Capítulo 21:

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Capítulo 21:

El fin de semana llega sorprendentemente rápido, pues parece que cuanto menos deseas que llegue algo, más rápido pasa. Es viernes por la noche y ni siquiera me he atrevido a ir al pueblo al salir del trabajo. No quiero saber como se tomarán la idea del viaje mi familia -aunque no tiene que ir mal, después de todo es trabajo- y aunque suene cobarde, cuanto más lo retraso menos culpable me siento.

El timbre hace un estruendo que consigue sacarme de mis angustiosos pensamientos de un susto que podría facilitarme sin problema alguno el infarto. Miro el reloj. Son las diez de la noche, ¿quién puede ser a estas horas? Dentro de mí hay una alarma que grita: PELIGRO; pero también hay otra que grita: CURIOSIDAD. Y casi que por instinto suicida, le hago más caso a la segunda que a la primera. Cojo el pinganillo y pregunto de inmediato:

–¿Quién es?

– Soy Ethan, abre –ordena.

Y como si fuera poco el infarto que casi me acabo de llevar, ahora mi corazón parece que se va a desbocar. ¿Qué coño hace él aquí? No he sabido nada de él desde el lunes. Nuestra comunicación se ha basado en emails y cuando he tenido que entregarle documentos me he asegurado de que no estuviera por las inmediaciones de la sede para escabullirme en su despacho o dejárselos directamente a Marta. Sí, se puede decir que lo he estado evitando, pero total, ya había dicho que lo haría y no me arrepiento de ello. Aunque mi cuerpo y mis nervios opinen lo contrario y me reclamen todos los días el mero hecho de verlo.

Por unos segundos me debato entre abrirle o directamente bajar yo al portal para ver qué es lo que quiere. Pero cuando me miro en el espejo de la entrada, me doy cuenta de que a lo mejor sería un poco inapropiado andar por las zonas comunes con este minúsculo pijama de verano. De hecho, el timbre vuelve a sonar, pero esta vez no acudo al interfono. ¡Menuda impaciencia! Le abro la puerta del portal y espero a que suba.

No le doy el placer de esperarlo con la puerta abierta, quiero que se dé cuenta de que no es bienvenido. Así que, espero a que el timbre de mi piso vuelva a sonar. Cuando esto ocurre, con todos los nervios a flor de piel y un corazón que late a la velocidad de la luz, me acerco a la puerta, la abro y... ahí está él, con una de camiseta de tirantes, unas bermudas deportivas y las converses que hacen que parezca más joven de lo que ya de por sí es. Parece que viene de hacer ejercicio, de hecho su pelo despeinado y las perlas de sudor que cubren su frente lo delatan. Incluso me atrevería a decir que está más grande, que sus músculos están más definidos. Como si eso fuera posible.

– ¿Qué haces aquí? –le reclamo, con el ceño completamente fruncido, intentado por todos los medios ocultar como mi cuerpo me traiciona cuando se trata de él.

–¿Puedo pasar?

–No –digo con rotundidad. Ahora es él quien frunce el ceño y parece molesto. Pero la verdad, no sé que se esperaba. Se presenta en mi piso, dando ordenes, sin ser ni siquiera invitado. Y aún así todos mis nervios me delatan. Por eso, me tengo que mantener firme.

–¿Por qué no estás en el pueblo? –me acusa.

Y no sé si es por el impacto que causan sus palabras en mi o si es el hecho de no entender cómo se ha enterado, lo que me hace dar un par de pasos hacia detrás. Ethan se aprovecha de mi flaqueza, entra en mi piso y cierra la puerta con determinación.

–¿Sabes que estás cometiendo un delito de allanamiento de morada? –intento cambiar de tema. Y digo intento, porque él simplemente resopla y me vuelve a mirar con esos ojos verdes y fríos que siempre me dedica cuando cree que estoy haciendo algo mal. ¡Que le den!–. Mira, señor Selly –lo ataco, porque no sé otra forma de actuar, pero veo en el enfado de sus ojos que ha funcionado y me reconforta–, no sé con que derecho se cree que ha nacido, pero meterse en la vida privada de sus empleados no es uno de ellos.

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