Capítulo 23: Rehaciendo fortalezas derribadas:

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…Sé a dónde quiere llegar y… yo también quiero llegar allí…
…–Si quieres puedes besarme –Propone con picardía…


Eleiza pov:
El Sr. Román es un hombre elegante, y bien parecido.
Tiene una sonrisa arrobadora, es un hombre maduro, pero súper sensual.

Se queda mirándome por un largo rato. Y yo pregunto para romper el seductor silencio:

–Hola, buenas noches qué desea; ¿con quién tengo el gusto?

“El gusto es todo mío señorita” –sus labios rosan el dorso de mi mano con sutileza.

Noto su intención y prefiero mostrarme a la defensiva.

–Mucho gusto señor, me parece haberle visto en algún lugar.

–Tiene mucha razón en lo que dice, soy Román Hopkins, nos vimos en la conferencia de músicos intercontinentales –arguye él como tratando de justificar su visita– de la cual yo soy presidente y cofundador.

–¡Es verdad! –hago una mueca de asombro para hacerle creer que apenas y recuerdo su cara– usted es quien estaba a cargo de la conferencia de esta tarde y... ¿al parecer ahora no viene usted con su asistente?

–No, esta vez no vengo acompañado con ella, pues hay asuntos que solo pueden ser tratados por mi persona en calidad de director de la compañía de músicos intercontinentales… a la cual estoy seguro que perteneces ¿cierto?.

–No, no soy miembro aún –mis ojos le ven con un deje de indiferencia como si aquello no me importara.

–Lo eres desde este momento –dice con sorna y complacencia a la vez, es evidente que desea impresionarme–. Más no es a eso a lo que he venido.

–Entonces, ¿a qué ha venido hoy? –pregunto sin mover un musculo de mi rostro que delate la alegría que hinche mi corazón en este instante.
–Solo he venido a conocerla es lo que hago con todos los miembros de la compañía, conocerlos mejor –con tono más sereno el hombre se echa el cabello hacia atrás–.

–En ese caso, mucho gusto me llamo Eleiza.
>>Eleiza Guiraldes.


Jeremías pov:
Me siento confundido, no sé realmente que siento por Alexandra, mi profesora de inglés, desde el día que nos besamos he tratado de no dirigirle la palabra, aún no he podido olvidar a Eleiza que hace un mes se fue.

Cuatro semanas más dos días llenos de soledad y vacíos cada uno en su lento proceder, 30 angustiosos y lerdos días, 720 horas tratando inútilmente de acallar sus recuerdos, de olvidar sus sonidos, de borrar los besos de su boca y de tantas cosas, 43200 minutos que mi infatigable vista solapada por mi angustiosa mente confirmó uno a uno, y los más eternos e interminables 2592000 segundos que en mi vida han pasado.

Puede que me haya enganchado demasiado con ella pero es que no sé cómo dejar atrás su recuerdo.

He escrito tantos poemas, unas cuantas cartas dirigidas a ella que nunca me decido enviar.
Ni siquiera sé a que parte de España se fue.

Evoco día y noche su recuerdo, siento su piel junto a la mía quemándome; parece que sus dulces labios me besan de nuevo.

Es por eso que besar a la Prof. es tan choqueante, me confunde, me excita ¡claaaro que me excita! ¿Cómo negarlo? Pero estoy tan roto por lo que ha pasado en mi vida que no quiero enredarme con esta mujer.

Mi tía Mery ésta muy distante, creí que el deprimido era yo, pero siento en ella un aura de depresión, ya se ha ido al trabajo y aquí estoy como siempre solo en esta casa, camino por todas partes como buscando algo, pero siempre vuelvo al mismo sitio: voy al cuarto donde dormían mi madre y Jaime y prefiero salir de inmediato pues me causa mucha nostalgia.

Hay un silencio que envuelve cada rincón de la casa, camino por el pasillo entre las habitaciones, me echo sobre el sillón de cuero de la sala, pero me levanto enseguida, camino con desgana hasta el refrigerador y remuevo algunas bolsas con vegetales.

“¿creí que había dejado un jugo de cartón acá?” Mascullo para mí rascando mi cabeza, ¡¡Bueno!! Opto por un vaso con agua.

Apenas he mojado mis labios cuando tocan el timbre.

Al abrir la puerta, me doy cuenta que es Alexandra, quien me abraza y yo sin poder decirle nada la hago pasar, estoy a su lado en el mueble de madera, este testigo mudo de todo mi sufrimiento y comienzo a acariciar sus cabellos oscuros.

–¿Qué tienes? –Rompo el silencio que se empeña en apresarnos.

–No entiendo por qué no me amas si yo estoy aquí a tu lado –confiesa ella dejándome atónito.

–El amor no es lo que muchos creen saber.

–¿Qué es entonces lo que siento por ti?

–No lo sé, pero no quiero que sanes tus heridas usándome a mí, eso no es amor.

–Realmente… realmente me lastimas con lo que dices.

–No quiero que pase eso, tampoco quiero ser el psicólogo de nadie, no quiero hacerte sufrir, ni tampoco quiero sufrir yo, ya me he cansado de hacerlo.

Su mirada ahora se fija en mi rostro.

