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Que hermosos son los domingos cuando está papá y cocina asado. La música de cuarteto de fondo. Vino, birra y gaseosa sobre la mesa del patio. No nos importaba nunca si hacía calor, debajo de la sombra del árbol todo era mejor, más cálido, más familiar. Papá, Valen y mi tío, se encargaron de todo, hasta de poner la mesa. El primer pedacito de carne, para nosotras dos, como siempre. Terminamos de comer.

—Juli. —hablo papá, lo mire.— tenemos que decirte algo, con mamá y tu padrino.

—¿Qué cosa? —pregunte, con curiosidad.

—¿A que pensas que vine a Córdoba?. —interrogo, mi padrino.

—no se, casi no estuviste en casa. —respondí.

—Hija, después de mucho hablarlo y pensarlo con tu mamá... creemos que lo mejor es que te vayas a vivir a Buenos Aires.

Me quedé en shock por unos segundos. Cuando miré a Valen, casi me atraganto de la risa al verlo escupir la coca que acababa de tomar, ahogándose de la sorpresa.

—¿Qué? —corrí hacia mi papá, subiéndome encima como cuando era chiquita—. ¿Es en serio? ¿De verdad?

Papá asintió con una sonrisa tierna, mientras mamá, con los ojos llenos de lágrimas, se acercaba también.

—Sí, mi vida. Sabemos que en Buenos Aires tenes más oportunidades, especialmente en fotografía. Aparte, no vas a estar sola —dijo mamá, con la voz entrecortada.

Sentí que el corazón me explotaba de la emoción. Mis ojos se llenaron de lágrimas en segundos, y las palabras se me atoraron en la garganta.

—Gracias, gracias. Juro que no los voy a decepcionar —dije, abrazándolos a ambos con fuerza, las lágrimas ya corrían por mis mejillas.

—Nunca nos decepcionaste, hija. Sos nuestro mayor orgullo —me susurró papá al oído, mientras mamá asentía, apretándome contra su pecho.

—Los amo tanto... En serio, gracias por confiar en mí —dije, intentando contener el llanto, pero era imposible. Nos abrazamos más fuerte, sin poder separarnos, como si quisiéramos congelar ese momento.

Después de lo que pareció una eternidad, me acerqué a mi padrino, que estaba de pie, observándonos con una sonrisa orgullosa.

—Sé que fue idea tuya... Gracias —le dije, abrazándolo fuerte y dejando un beso en su cabeza. Mi corazón seguía latiendo a mil por hora.

—De nada, princesa. Pero, la verdad es que te necesito allá. Desde la final de la FMS, no paran de pedirme tu contacto para fotos —dijo, con una sonrisa cómplice.

Me reí entre lágrimas, abrazándolo más fuerte.

—Gracias, en serio. Estoy tan feliz... No puedo creerlo.

—aparte, sos buena compañía... bueno, sos como la hija que nunca tuve. —agrego.

—vos sos como mi segundo papá.

—bueno, che. Basta que me pongo celoso. —bromeo, papá.

Después de hacer sobre mesa, hablar de todo lo que tendríamos que hacer ahora. Me senté en el pasto junto a Valen, que seguía mirándome con esos ojos celestes que brillaban.

—No lo puedo creer —susurré, más para mí que para él—. Buenos Aires, no lo creo todavía.

—Yo tampoco —dijo el morocho, comiendo sandia—. Pero me alegra un montón. Vamos a vernos más seguido.

Sentí que una parte de mí se relajaba al escucharlo decir eso. Me recosté un poco en su hombro, mientras mamá y papá hablaban entre ellos. El calor de su cuerpo me tranquilizaba.

La Fotógrafa del Freestyle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora