Capítulo 7: El diario de Alicia

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Jaime pov:
Es impresionante que rápido ha transcurrido el tiempo, parece que fue ayer cuando Alicia falleció y Jeremías pudo salvarse, han transcurrido ya cinco años después de aquel día, aquel fatídico día en que le dije adiós a mi amada y le di la bienvenida a mi hijo a este mundo, el 23 de abril de 1985, y de mis heridas aún hoy, cinco años después, brotan lágrimas de sangre. Jeremías ha crecido mucho y ya tiene uso de razón, recuerdo cuando balbuceaba sus primeras palabras o cuando aprendió a caminar y cuando dijo por primera vez: "Papi te amo".

Aquello fue como oír la voz de Dios, un susurro ininteligible, pero entendible para mí, no sé si otros hombres se han sentido así, o mejor dicho, si son capaces de expresar lo que sienten tan abiertamente, aunque a decir verdad, a mí también me cuesta mucho expresar afecto, pero muy dentro de mí lo reconozco, cuando mi pequeño Jere dijo "PAPÁ" fue como si mi corazón volviera a latir, aquello me dio razón de ser, pues la había perdido con la muerte de Alicia, pero mi hijo hizo nacer en mi alma la llama de la esperanza.

Se me hinche el corazón de adrenalina y gozo cada vez que le oigo hablarme o preguntarme cosas, en ocasiones no lo entiendo, pero me esfuerzo por ser bueno con él.
Me siento tan orgulloso de él, aun así, no entiendo que pasa en su mente, constantemente se despierta por las noches, tiene muchas pesadillas, y ha comenzado a hacer preguntas sobre su madre –que yo he tratado de evadir en muchas ocasiones–, pero ya es tiempo de decirle lo que pasó con ella, sin embargo… siento que he olvidado algo…

Algo que está dormido en mi inconsciente y que por más que intente desesperadamente, no logro despertar.
Pero es algo importante.

Él se acaba de despertar y le noto agitado, me dice que tuvo una pesadilla, he intenta explicarme un poco lo que soñó:
–Papi, tuve un sueño –dice–. Algo muy raro.
–Cuéntame hijo –pregunto–. ¿De qué se trata?
–Sentía que estaba cansado, había corrido mucho –comenta Jeremías confundido–. Estaba persiguiendo a alguien. A una chica como la de los cuadros de la sala –concluye con rapidez en su afán de hacerme comprender.
Seguidamente me pregunta: “¿Quién es ella? ¿Cuál es su nombre?”
–Ella es… –vacilo un instante, pero al ver sus ojos expectantes prosigo–. Ella es tu mamá y está en el cielo; se llama Alicia.
–Se fue al cielo en un avión ¿verdad?; Alicia, aaaah… ¿Cómo el nombre que está grabado en la llave de mi cadeneta?, ¡dice Alicia cierto! A-LI-CI-A –pregunta él–.
–Que gusto que ya sepas leer tan bien, te felicito hijo –digo revolviendo sus cabellos de forma juguetona.
Él se ríe.
–Un poquito nada más –me explica con un gesto de la mano, juntando el dedo índice y el pulgar–. Mi tía me enseñó a leer mi nombre y este que está escrito aquí, el de mi mamá.
Es muy tierno.
–Sí, ese es el nombre de tu mamá y recuerda: –comento pensativo– “Cuando el sol tarde en salir al cielo podrás ir”.
–Entonces iré… cuando se muera el cielo…

Eso me desconcertó, pero recuerdo que así le dije un día en que vimos un eclipse de sol.
Jeremías es súper inteligente, se graba todo lo que decimos en esa mentecita suya, que a veces es mejor que la mía.
>>Y… ¿Qué fue lo que ella dijo cuándo se fue al cielo?; –me intercepta con mil preguntas– ¿se despidió de mí, dijo que me quería? O solo se fue sin decir nada…
Mi mente se suspende en los recuerdos, aquello que alguna vez olvidé, hoy he vuelto a recordar:


–Jaime escucha y no lo olvides, en el sótano que está detrás de nuestro cuarto, ese que nadie ha abierto por mucho tiempo busca un cofre, ahí… ahí podrás encontrar la verdad –dijo ella titubeando–.
–Pero ¿Cuál verdad Alicia?; ¿De qué hablas? ¡Me asustas!


Inmediatamente corro al cuarto y abro la puerta que da hacia el sótano para buscar ese cofre, pero por alguna extraña razón está cerrado; ¿Dónde estará la llave?, Alicia nunca mencionó ninguna llave. De pronto Jeremías entra en el cuarto y me dice:
–¿Qué haces papá, qué buscas? Por qué me dejaste hablando solo.
Al verlo entrar como enviado por la mismísima Providencia con la llave que cuelga de su cadena, se la arrebato del cuello y le pido que salga un momento, que debo hacer algo importante, algo de vida o muerte, él como siempre, me obedece y sale.

En este instante todo es silencio a mi alrededor, al abrir el enigmático cofre que como caja de Pandora oculta tantos secretos; frente a mis ojos pasa toda la vida de Alicia, sus recuerdos, sus anhelos, sus triunfos, sus fracasos, sus risas y sus llantos, todo está frente a mí.
Yo jamás supe de esto, me deja sin palabras, una vida secreta dentro de nuestra vida.
Que vueltas da el mundo ¿no? Hoy estas arriba mañana debajo, ayer eras feliz hoy te sientes triste y desorientado, ayer creías saberlo todo, y hoy descubres que no sabías ni el 1% de la verdad. Woow, que impactante es conocer que no sabes nada, y que la verdad está ante ti, para abrirte el alma y sanarte las heridas.
Acá hay fotos de Alicia, al parecer junto a sus padres muy niña, otras en algunos cumpleaños junto a Mery, hay también un viejo y empolvado diario que en la portada como título lleva “Sobre mi vida triste” y en la parte inferior dice: propiedad de Alicia Granados.
Al abrirlo, encuentro la única foto que alguna vez nos tomamos cuando estábamos en el liceo, y ahora que medito un poco, no entiendo por qué no nos sacamos más, solo esta foto en la que ni siquiera estábamos preparados, pero bueno nadie está preparado para la vida o para el amor y de todos modos llega, de imprevisto; sin embargo, basta de cavilaciones inútiles, de divagar en el desierto árido de mi mente, ahora es momento de saber toda la verdad, esa que tan ansiosamente quería contarme Alicia…

22 de noviembre de 1976:

Querido diario:
Me atrevo a escribir por primera vez, para contarte lo que siento, porque a parte de mi hermana, tú eres mi único confidente y por ello me atrevo a contarte todos mis secretos sabiendo que no me juzgarás, hoy escribo para contarte mis penas; las alegrías y temores de lo poco que he vivido, tan solo tengo 11 años y soy tremendamente infeliz, más infeliz que un manco que anhela tomar el agua clara con sus manos o más que un ciego que se asoma en su ventana buscando contemplar el ocaso por la tarde y solo logra ver las tinieblas frente a sus obscuros ojos, no sé si volveré a reír –creo que jamás volveré a hacerlo– aunque espero ansiosamente y con deseo volver algún día a sonreír; la muerte de mis padres en ese trágico accidente hacen ya 5 meses, el 7 de junio me ha dejado marcada para siempre; desde entonces mi hermana Mery ha estado muy distante conmigo, pero puedo entenderla, ella también sufre con todo esto y aunque no lo demuestre está muy dolida por dentro; desde antes que nuestros padres muriesen ella se dedicó a trabajar con apenas 11 años, hoy ya tiene 14 años.
Es ella la que me mantiene, por eso dejó sus estudios y se dedicó a trabajar de noche, en no sé qué cosa… que nunca me ha querido contar, creo que cuida señoras ancianas por la noche; Mery es muy bella e inteligente y ha sabido arreglárselas muy bien, la señora Rita, nuestra vecina de al lado , me echa un ojo por las noches cuando Mery no está para cuidarme –aunque en verdad no ve mucho que digamos–; la verdad es que Rita nos ha dado muchos consejos, yo me esmero por estudiar, eso es lo que siempre dice mi hermana. Quiero ser ya grande para ayudarla a trabajar en lo que sea que haga…. Espero que el tiempo pase volando para cumplir mis metas.

Después de leer esto, muevo rápidamente y de manera desesperada las hojas del diario y, me detengo a leer una nota de fecha reciente que dice:

30 de diciembre de 1984:

Querido diario:
Ya son bastantes los años, 8 largos años que llevas conociéndome y es mucho lo que sabes de mí: de mis triunfos y fracasos estas bien enterado, aunque son más lágrimas que risas las que te he brindado en las confesiones que he hecho para ti; por muchos años tú y mi hermana Mery han guardado fielmente los secretos que han embargado mi alma durante todos estos años de incomprensible vida que he llevado, por esto es que me veo en la rara pero necesaria razón de contarte todo sobre mí.
El motivo por el cual escribo nuevamente entre tus páginas, es para decirte sin temor a equivocarme que soy tan infeliz como aquella oportunidad en la que te escribí por vez primera, pero el motivo de mis tristezas hoy es diferente y, aunque encontré la felicidad que ansiaba, en los brazos de Jaime no es eso lo que hoy me agobia, sino que por el contrario es que, producto de aquel suceso innombrable, del que no es necesario hablar ahora, pues bien enterado estas de eso, me ha perseguido como el hedor a un cadáver esta extraña y repugnante enfermedad que los médicos llaman blenorragia.
Ellos me han pedido que me interne en el hospital, pero yo no he querido levantar las sospechas de Jaime, pues no quiero preocuparle; desde entonces y en el momento en que supe que me encontraba en estado, me alejé mucho de él, pues quiero resguardar su vida, aun así no quiero que se sienta desatendido por mí y se vaya a ir de mi lado y busque en otros brazos... lo que yo no puedo darle, tampoco quiero lastimarle, esta situación me agobia y me tiene entre la espada y la pared: “en una encrucijada”, pero no puedo negarte lo que siento, pues bien me conoces, y quiero que sepas que he sentido muchas veces que mi hijo crece dentro de mí como una enfermedad que me carcome y, eso en verdad me aterroriza, por ello y no voy a mentirte, muchas veces la idea de abortar a la criatura ha rondado mi cabeza por las noches, pero el solo pensar que eso acabaría con todas las ilusiones que tiene Jaime de ser padre me paraliza cada vez que intento hacerlo.
Sé que eso tampoco me libraría de mi cruel destino que es la muerte; por esto me siento tan miserable en este mundo cruel lleno de desdicha y soledad que consume mi alma hasta la muerte, y si llego a morir –que desde luego sucederá– y Jaime llegase a leer esto, espero sepa perdonarme y entienda que no puedo decirle de frente lo que aún no sabe…

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