Viene vestida informal, algo que contrasta mucho con  su habitual atuendo de pantalón de gabardina camisa blanca y chaleco obscuro, el uniforme de maestra le sienta bien, pero ahora se ve mejor, más joven, más linda.

Una blusa corta sin mangas que deja ver sus hombros y su abdomen definido, un pantalón azul claro acampanado y unas lindas sandalias blancas.

Trae el cabello suelto con una peineta que le adorna.

Me atreveré.
¿Qué puedo perder?
Igual Eleiza está muy lejos.
Debo empezar a olvidarla.

–Quiero mostrarte algo –Me pongo en pie halándole del brazo para guiarle.

–Muéstrame lo que quieras –Se deja llevar cómplice.

Caminamos hacia la puerta de mi cuarto y al abrirla digo:

–Este es mi cuarto y aquí debía de haber vivido mi tío, nunca supe su nombre, pero murió cuando era un bebé, después de eso mi madre y mi tía no ocuparon este cuarto hasta que murió mamá; fue entonces cuando mi tía decidió que yo dormiría aquí.

–¿Podemos entrar? –Pregunta ella la picardía y la falsa vergüenza adornando su voz– quiero verlo más de cerca.

Sé a dónde quiere llegar y… yo también quiero llegar allí.

Nos sentamos sobre la cama.

Le noto detallar cada centímetro del lugar.
Mira con detenimiento el cuadro de mi madre que hace unos meses traje de la sala a mi cuarto, el monitor de la computadora que está encendido, la estantería con mis libros apiñados en la pared derecha de la habitación y se detiene en un respingo al notar lo que hay la mesita de noche.

Cosas simples.
Un reloj despertador, una colonia, un cuaderno y sobre este… varios preservativos.

–Si quieres puedes besarme –Propone con picardía.

–Yo quiero… –Digo y comienzo a besarla.

Algo en mi cabeza estalla y… ya no son sus ojos los que me ven, ni sus manos las que me tocan, tampoco su rostro es de ella; ni siquiera es el mismo lugar, siento un deseo asqueroso y macabro de hacerle daño, que me excita, pero a la vez me aterra, todo parece oscurecerse en un segundo, solo lo ilumina la débil luz de un bombillo.

Siento el miedo y asco en su mirada, unos ojos que nos son de ella.

Unos ojos como los míos, una mirada ajena, de otra persona que nada tiene que ver con Alexandra, y todo tiene que ver conmigo, pero no logro comprenderlo, tengo sentimientos encontrados…

Por un lado, tengo miedo y por otro siento odio y rabia, –en realidad no son mis sentimientos– es como si fuesen de alguien más…

No.
¡¡Por Dios no!!
Esto otra vez no puede estar pasándome, ¿por qué en este instante tengo estos sueños que se ligan con recuerdos de un pasado que no me pertenece y que nunca viví?, es más…
¡No quiero vivir!

–¡Espera!, no puedo hacerlo –Digo entrando nuevamente en razón– no puedo hacerte daño.

–¿Qué te pasa, de qué hablas? –Alexandra apenada cubre su cuerpo desnudo con las sábanas.

–Por favor no me obligues a hacer algo de lo que puedo arrepentirme después –Digo abrochándome el pantalón–. Será mejor que te vayas no puedo estar contigo.

–¿Por qué me haces esto? –solloza devastada–. No sabes cuánto daño me haces con tu rechazo, pero está bien, me voy.
Esto último casi fue una súplica desesperada y anonadada.


Eleiza pov:
Desde que conocí a Román, hace ya un mes, la vida en España ha sido más fácil para mí, soy parte de la orquesta y además creo que él… está enamorado de mí, no puedo desaprovechar esta oportunidad de superarme y alcanzar mis metas y, si este hombre representa todo eso que deseo, haré lo que tenga que hacer, es un poco mayor que yo, mas no importa.

Es guapo, galante, sofisticado y de buena posición.

No dejaré pasar esta oportunidad.

Estos últimos días ha sido muy galante y cortés, educado y la idea que tenia de él como un hombre altivo y de gustos ostentosos se ha ido diluyendo al tiempo que le conozco y comparto más con él.

Su secretaria, la señorita Katherine, no se aparta de él ni un instante, siempre lleva una pequeña agenda en el bolsillo de sus jeans y aunque de sonrisa cálida y a la ves tímida, sus vivases ojos de caramelo centellean con seguridad al hablar.

Es una chica atrevida que ha sabido ganarse su puesto al lado del director.

Aunque la chica es casi la sombra de Román siempre hay un momento en el que solo está conmigo; comienza a gustarme porque es cariñoso con todos, pero más conmigo; atiende a todos y aunque no lo parezca, siempre se da cuenta de los detalles, sabe mucho de la música, no es solo un simple dueño que maneja las finanzas, está atento de todo; se sabe todas las canciones y el repertorio de la orquesta…

Creo que sabe más que yo, y eso en lugar de molestarme me encanta porque siempre le encuentro interesante.

Me gustan sus palabras, y su conocimiento.

Es una persona con una mente abierta, que me enseña tantas cosas, quizás yo no sea tan culta y refinada como otras chicas de la academia.

Pero por él sé que puedo hacer un esfuerzo.

La Frontera del dolor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora