Capítulo 30:
Voy de camino al pueblo, mientras escucho un cedé viejo de RBD que no para de trabarse, aunque es tan perfecto para la ocasión que tampoco me planteo quitarlo. Sus canciones, por lo general, son vomitivas, pero ahora que siento que en cualquier momento mi corazón se hará añicos, es ideal para terminar de destruirme.
¡Maravilloso!
Nótese la ironía.
El pie derecho empuja contra el acelerador cuando una ráfaga de imágenes invade mi mente: la tarde en casa de Ethan, su hermana, sus manos sobre mi cuerpo, su torso desnudo y su ropa interior. Necesito deshacerme de todo ello o de lo contrario, perderé el juicio. Más de lo que considero haberlo perdido ya, después de estas semanas junto a él, y aunque suene kamikaze, el único alivio que encuentro ahora mismo es el de la velocidad. Aunque a decir verdad, tampoco es nada nuevo.
Pero si tengo que ser sincera, lo más frustrante de todo esto es no tener ni idea de lo que me está pasando. O bueno, más bien, ser completamente consciente de que, a pesar de haber sido siempre muy cauta con este tipo de situaciones, estoy perdido el control una vez más. Y yo no soy así. Estoy perdiendo el control cuando me prometí a mi misma no volver a hacerlo, no volver a sentir nada por nadie que no fuese estrictamente de mi familia, no volver a sentir con el corazón, solo con la razón. Me estoy fallando y, ahora que es tarde, lo sé. Y lo peor de todo es que me tocará a mi arreglar toda esta mierda. Porque ¿a quién, si no?
Aparco frente a la puerta de casa, como de costumbre, pero no bajo del coche. Necesito terminar de despejarme la mente, necesito tranquilizarme y recomponer mi humor, porque lo último que quiero y deseo es pagar todo este descontrol que siento con mi familia. Tomo aire profundamente y lo suelto despacio. El ritmo de mi corazón va aminorando y la ansiedad se va calmando. Miro mi aspecto en el espejo retrovisor. Los rizos enmarañados, los ojos tristes, los labios secos de las lágrimas que han tenido que tragar. A penas me reconozco. Tiro de mi cabello y me hago un moño alto y estirado para al menos parecer un poco más decente. Me restriego un poco los ojos, en un intento por... no sé, ¿hacer desaparecer la rojez de ellos? Evidentemente no funciona. Paso la lengua sobre mis labios, humedeciéndolos, aunque provocando que se me resequen aún más si cabe. Extingo cualquier pensamiento relacionado con mi jefe y me decido a bajar de la camioneta y entrar en casa.
Cuando abro la puerta, ese olor a hogar impacta contra mis fosas nasales. Y no sé como lo hace, pero consigue tranquilizarme. Creo que mi cerebro ha entendido que estamos muy lejos de esa sede, de ese hombre y de todo lo relacionado a él. No se escucha nada por los alrededores, más que el sonido del agua hirviendo en la cocina. Es bastante raro encontrar esto tan tranquilo. Me adentro aún más, hasta que el olor a sopa consigue sustituir ese olor hogareño que tanto caracteriza esta casa.
–¿¡Hay alguien aquí!? –grito, aunque teniendo en cuenta que el fuego está encendido, sé de sobra que alguien habrá. Mi familia está desquiciadamente loca, pero no tanto como para dejar la casa sola y la comida al fuego.
–¡Enana! –siento que me rodean por detrás, apretándome contra un torso masculino que identifico enseguida con el de alguno de los gemelos. Pero es esa fuerza característica y esas ganas de verme, la que hace que finalmente sepa de quien se trata. Denis, como no, es quien consigue hacerme reír con verdaderas ganas y por primera vez desde que llegué a España.
–Vaya, no sabía yo que me echases tanto de menos –digo en tono de burla.
–Ah, si no lo hago, es simple aburrimiento –pellizca mis mejillas, cual niño pequeño, consiguiendo que le gruña en la cara y le propine un golpe en el hombro, que lejos de dolerle le causa gracia.
Entonces veo salir de la cocina a Adler y al instante se me pasa por la cabeza Valeria, de quien no he sabido mucho en estos días. Me he centrado tanto en el viaje, en el trabajo y en mi vida que no he tenido en cuenta a la gente que me rodea. Al instante me siento culpable de haber dejado abandonadas a las personas que realmente merecen la pena. Debería mandarle un mensaje, pero antes:
ESTÁS LEYENDO
ÚNICAMENTE TÚ.
RomanceEthan y Casie se conocen desde hace años, aunque todavía no sean conscientes de ello. Tras la entrada de esta en la gran multinacional del joven empresario, Ethan Selly, sus vidas experimentan un cambio de ciento ochenta grados. La impulsiva, tempe...