Capítulo 38:

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Capítulo 38:

Cinco años atrás:

Termino de meter las zapatillas de danza en su funda. Aunque ya están bastante magulladas, me tienen que seguir durando al menos tres concursos más, ya me lo advirtió mamá. Me aprieto los cordones de los tenis con fuerza, al mismo tiempo que me cargo la mochila al hombro, no sin antes resoplar con esfuerzo. El ensayo de hoy ha sido mortífero, las piernas mi tiemblan del cansancio, mientras que mis brazos me reclaman a gritos que deje de coger peso. Aún así, me siento satisfecha, contenta y feliz. Lo sé, es bastante contradictorio, pero sentirme así de cansada demuestra que ha sido un ensayo productivo, y teniendo en cuenta el concurso regional que se presenta el fin de semana que viene, es motivo más que suficiente para ser feliz.

Por ello, cuando salgo de la academia lo hago con la sonrisa más grande que tengo, al mismo tiempo que me despido de las pocas compañeras que aún quedan en la sala de baile. Saco mi teléfono, con una sola persona en mente. Bueno, quizá dos, pero a la otra no la cuento, han pasado años como para tenerlo presente. Mierda.

Yo: Acabo de terminar, a las ocho en casa?

No recibo ninguna respuesta, pero teniendo en cuenta que los gemelos y Roberto son inseparables, tampoco la necesito, sé que a las ocho estará allí. Si no es porque haya leído el mensaje, será porque esté jugando a alguna mierda en la play con mis hermanos.

–Muy contenta te veo hoy –la columna vertebral se me endereza. Todos y cada uno de mis músculos se ponen en alerta.

Confirmo la identidad de la persona que habla en cuanto levanto la mirada del teléfono móvil. Es más, confirmo que se dirige a mi por la forma en la que sus pasos, amenazantes, se acercan cada vez más a donde yo estoy, invadiendo mi espacio personal, junto con la sonrisa más cínica que jamás he visto. Adam.

–¡Sí, es a ti! –Mario, el amigo de Roberto, se me acerca por detrás, rodeándome cual presa–. Joder, como apestas, ¿es que no te han enseñado la importancia de una buena ducha, marrana?

No contesto, no porque no sepa que decir, sino porque no vale la pena. Además, las risas que escucho a mi espalda me confirman lo peor: Isabel y Celia.

–¿Te creías que podías salirte con la tuya? ¿Que una zorrita como tú podía quitarme lo que es mío? –la rabia en cada palabra que sale de la boca de Isabel, me crispa los pelos. No hace falta que me explique a qué se refiere, lo sé a la perfección: Roberto.

–Contesta, joder –Celia levanta la mano e incluso antes de poder verla venir, la estampa con fuerza contra mi cara. La mejilla me laten con violencia, mientras el calor se adueña de mi cuerpo debido a la humillación del momento. Todos se ríen, como si lo que acabase de ocurrir fuese lo más gracioso que han vivido en sus vidas–. Cójanla.

El terror invade cada célula de mi organismo y entonces sí, reacciono. Echo a correr, o al menos lo intento, porque Adam y Mario son mucho más rápidos que yo y me detienen prácticamente al instante. Intento patalear y gritar con fuerza, con suerte alguna de las chicas que quede dentro de la academia podrá oírme. Pero el mayor de los terrores me congela en el momento en que veo como Isabel saca un rollo de cinta americana y con la ayuda de sus dos amigos, quienes me retienen con fuerza, consigue taparme la boca.

¿Dónde coño está Roberto? ¿Por qué no está aquí?

Es increíble, pero es lo primero que se me viene a la mente antes de sentir como los dos chicos me levantan del suelo sin mucho esfuerzo y me arrastran hacia el descampado que se encuentra tras la academia. La mezcla de pánico y adrenalina que recorre mis venas no es tan fuerte como Adam y Mario, lo sé porque a pesar de la forma en la que me resisto entre sus brazos no soy capaz de soltarme ni siquiera un poco de su agarre.

Para cuando estamos lo suficientemente lejos de la civilización y, por lo tanto, de que alguien nos pueda oír, me tiran al suelo, consiguiendo que me clave un par de piedras en uno de los costados de mi cuerpo. Gruño con fuerza y las lágrimas pronto se me saltan, pero a pesar de todo el miedo y el dolor que estoy sintiendo, no me permito soltarlas. No les daré esa satisfacción. Hoy no.

–No sé como coño lo has hecho –habla entonces Isabel, mientras Adam me toma de los brazos y Mario de las piernas, inmovilizándome–. Aunque ahora que te veo así, desde esta perspectiva, entiendo que haya venido corriendo a mis brazos a contarme lo que le has obligado a hacer durante estos meses.

No entiendo. Ahora sí que no entiendo nada. Pero tampoco puedo preguntar, porque mis labios están sellados.

–Oh, no te hagas la tonta –Celia vuelve a alzar su mano, pero esta vez me agarra del pelo con fuerza, subiéndome la cabeza y hablando a centímetros de mi cara–. Ya sabemos que has obligado a Roberto a estar contigo durante estos meses. ¿Te crees que no nos íbamos a enterar?

–Se acabaron tus amenazas, foca. Jamás volverás a acercarte a él, nunca –esta vez es Isabel, quien desde su altura saca una navaja que al instante congela mi respiración.

–¿Amenazar con chivarte a la profesora de su falta de involucración en el trabajo? Te creía más creativa –me susurra Adam al oído, mientras se ríe.

Su cercanía me produce un asco terrible. Tanto es así que a punto estoy de olvidarme de la cuchilla afilada que sostiene Isabel en sus manos. Llegados a este punto la respiración se me ha cortado, de hecho, el aire no es que entre muy bien en mis pulmones. Intento gritar, cuando veo como se agacha, pero me es imposible, lo único que sale de mi garganta son gritos ahogados por la cinta.

Isabel raja mi malla sin pensárselo dos veces. Esa jodida maya que tanto esfuerzo y trabajo les ha costado a mis padres, porque no es que sea precisamente barata. Mientras, caigo en la cámara que sostiene Mario, aunque por la expresión de satisfacción de su cara me doy cuenta de que lleva tiempo grabando. Trato de no removerme mucho, con el pánico palpitando en mi garganta y la esperanza de que no llegue a rajar mi piel. Pero entonces recaigo en lo peor.

Celia saca un alambre de metal junto con un mechero. Lo enciende y pega a él el fino alambre. Repite la hazaña al menos unas ocho veces más, hasta que el hilo de metal se vuelve de un rojo incandescente que acaba de convertirse en mi peor pesadilla. No me hace falta ser tan lista como me creo para saber lo que esta apunto suceder.

Le pasa el metal a su amiga, quien todavía se encuentra arrodillada sobre mi cuerpo. En este momento ni siquiera escucho las risas de los chicos o las falsas acusaciones de la novia de Roberto. O quien yo creía que, llegados a este punto, sería su ex. Lo único que soy capaz de oír es el ritmo frenético al que corre mi corazón, el zumbido de la sangre que corre por mis venas, en busca de algo que pueda hacer para salir de esta. Pero pista, no puedo hacer nada. Yo ya estoy sentenciada. En el momento en que Isabel pega el metal sobre mi piel lo corroboro.

El grito desgarrador que intenta salir de mi boca solamente sirve para desgarrarme las cuerdas bocales, porque la cinta no cede a la fuerza que hacen mis labios por abrirse. Una lágrima torpe me escapa de un ojo. El dolor me recorre todas y cada una de mis terminaciones nerviosas, recordándome que estoy viva, pero sin saber por cuanto tiempo más. Me remuevo sin mucho éxito, ya que los chicos cumplen bien con su labor. Ni siquiera me atrevo a mirar a la cámara que Mario sigue sujetando, no quiero que nadie pueda llegar a reconocerme si algún día ve esto. No sé cuanto tiempo transcurre, lo que sí se es que para cuando me sueltan, dejándome tirada en el suelo, revolcándome en mi propio dolor y en mi propia humillación; yo siento que han pasado años.

–Esto es para que nunca te olvides de lo que eres –escupe Isabel.

–"G" de gorda –me señala entonces Celia.

–Marcada... como los cochinos –ríe Adam.

Se marchan corriendo, mientras aquí me quedo yo, tirada en el suelo, con la maya rota, llena de tierra y con un dolor agudo que recorre la parte izquierda de mis costillas, justo debajo del pecho.

"G de gorda"

Sin darme cuenta, esas palabras permanecerán en mi mente toda la vida. 

ÚNICAMENTE TÚ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora