Capítulo 15:

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Capítulo 15:

Cinco años atrás.

Mentiría si no dijese que las mariposas revolotean en mi estómago, causando estragos en mis nervios. No entiendo que mi cuerpo reaccione de esta forma. De hecho, la última vez que actuó así fue hace casi cuatro años ya. Sí, cuatro años, desde la graduación de mis hermanos... bueno, y de él. A veces, aún sigo pensando qué habrá sido de su vida. Pero bueno, eso es pasado. Y lo importante es que, ahora mismo me encuentro en mi cuarto, cual niña chica, mirándome en el espejo mientras compruebo que mis rizos estén en orden. Bueno, todo lo ordenado que pueden estar después de una clase de danza.

–¡Esto es ridículo!¿Se puede saber que te pasa? –me regaño frente a mí misma, hasta que me doy cuenta–. ¡Genial! Ahora parece que estoy esquizofrénica.

Justo entonces unos golpes en la puerta se hacen presentes. La respiración se me corta, hasta el punto de no poder articular palabra. ¿Qué coño? No entiendo porqué estoy tan nerviosa, ni siquiera es la primera vez que lo veo. Los golpes vuelven a sonar, esta vez más insistentes.

–¡Adelante! –consigo gritar. Sí, gritar, porque por lo visto mi cabeza ha entrado en cortocircuito y ya ni siquiera sé controlar el tono de mi voz.

Cuando la puerta se abre aparece él... claro que, junto a los gemelos, como no. Esto provoca que ponga los ojos en blanco y quejas por parte de Denis, que se ve que últimamente no tiene nada mejor en lo que fijarse que en mis expresiones faciales. No para de decirme que parezco Emilia Clarke, pero de los chinos, porque está claro que mis expresiones no son para nada naturales. Así que, como siempre: le hago el corte de mangas.

–Largo de mi cuarto, ya mismo –sentencio en cuanto veo sus intenciones por quedarse.

–Vamos hermanita, que no venimos a molestar. Todo lo contrario, podemos ayudarles, incluso –la buena fe de Adler resulta más falsa que un billete de tres euros, por ello vuelvo a poner los ojos en blanco, provocando esta vez el mosqueo de Denis.

–¿¡Puedes dejar de hacer eso!?

–No parare hasta que no te vayas de mi cuarto –vuelvo a repetir el gesto. Y tengo que confesar que ahora sí me he pasado de falsa.

–Venga chicos, después nos vemos –por fin alguien entra en razón. Y para ser justos, que sea Roberto me sorprende bastante–. No me la enfaden, que después seré yo quien se coma sus cabreos.

A regañadientes, los gemelos salen de mi habitación. Y entonces, sucede, Roberto y yo nos quedamos a solas, por primera vez. Bueno, por primera vez al menos en mi cuarto. Las mariposas vuelven a resucitar y los nervios a resurgir. No entiendo que me pasa, pero tampoco trato de hacerlo. Simplemente observo como Roberto suelta sus cosas en el suelo, saca lo esencial y se sienta en la silla de mi escritorio. Como si fuera algo que ha hecho toda la vida.

No sé muy bien como actuar, así que, por mi parte me acerco a donde él se encuentra, y como solo tengo una silla decido que la mejor opción es sentarme sobre el escritorio, asumiendo el riesgo de que se pueda caer por mi peso. Aunque, con suerte, eso no llega a pasar. Roberto me observa desde su posición, con lo que consigo descifrar es bastante curiosidad.

–¿Has encontrado algo nuevo? –pregunta entonces.

–Sí, te lo he dejado todo apuntado aquí –me estiro para alcanzar la libreta que tengo al otro lado del escritorio, provocando que la pequeña camisa se me suba y deje a la vista parte del sujetador deportivo que llevo debajo. Justo he salido de danza y no me ha dado tiempo de cambiarme. Consecuencia de ello son también los pequeños pantalones que llevo puestos. Por eso, cuando me doy cuenta, me maldigo internamente por no haberme cambiado nada más llegar. Las personas que me conocen saben que odio cualquier tipo de ropa apretada o corta que deje mi cuerpo expuesto.

Cuando voy a hacer amago de entregársela, me doy cuenta de como me mira, no solo a mi, sino también a mi cuerpo. Y esta vez la curiosidad no cubre su mirada... es algo más, algo que no sé descifrar, pero algo más. Su mano sube por mi pierna descubierta, al tiempo que la otra coge la libreta que se ha quedado en el aire. Mientras tanto, mi respiración se entrecorta al sentir su tacto y mi piel se eriza. Sus manos están frías, pero me gusta, porque de alguna forma calma mis nervios, aunque cause un torbellino de emociones a cambio.

Roberto y yo llevamos unos cuantos días con este trabajo. Se supone que nos toca exponerlo dentro de un par de semanas, así que deberíamos de estar terminándolo, pero nada más lejos de la realidad. Debido a los problemas de control que tiene con Isabel, cada vez se nos hace más difícil cuadrar para vernos. Por eso, con la excusa de que ha venido a ver a mis hermanos, hoy nos hemos podido reunir en un ambiente un poco más privado. Y la verdad es que ya iba teniendo ganas.

Últimamente Roberto no es el mismo chico juguetón que se metía de vez en cuando conmigo cuando éramos niños. El que se ría de mi por no saber jugar a fútbol o por ir a clase de ballet en vez de quedarme con mis hermanos y él en el parque, jugando a cualquier tontería. Últimamente Roberto ha madurado, y aunque de vez en cuando, mientras estamos en el instituto sigue permitiendo que sus amigos se metan conmigo, cuando estamos a solas ha empezado a ser bastante cariñoso y detallista. Justo como hoy, con sus caricias... o como hace una semana, cuando llegó a la biblioteca con un picnic entero para que merendásemos juntos, o cuando... ¡STOP, CASIE!

–¿Tú has hecho lo que te pedí? –pregunto, conocedora de su repuesta.

–Por supuesto, preciosa –me guiña un ojo. Y no es solo es el hecho de que haya encontrado la información que le pedí lo que me sorprende, sino más bien el apelativo que utiliza, que me revuelve los nervios y los pone a flor de piel.

–Vaya, veo que te lo estas tomando en serio –bromeo, mientras cojo los folios que me tiende. Es en el momento en que nuestros dedos se rozan cuando siento esa electricidad que llevaba años sin probar. No es tan intensa, pero me gusta, porque del mismo modo no me agobia tanto como cuando aquel chico... no es momento para recordarlo.

–Deja que te explique una cosa –entonces se pone en pie, metiéndose entre mis piernas, acortando la distancia que nos queda.

La respiración se me entrecorta, pero hago todo lo posible para que él no se de cuenta. Y así pasamos toda la tarde, entre caricias, acercamientos, respiraciones que se me quedan atascadas en mitad de la garganta, y lo menos a lo que le dedicamos tiempo, como ya es costumbre, es al trabajo. 

ÚNICAMENTE TÚ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora