Capítulo 41: Desafíos Inesperados

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La vida para Ana y Marcos en el nuevo apartamento parecía fluir con una estabilidad inesperada. Estaban disfrutando de su convivencia, aprendiendo a compartir el espacio y las responsabilidades del día a día. Los pequeños rituales, como desayunar juntos cada mañana o discutir qué película ver por la noche, habían comenzado a formar parte de la rutina que ambos habían deseado construir.

Sin embargo, como Ana bien sabía, la vida tenía una forma de interrumpir la calma con desafíos inesperados.

Una tarde, mientras Ana trabajaba desde casa, recibió una llamada de su madre. La relación con su familia había sido estable a lo largo de los años, pero siempre algo distante. Sin embargo, el tono preocupado de su madre la alertó de inmediato.

—Ana, cariño, necesito hablar contigo —dijo su madre, con una voz que Ana no había escuchado en mucho tiempo.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Ana, dejando su trabajo de lado.

—Es tu padre... ha estado enfermo últimamente. No te lo habíamos dicho para no preocuparte, pero los doctores dicen que es más serio de lo que pensamos —dijo su madre, su voz quebrándose al final.

Ana sintió un frío en el estómago. Aunque no tenía una relación particularmente cercana con su padre, lo amaba profundamente y sabía que siempre había sido una figura estable en su vida.

—¿Qué tiene, mamá? ¿Qué dicen los doctores? —preguntó, sintiendo que la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella.

—Es el corazón, Ana. Tiene problemas serios y necesitan hacerle más pruebas para ver si debe someterse a una cirugía. Pero... él está asustado, y yo no sé cómo ayudarlo —respondió su madre, luchando por no llorar.

Ana se quedó en silencio, tratando de procesar la información. Sabía que tendría que enfrentar esta situación de frente, pero no estaba segura de cómo hacerlo. Marcos era su refugio, pero esto era algo que requería toda su energía emocional.

—Voy a ir a verlo, mamá. No te preocupes, estaré ahí lo más pronto posible —dijo Ana, con determinación.

Después de colgar el teléfono, Ana se quedó sentada en el sofá por unos momentos, respirando profundamente para calmarse. Sabía que el próximo paso era hablar con Marcos y explicarle la situación.

Cuando Marcos llegó a casa esa noche, Ana lo recibió con una sonrisa cansada. Sabía que tenía que contarle todo, pero quería hacerlo con calma.

—¿Estás bien? —preguntó Marcos, notando de inmediato que algo no estaba del todo bien.

Ana asintió lentamente y se sentaron juntos en el sofá.

—Recibí una llamada de mi madre hoy. Mi padre está enfermo, y parece que es algo serio. Tiene problemas de corazón y necesitan hacerle más pruebas para decidir si necesita cirugía. Voy a ir a verlo, probablemente en los próximos días —explicó Ana, manteniendo la voz firme, aunque sentía que sus emociones estaban al borde de desbordarse.

Marcos la miró con preocupación y tomó sus manos.

—Lo siento mucho, Ana. Sé que esto debe ser muy difícil para ti. ¿Cómo te sientes con todo esto? —preguntó, en un tono suave y comprensivo.

Ana suspiró y apoyó la cabeza en su hombro.

—No lo sé. Parte de mí está asustada, pero también siento que necesito ser fuerte por mi madre. Ellos siempre han sido estables, y ahora que mi padre está vulnerable, me siento... perdida —confesó Ana.

Marcos la abrazó con fuerza.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo. Puedes sentir lo que sea que necesites sentir, y estoy aquí para apoyarte en todo. Si quieres, puedo ir contigo a verlo —sugirió Marcos, ofreciéndole su presencia de manera incondicional.

Ana sonrió levemente, sintiéndose agradecida por el apoyo de Marcos.

—Gracias, Marcos. De verdad, te lo agradezco. Pero creo que esta vez necesito ir sola. Quiero estar con mi familia y asegurarme de que mi madre esté bien. Pero te agradecería mucho que me llamaras mientras esté allá, para no sentirme tan sola —dijo Ana, con una sonrisa cansada pero genuina.

—Por supuesto, te llamaré todo lo que necesites. Y si en algún momento cambias de opinión y quieres que vaya, solo dímelo —respondió Marcos, dándole un suave beso en la frente.

Al día siguiente, Ana hizo las maletas y partió hacia la casa de sus padres. El trayecto fue largo, y aunque intentaba mantenerse positiva, los nervios no dejaban de acompañarla. Sabía que ver a su padre en esa condición sería difícil, pero también sabía que era necesario.

Cuando llegó a la casa de sus padres, su madre la recibió con un abrazo fuerte, visiblemente emocionada por su llegada. Después de intercambiar algunas palabras de apoyo, Ana fue a ver a su padre. Él estaba en su habitación, visiblemente más delgado y pálido de lo que recordaba.

—Hola, papá —dijo Ana, entrando con cuidado en la habitación.

Su padre la miró y sonrió débilmente.

—Hola, hija. Me alegra verte —respondió, con una voz suave y cansada.

Ana se acercó y se sentó junto a su cama, tomando su mano.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, tratando de no dejar que la preocupación se apoderara de ella.

—He estado mejor, pero estoy bien ahora que estás aquí —respondió él, apretando ligeramente su mano.

Pasaron las siguientes horas hablando de cosas sencillas, evitando tocar directamente el tema de su salud. Ana sabía que su padre no quería preocuparla más de lo necesario, y ella intentaba seguir su ejemplo, manteniendo la conversación ligera.

Esa noche, después de asegurarse de que su madre estaba bien, Ana se acostó en su antigua habitación, recordando los tiempos en que las preocupaciones parecían mucho más pequeñas. Decidió llamar a Marcos para contarle cómo había sido su día.

—¿Cómo te fue? —preguntó Marcos, con suavidad.

—Fue difícil, pero estoy bien. Mi padre se ve más débil de lo que pensaba, pero estoy contenta de haber venido. Creo que esto es justo lo que necesitábamos, estar juntos como familia —respondió Ana, sintiendo una mezcla de nostalgia y alivio por compartir sus pensamientos con Marcos.

—Me alegra saber que estás allí con ellos, Ana. Y recuerda, no tienes que cargar con todo. Si necesitas hablar o desahogarte, estoy aquí —dijo Marcos, en un tono lleno de apoyo.

Ana sonrió, agradecida de tener a alguien en quien confiar.

—Lo sé, y gracias. De verdad, no sé qué haría sin ti —dijo Ana, con sinceridad.

Esa noche, mientras intentaba dormir, Ana pensó en cómo habían cambiado las cosas en su vida. El miedo y la incertidumbre seguían presentes, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía una red de apoyo sólida. Sabía que las próximas semanas serían difíciles, pero también sabía que estaba lista para enfrentarlas, con su familia a su lado y Marcos siempre apoyándola.

Poliamor - Tres corazones, un solo amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora