Capítulo 15: Nuevos amores Nuevos corazones.

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…Yo río con cada aliento que sale de su boca, río porque ella ríe, y ambos reímos al unísono, nuestras carcajadas son un eco una de otra, reímos cómplices de ser felices, reímos porque así vivimos, y deseamos seguir viviendo…


Jeremías pov:
Camino descalzo por el piso de madera, casi en estado insomne, pero mi tía no ha llegado aún, ella trabaja de noche, pero rara vez llega tarde a casa ¿Qué será lo que ocurriría?, Es muy extraño es la primera vez que ocurre.
En fin.

Me desperezo y me alisto para el colegio.
Tomo el autobús y al cabo de 15 minutos ya estoy en el sitio.

No soy muy popular que digamos, soy más bien un solitario, de esos que se sientan solos a comer y ver el cielo despejado.
Al llegar al colegio una nueva estudiante ha ingresado al salón; su nombre es Eleiza Guiraldes, parece muy tímida, pues no habla con nadie.

Es tan bella, casi inmaculada; una niña distinta a las otras, sus rojizos cabellos despeinados me hacen creer aún más en su pureza, y sus mejillas trigueñas la hacen ver muy tierna, la timidez de sus ojos color del café por momentos me hipnotizan y vuelvo en sí con tan solo contemplar sus finos labios rosados.

La mañana pasa presurosa y todos salen a jugar a la hora de recreo, todos menos yo.
La maestra está silenciosamente sentada en su escritorio revisando algunos trabajos pendientes, y yo estoy desayunando un pan con jamón y queso.
De pronto siento que hay alguien detrás de mí, siento su mirada a mis espaldas.

Volteo a ver quién es y, al acercarme le digo débilmente:
–Hola, mi nombre es Jeremías ¿Cómo estás?
–Hola, soy… –Hace una pequeña pausa– Eleiza.

Todo se detiene en su mirada y, el salón queda en silencio: no percibo el ruido de los chicos que gritan jugando afuera, ni las risas y cacareos de las niñas que pasan frente al salón, pues tan solo oigo su respiración pausada y su corazón latir rápidamente y escucho dentro de mi cabeza como los ángeles tocan la más linda sinfonía.

A pesar de que soy más introvertido me atrevo a conversar. Y pregunto:
–¿Por qué no sales a jugar en el patio?
–Prefiero estar sola, siento mucha paz estando separada de los otros y… tú, tú ¿Por qué no sales del salón?
–Bueno quizás sea como tú: no me siento bien rodeado de tanta gente y, realmente me molesta el bullicio y la gritería, además no tengo muchos amigos, a decir verdad, no tengo ningún amigo.
–Entonces ¿qué te gusta hacer a ti? –pregunta ella–.
–A mí… a mí me gusta leer mucho. Es mi mejor pasatiempo –contesto.
–Y ¿qué libros has leído, de que autor? –pregunta ella con tono de insistencia.
Me molesta un poco el hecho de que pregunte tanto, no estoy acostumbrado a responder tantas preguntas y, el hablar de mí me cuesta muchísimo, pero siento algo dentro que me dice que ella es buena. Distinta.

–He leído varios libros de un escritor brasileño muy bueno, su nombre es Paulo Coelho, uno de ellos fue “La quinta montaña” que por cierto es mi favorito.
–Y ¿de qué trata ese libro? –ha vuelto a preguntar y a decir verdad no me siento cómodo al responderle y no puedo comprender por qué pregunta tanto.
–Este libro cuenta la historia del profeta Elías –Explico volviendo a serenarme internamente–. Él era un profeta que no quería ser profeta y deseaba buscar una mujer como Jezabel la princesa del Líbano, una mujer que tuviese los ojos verdes como ella y sus cabellos fuesen negros y se escurriesen por su espalda, esta princesa enamoró al rey Acab, rey de Israel durante el ministerio del profeta. Ella –la princesa de ojos verdes que cautivaba y atormentaba al profeta– hizo que el pueblo hebreo adorase al dios Baal he inició una persecución contra los profetas de Jehová; así que Dios envió a Elías a enfrentar a la mujer, pero él huyó al arroyo de Querit y allí envió Dios un cuervo para que lo alimentase, eso hizo que el profeta se sintiese confundido: ¿Por qué Dios debía usar un cuervo?, ¿Por qué no usó otra ave, una paloma por ejemplo?

>>Pero Dios casi siempre actúa de una forma que nos parece extraña, luego Jehová lo envía a la ciudad de Serepta, la cual sus habitantes llamaban Acbar, y allí conoció a la viuda de la cual se enamoró; luego ocurrieron cosas muy drásticas en su vida y por eso el pueblo lo obligó a subir la quinta montaña para que le pidiese perdón a los dioses, eso lo ayudó a reencontrarse como persona…
Bueno, eso es solo un resumen, la historia es mucho más emocionante.

–Esa historia también está en la Biblia sabes, en el libro de 1era de Reyes, búscala comienza en el capítulo 17 hasta el 19 –Comenta muy entusiasmada Eleiza–. Yo la he leído y me parece una gran historia.
–¡Tú has leído la biblia! ¿Y qué más te gusta hacer? –pregunto esta vez yo–.
–A mí me gusta tocar la flauta, intento ser valiente y conocer de Dios, para llegar a ser algún día como una de esas mujeres de las historias bíblicas, pero no es tan fácil como parece –termina diciendo ella–.
–¡Impresionante!, que lindas palabras las que hablas, algún día quiero escucharte tocar la flauta.
–Probablemente algún día tocaré para ti.
–¿Algún día? Porque mejor no vas mañana a mi casa y hacemos la tarea juntos y, allí tocas la flauta para mí –propongo–.
–Me parece bien, ¿Dónde vives?
–Búscame en la plaza, de allí te llevo a mi casa.
–Nos vemos en la plaza que está por el centro, entonces a las 2.30pm.
–Estaré esperándote –digo sin contener la emoción–.

Llegó el momento.

Ella está tan linda como siempre, sus rojizos cabellos me transportan y me hacen suspirar, sus ojos castaños me recuerdan el café que mi tía Mery me da por las mañanas.

Subimos al auto.
Mi tía me acompañó a buscarla. Después de unos minutos de recorrido, en los que no hablamos, solo nuestros ojos conversaban como viejos amigos que se reencuentran después de un largo tiempo sin verse, pero nuestros labios, nuestros labios no se mueven; llegamos al pie del puente que sirve como frontera entre mi casa y el mundo exterior.
Su mundo.

Comenzamos a andar y cruzamos el rojo puente que nos conduce a mi casa, entramos y, mi tía nos dice que si deseamos jugar en el patio de enfrente, por ella está bien. Nos sentamos bajo el viejo árbol ya deshojado y maltrecho por el tiempo.

Ella saca de su bolso un cuaderno de tapa rosada con una inmensa flor roja estampada en el centro, lo abre, su caligrafía es pequeña y con curvas abiertas hacia la derecha, a modo de carta, débil y suave sobre el papel, los bordes de las hojas están decorados con orlas, como las de los pasamanos de las escaleras, hechas con rotulador azul cielo y en el lateral derecho de las páginas, se van enumerando una a una, sin que quede siquiera una por fuera de este minucioso registro.

Me impresiona su orden y pulcritud, saca a su vez un libro de cálculo matemático y juntos realizamos las operaciones aritméticas, que ella, aunque yo he insistido en que están correctas, ha revisado y rehecho en una hoja que yo le he prestado a regañadientes, eso me causa gracia, pues ha visto con sus propios ojos que todas están idénticas y que ha malgastado tiempo y hoja en revisarles, pero no me atrevo a contradecirle.

Hemos tomado un receso y, le he ofrecido jugo y unas cuantas galletas de maní, parece mentira, pero son sus favoritas, me lo ha confesado y me siento afortunado de haber acertado en su galleta preferida.

Jugamos un rato en el inmenso caucho que pende del árbol sostenido por un rustico mecate y, hace las veces de columpio en el cual ella parece volar, y junto a ella todo mi ser se eleva cada vez que le empujo suave pero firmemente.
Ella ríe a carcajadas.

Yo río con cada aliento que sale de su boca, río porque ella ríe, y ambos reímos al unísono, nuestras carcajadas son un eco una de otra, reímos cómplices de ser felices, reímos porque así vivimos, y deseamos seguir viviendo.

Hemos vuelto a las sillas de madera que he puesto debajo del árbol que nos cobija con su sombra.

Ahora solo la observo sin pronunciar palabra, pero mis suspiros al parecer me han delatado.

–Sientes algo por mí –Dice con la mirada hacia el piso–.
–No lo sé –contesto por impulso–.
–¿Quién lo sabe entonces?
–Pues en realidad sí, sí siento algo por ti –Digo ahora para corregir mi estupidez.
Levanta la mirada y, de su bolso color azul cian, con un broche en forma de mariposa color dorado, que lo decora, ha sacado su flauta. Comienza a tocar.

La melodía de su habilidad envuelve todo alrededor, pero yo solo la contemplo sin palabra, esto siempre me ocurre: mi timidez me paraliza y no me atrevo a intentar algo que deseo hacer por miedo a las consecuencias.
Soy un cobarde.

–Bueno tú eres lindo, pero apenas nos conocemos, sería tonto decir que me gustas –dice ella al concluir su acto.
–Tú eres muy linda, cualquier chico se enamoraría de ti –repongo un poco sacado de onda– pero tienes razón, que tal si somos amigos.
–Vale, amigos.

“Por ahora” digo dentro de mí.
Solo sonrío. Y ella también ríe.

Verla cruzar ese puente me llena de una ilusión que es indescriptible, los deseos de ser feliz me dominan y creo que puedo lograrlo siendo amigo de Eleiza.
Ahora los días se volverán eternos y las noches pasarán más lentas.

La Frontera del dolor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora