleza aún ante sus ciegos y obtusos ojos retraídos, lee –tal como hiciere Ana al orar a Jehová por el Samuel que tanto añoraba, a tal punto de creerle ebria– en silencio y para sí, una novela cuya portada deja ver un título bastante peculiar “El gato entre las palomas” de Agatha Christie. Se parece un poco a mí –al menos en la lectura–, y es una chica linda, aunque no lo pueda entender ella misma.

Bastante alejada de mi puesto –por gracia divina–, se sienta continuamente, aunque en contadas ocasiones cambie de lugar, la chica de cuerpo atlético, que –aunque carece de arrogancia– contiene dentro de ese esbelto recipiente un alma hueca y un espíritu altamente obsesivo con la salud, motivo que la hace rayar –según mi humilde, un tanto absurdo y hasta bizarro concepto– en lo irritante, pero a la vez miserable y digna de conmiseración.

Unos quince alumnos (almas incautas y perdidas dentro de sí mismas, como las he denominado) componen el grupo de los ACEPTABLES dentro del parangón mental en que he dividido a mis “compañeros”.

Los INACEPTABLES, REPULSIVOS E INTRATABLES conforman el resto de esta bola de gente vacía y hueca –unos más vacíos que otros desde luego– a los cuales mis ojos siquiera toleran ver por más de unos escasos segundos, pero como la mente es tan diestra y capta detalles que quisiese yo no advertir, sus repugnantes rasgos quedan bien marcados en mi subconsciente.

Todos ellos con Francisco, el más holgazán e insípido de cuantos hay, a la cabeza; forman el exquisito y selecto lobby de los “SUPERDOTADOS”: excelente físico, buena apariencia, las mejores ropas, zapatos, carteras, accesorios y demás, hijos de padres acomodados y desde luego acreedores –sin merecerlo, valga acotar– de las concesiones y privilegios más deseados, de parte de alumnos y profesores.

Todos, una tosca y falsa imitación de perfección, según sea visto por los ojos de humanos carentes de cordura y sentido de dignidad.

La profesora de inglés Alexandra Spínola me pregunta, interrumpiendo sin desearlo mi descripción y evaluación mental del lúgubre panorama, ¿por qué había faltado tanto? Ella hizo los apuntes por mí, ya que según no quiere que yo pierda el año escolar.
Puajj.

No me interesa en lo absoluto.

Pero le agradezco con falsa cortesía.

Ha venido varias veces a mi casa a ayudarme con las clases y me ha servido de mucho su ayuda, pues por mí no hubiera ido más al colegio, sin embargo, ella y mi tía Mery me han animado mucho en seguir hasta el final.

Es como una forma de distraerme.

Y bueno, poco a poco me va cayendo mejor.

Nunca me ha parecido una mala persona.

Solo que nunca le había prestado atención en lo absoluto.

Tenía a Eleiza quien me ayudaba en clases, y era buenísimo.

La Prof. Alexandra es atenta con todos los estudiantes y aunque yo me resista, me ha robado algunas sonrisas.

Aún extraño a Eleiza y la tengo en mis pensamientos, pero siempre que estoy ocupado se disipa un poco mi dolor, gracias a la profesora Alexandra me he sentido mejor, creo que antes no lo había notado pues estaba junto a Eleiza, pero ahora que ella no está veo de una forma diferente a la profesora; es realmente muy hermosa, creo que es la típica ilusión del chico que se enamora de su profesora de bachillerato.

Casi siempre me enamoro solo, y confundo fácilmente las cosas, pero no quiero ilusionarme demasiado, no entiendo lo que siento en realidad, quizás solo sea una figuración mía y mis ansias de volver a ver a Eleiza.

Y…

Como ella no está conmigo, busco su rostro en otra piel, la Prof. me ha invitado a su casa para que salgamos; al principio dije que no, porque no quiero arriesgarme a otra desilusión, no obstante recapacité y le dije que allí estaría sin falta, porque en realidad…

¡Solo vamos a salir!

Y nada… ¡absolutamente NADA más! –me lo he prometido, por no decir jurado, a mí mismo–.

Y aquí estoy, parado como un tonto en medio de la obscura y gélida noche, quien me acompaña silenciosa y sola al igual que yo, carente de luna y estrellas para alumbrarme.

Y mi mente hace juego con tan peculiar paisaje, porque al pasar los días desde que Eleiza se fue me he vuelto más frío y más oscuro, solitario y callado.

Camino algunas cuadras hasta llegar frente a su puerta que, en sepulcral mutismo, me contempla rígida e insensible, no sé si llamar o esperar a que se dé cuenta que estoy aquí.
El tiempo pasa…

Según mi reloj de mano, ya van escasos 27 minutos y 19 segundos, que mi impaciencia traducen en un sinfín de horas trascurridas, solo medito, me siento un rato en la acera y veo la calle desierta que se ilumina de tanto en tanto por los faros de algún auto que pasa velozmente, y mientras más lo pienso, más me acobardo y me arrepiento de estar aquí.

Además la espera me atormentan, ahora entiendo cuando la Biblia dice “Un día es como mil años…” y aún no se oye nada detrás de esa puerta, nada más que el crudo sonido de un inexistente silencio que la gente se inventó.

Solo oigo con nitidez el atronador pálpito de mi desbocado corazón que late desesperado y emocionado, y mi jadeante respiración que me recuerdan mi ineludible existencia.

Así que me levanto, tomo una buena bocanada de aire fresco y me dirijo hacia la puerta.

Golpeo fuertemente con mis nudillos, esperando que alguien conteste y digo con timidez:

–Buenas, ¿profesora Alexandra?
–Ya voy, espera un momento –contesta ella desde dentro.

Ha salido y es incuestionable, no puede negarse su belleza.
Entro a la casa y todo es un poco raro, en una repisa hay varios Budas de madera e imágenes de animales y cuadros de pinturas abstractas, todas dispuestas uniformemente en las paredes inmaculadas y fielmente cuidadas en su pulcritud; un viejo teléfono sobre una mesita de madera y un cuadro grande con la foto de un niño, no me atrevo a preguntar por temor a su respuesta –quizás pueda ser su hijo–.

Es una vieja foto en tonos sepia claroscuros.

–Él… él es mi hermano –Me declara como percibiendo mis elucubraciones delatadas en mis ojos enganchados con interés al llamativo cuadro–. Tiene 24 años.
–Y… ¿vive con usted?, ¿por qué solo hay una foto de cuando era niño?
–Él murió cuando tenía cinco años –Dice cabizbaja.

No entiendo cómo es que dice que su hermano tiene 24 años si murió hace tanto tiempo, ¡es raro!, no lo entiendo.

>>Yo lo veo en mis sueños y ya es un hombre, él me ha dicho que me marche con él, que no siga sufriendo por los desprecios de mi madre, que donde él esta yo seré mucho más feliz –Dice ella como desahogándose conmigo–. Yo he sufrido mucho con los hombres con los que he estado, pues con ninguno he sido realmente feliz, solo he conseguido sexo y nada más.

–No se acongoje por eso, vea el lado bueno de las cosas, valore los detalles (risas, abrazos, comprensión, flores, agua, lluvia, fuego, cosas… cosas simples como esas), y busque lo interior.

>>Lo que viene del alma. Eso que no muchos pueden ver ¡es lo más importante!; el amor llegará cuando sus ojos vean más allá de lo que la vista alcanza a percibir y, aprenda a valorar lo simple –digo tratando de consolarla o consolarme a mí mismo.

–Hablas como si nunca hubieras sufrido –Dice ella–. Como un hombre adulto.
–Quien no sufre no vive –Apunto melancólico– si usted supiera profe, si usted supiera.
–Por favor no me trates de usted, intenta hablarme con confianza y empieza a tutearme.
–Está bien, solo quiero decirte que eres muy bella para sufrir por cosas insignificantes, disfruta tu vida y vívela al máximo.

El dorso de mi mano recorre su mejilla.

–Tienes razón –dice y de pronto nos estamos besando, tengo el corazón henchido en una mezcla loca de excitación y miedo.

Woow ¿Por qué me besó?
Las mujeres son más atrevidas de lo que pensé.

Y está profesora lo es mucho más.

La Frontera del dolor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora