Capítulo 10: En la oficina.

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Mery pov:
Ya es de día, es hora de seguir viviendo –o fingiendo que vivo–, Jaime se despertó muy temprano esta mañana y preparó el desayuno, al terminar de comer me ofrezco a llevar a Jeremías al colegio mientras Jaime va al trabajo.


Jaime pov:
Me tranquiliza saber que Mery es quien lleva al niño al preescolar, pues con toda esta preocupación y estrés que traigo encima no puedo ni con mi propia vida, pero qué le vamos a hacer, no voy a declararme en absentismo de mi cargo en la constructora, además el trabajo puede ayudarme a dejar de pensar en mis problemas, y… hablando de problemas…, no he continuado la lectura del diario de Alicia; será cuando llegue a casa que vuelva a hojear ese fulano diario, porque desde luego que necesito, de manera indispensable conocer esa verdad de la que ella hablaba con tanto empeño.

Este es mi primer día de trabajo, después de las vacaciones de Semana Santa, y ya estamos a 13 de abril, dentro de 10 días será el cumpleaños de Jeremías, pero también es la fecha en la que más lloro recordando el momento en el que Alicia murió… me debato entre dos sentimientos profundos, la dicha y la melancolía, la tristeza y la alegría, la vida manifestada en mi pequeño Jere, o la muerte y la pérdida envuelta en el frio y distante recuerdo de Alicia, que me busca por las noches, pero en fin, no debo pensar en eso; debo tener mi mente enfocada en el trabajo y nada más, que es el que me evitará remover el dolor.

–Hola Jaime, ¿cómo te fue en vacaciones?, espero que bien, cuéntame cómo va todo –Saluda Maick, mi mejor amigo y compañero de trabajo–.
–Hola muy bien, cuidando a mi hijo –Contesto sonriente–. Y tú ¿Qué es de tu vida, como te ha ido?
–Bueno, con problemas, ¡tú sabes!, la situación está difícil… pero igual me alegro que tú y tu hijo estén bien; mi hija tiene seis años ya, y es increíble lo rápido que crecen ¿Verdad?, bueno ella no tanto, porque es pequeñita como su papá –Sonríe tocándose el pecho–, pero es preciosísima como su madre.
–Ah, qué bueno y ¿Cómo se llama tu hija? –Pregunto–.
–Mi bebé mi chiquita se llama Elisabeth, ¿sabias que significa “Promesa divina”? Es la última de mis cinco hijos, mi esposa Carla y yo la queremos mucho –Aclara él sonriendo con tono de orgullo–, en realidad a todos los queremos, pues ella es la más pequeña, en todos los sentidos.
–¿Cómo que en todos los sentidos? Explícate bien Maick, tú siempre con tus rodeos –Bromeo yo, fingiendo intriga, y dándole un golpecillo en el hombro–
–Sí, sí, me explico es pequeña, es decir, es de estatura baja, parece que tiene como unos cuatro años –Contesta riéndose, haciendo un gesto con la mano para explicarme que mide como medio metro más o menos–.
–¿De verdad? ¡Mi hijo Jeremías va a cumplir cinco años casualmente en unas semanas! –Exclamo también riendo–. Pero él si es bastante alto, como su padre claro.
–¡No lo puedo creer!, ya tiene cinco años… que rápido transcurre el tiempo, bueno, nos vemos ahora –se despide rápidamente yéndose a su puesto de trabajo.

Ese Maick conversa mucho, pero si los chismes de que no trabaja llegan hasta la gerencia, allí sí se nos sube la gata a la batea.

Ciertamente transcurre muy a prisa el tiempo, se va volando, y sin darnos cuenta en un abrir y cerrar de ojos ya han pasado cinco años desde que… bueno, no importa lo que haya pasado, lo relevante es que Jeremías ¡mi hijo! Está bien, y es la luz de mi existencia; ah… ese Maick es un buen hombre ¡pero como habla!, pues qué le vamos a hacer, ojalá que la situación en su casa mejore, espero que el diseño del nuevo centro comercial solvente sus problemas económicos.

–Jaime, ven acá rápido, rápido –Me susurra Yesica la secretaria de la oficina central–.
–Hola Yesica ¿Cómo estás?, dime qué deseas hablar conmigo, dime, dime –Respondo con flacidez por su mala fama de ser muy chismosa y entrépita–. Pero rápido que tengo que ir a la oficina.
–Hola yo bien, pero mira, mira, ¿qué era lo que te estaba diciendo el Maick ese? Ve que ese, ese es un embustero –Suelta su comentario lleno de veneno, con los ojos bien abiertos que casi se salen de su rostro cadavérico y un tono que parece confidencial, tremenda brollera–. Todo el dinero que gana se lo gasta en aguardiente.
>>Bueno… eso es lo que andan diciendo por allí y a decir verdad, yo lo he visto con estos ojos que se han de comer los gusanos, tú crees que si tuviese problemas económicos se estaría metiendo todos los sábados en la tasca que queda por la otra avenida, ah, dime tú si no es un sinvergüenza.
–Mira Yesica, no andes por allí recogiendo chismes y metiéndote en la vida de los demás, y por otro lado si Maick gasta su dinero o no en lo que sea que haga, no es problema de nadie –Le reprendo exasperado por su insistencia en querer difamar a la gente–. Además, yo no tengo que andar metido en la vida de los demás y tú deberías hacer lo mismo y dedicarte a tu trabajo si no quieres salir con las patas por delante de esta empresa por andar de entrometida.
–Pero cálmate Jaime, no es para que te pongas así, ¡te va dar algo!, yo solo digo lo que se “rumora” para prevenirte, pero allá tú si sigues confiando en él, es tu problema mijito –Aclara ella con malintencionado sarcasmo–.
–Por eso mismo ya que son “RUMORES” no me interesa saber nada de eso que andan diciendo –Le corto de inmediato, mientras le dejo con la palabra en la boca y camino por el pasillo hacia mi oficina–.

Yesica siempre con sus chismes y su habladera, no se cansa de averiguarle la vida a la gente, ¡a mí sí me molesta la gente chismosa! No entiendo cómo puede llamarse “La protegida de Dios”, que Dios tenga misericordia de ella y la proteja de su propia lengua, porque en lugar de dedicarse a su trabajo se la pasa metiéndose en la vida de los demás. Que si este hizo esto, que si fulano hizo aquello…, en fin, siempre de brollera, en lugar de eso debería ver a un médico porque la artritis cada día la tiene más demacrada y seca, parece un tronco viejo, una momia diría yo.
También Dios tenga misericordia de mí, que vivo siempre anclado al pasado, sin lograr superar aun la pérdida de mi esposa.

–Jaime, apúrate, acabas de llegar y ya estás perdiendo el tiempo en boberías, deja la payasada y ven rápido –Reclama Sonia, mi amargada jefa, cortando mis pensamientos–.
–Sí, ya voy no ve que estoy arreglando unos papeles –Rezongo tomando unos papeles de mi escritorio y yendo a la oficina de en frente, de donde vienen los estruendosos gritos de Sonia–.
–¿Qué dijiste? ¿Qué no veo? –Pregunta ella en un arrebato inesperado de cólera–. Me estas llamando ciega, me haces el favor y me respetas, y te apuras.
–No Sonia no he dicho nada –Me excuso avergonzado mientras Yesica ríe al ver con éxtasis el brollo que se armó–. Qué voy a estar diciendo yo, nada que ver. Por Dios cállate –Digo esta vez dirigiéndome con molestia a Yesica entre dientes, con ganas de deshuesarla– no ves que me causas más problemas.
–¡Ay! Relájate mi amor, ella siempre es así, el marido no la quiere y está menopaúsica –Musita Yesica entre risas–. Por eso siempre está amargada, no le pares y ya.
–¡¡Yesica por amor a Dios!!, deja la broma y compórtate –Respondo regañándola.
–¡Ay! Vete ya a trabajar, pareces mi padre… amargueitor –Dice ella quejumbrosa–, vete, vete o te pueden pegar de seguro.
–Eso es lo que haré –Contesto cediendo ante la risa que no puedo contener–.

Cruzo el umbral de la puerta, Sonia es una mujer madura de unos 50 y tantos años, aunque finja tener menos, como toda buena dama, va vestida de modo formal y a la vez elegante. Un saco negro sobre una camisa blanca inmaculada, una falda negra ceñida a sus caderas y unos tacones altos que le hacen lucir más prominente, y lleva su cabello suelto en ondas. Es deslumbrante.

–¿De qué tanto te ríes, vienes de un circo o acaso tengo cara de payasa? Compórtate en el trabajo y cierra la puerta hazme el favor.

Sonia puede ser una mujer atractiva y hasta seductora, pero su mal carácter ahuyenta cualquier deseo que uno tenga de cortejarla, y para mayor obstáculo, está casada.

–Sí señora, aquí están los documentos que usted pidió –asiento con gesto obediente, agachando la cabeza–.
A veces esa actitud suya me apabulla y reacciono ante ella como un niño.

–Muy bien, siéntate para que comencemos con la evaluación de tu proyecto –dice aún con rostro rígido como de piedra–.
–Gracias, pero el proyecto no es solo mío –corrijo sentándome cuidadosamente buscando no irritarla más–. En la parte de atrás encontrará los planos del terreno y la infraestructura del centro comercial, junto al diseño del mismo.

Le indico donde debe leer, estirándome un poco sobre su escritorio, sin embargo me lanza una mirada recelosa que me cohíbe y vuelvo a arrellanarme en el asiento como un niño castigado.

–Ok, aquí están –confirma escrutando minuciosamente el documento–. Por lo expuesto en el proyecto está… todo en orden, ¡bien hecho Jaime! Sabía que podía contar contigo, sigue así, o si no ya sabes.
–Desde luego, mi… mi sse-se-ñora, no tenga cuidado que ale-alegrí-a que le haya gustado, como le decía el mérito no es solo mío… aunque yo… bueno, yo soy el director de este proyecto –espeto casi tartajeando con desbordante alegría por la emoción–, quien también colaboró conmigo y a quien le debemos el espléndido diseño del centro comercial es a Maick Rojas.
–¿Quién, Maick? ¿Quién es ese tal Maick? No sé de quién me hablas –pregunta Sonia confundida–.
–Maick el otro arquitecto que siempre se la pasa conmigo: el gordito, bajito, cabello negro rizado, un poco moreno él –describo a mi amigo sin obtener respuesta de Sonia y repongo–: El que habla mucho.
–Aaahhh, ya me acorde “el que habla mucho”, claro, claro es él, si no me dices que habla mucho sigo sin saber quién es, da igual…, reúnete hoy mismo con él para que comiencen a primera hora de mañana con los preparativos de la obra de construcción ¿entendido? No me falles, ni se te ocurra fallarme –concluye Sonia palmeándome el hombro, que, al venir de ella, significa mucho–.

Corro de inmediato a contarle a Maick que Sonia aprobó nuestro proyecto, bueno era la única que faltaba por firmar, pues ya todos los jefes habían accedido, al verlo sentado en el cafetín de la empresa almorzando, me siento junto a él y pido un café y para disimular mi euforia y emoción, contemplo la cafetería: el verde manzana de las mesas hacen juego con el blanco de las paredes, además los jarrones de cerámica marrones con flores blancas –Afortunadamente artificiales para mi suerte– dan un toque especial al lugar y lo hace más agradable para conversar.

–¿Deseas decirme algo?, ¿verdad? Jaime… –descubre él mis intenciones–. Te conozco muy bien no puedes engañarme.
–Está bien, me descubriste ¿adivina que…? ¡Sonia aprobó el proyecto, lo logramos hermano! –grito abrazándole por la emoción–.

Todos voltean a vernos reír, mantenemos la compostura y seguimos charlando.
Por fortuna Yesica sigue instalada en la computadora, pues si estuviera aquí de seguro lanzaría uno de sus imprudentes comentarios llenos de bilis, es una víbora esa mujercita.

–¡Qué bueno hermano no sabes cuánto me alegra escuchar eso! De verdad ansiaba eso con mi alma –Dice él, también enardecido, pero entre dientes para no molestar a los otros–.
–Nos lo merecemos, luchamos mucho por este logro y hoy podemos decir: ¡Lo logramos! –Exclamo nuevamente emocionado–. Mañana mismo podemos iniciar los trabajos de construcción.

La Frontera del dolor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora