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Abrí los ojos despacio, dejando que la claridad se fuera haciendo parte, lo primero que sentí fue una calma que hacía tiempo no experimentaba. A mi izquierda, el sol entraba por la ventana, llenando la habitación con ese tono dorado y cálido. Afuera, se escuchaba el ruido del centro de Córdoba, el caos de la ciudad empezaba a despertar, junto con el sonido de unas palomas que seguro tenían un nido cerca.

A mi derecha estaba Lucas. Dormía tan profundamente que su respiración se mezclaba con el leve ronquido que dejaba escapar de vez en cuando. Tenía un brazo sobre mi estómago, mientras el otro lo usaba como almohada debajo de mi cuello. Su cabeza apoyada ligeramente sobre mi hombro, con la boca apenas entreabierta, lo que me hizo sonreír. Sentí un calor en mis pies, era la labradora chocolate que se había acomodado, tan estirada que ocupaba casi todo. Podía jurar que pesaba más que yo, pero ver cómo dormía me parecía tan tierno que ni pensaba en moverme para no molestarla.

Esos segundos cuando recién te despertás y todo parece perfecto, porque el cerebro todavía está dormido... en ese instante quiero quedarme a vivir. Me quedé en silencio, sintiendo cómo los rayos del sol intentaban calentar el frío de la mañana de invierno. Mi mente estaba en blanco, sin recuerdos ni culpas que me atormentaban. Era como si, al menos por unos momentos, mi adicción y todo lo que llevaba encima desaparecieran.

De repente, sentí cómo el abrazo de Lucas se hacía más fuerte. Me envolvió y me pegó a él, y supe que ya no dormía. Giré para mirarlo y me encontré con esos ojos marrones que me miraban con dulzura. Una sonrisa somnolienta se le dibujó en el rostro, como si todavía estuviera soñando.

Pasé mis dedos por su pelo desordenado y le devolví la sonrisa. Quería que se congelase para siempre ese momento en el que su respiración caliente choca contra mi piel, en dónde me dice que todo está bien.

—Buen día, Lu. —le susurré.

—Buen día, bonita. —hablo en mi mismo tono, mientras pasaba su nariz por mi mejilla— anoche dormiste re bien.

—¿En serio? —pregunte, para confirmar.

—Si, no te despertaste, ni siquiera te moviste ni un poco. Así como estás ahora te quedaste. —respondió.

Era un real alivio escuchar eso, porque desde que vine las noches me abrumaban y eran lo peor.

—Capas estoy avanzando para curarme. —dije con algo de emoción.

—¿Capas? Estás re avanzando. No sabes lo orgulloso que estoy de vos, mi vida. —dijo con orgullo y besó mi sien.

Le hice una sonrisa tímida, y me acurruque más en él.

—Bueno... te tengo una pequeña sorpresita. —volvió a hablar. Lo miré para que siguiera— Ayer hablé con mi viejo y me permitió que fuéramos a desayunar a un bar.

—Ay no, Lu. Me encantaría pero no quiero que sigas gastando plata en mi. —le dije con algo de pena.

—Voy de nuevo... Me permitieron llevarte a desayunar a un bar, y que tomes un café como a vos te gusta. —repitió, ignorando lo que dije.

—¿Dónde me va a llevar, señor Larrazábal? —le seguí.

—No muy lejos de acá, y también puede ir la chancho. —dijo.

La chancho le decíamos a Diana, porque realmente era gorda y aunque estaba a dieta no bajaba ni un gramo.

—¿Vamos? —preguntó, parecía más feliz que yo.

—Vamos, Lu. —respondí.

Antes de levantarnos me apoye en su pecho, su mano acariciando mi espalda. Nuestras miradas eran una. Me levanté un poco para llegar a su boca, y sentir sus labios. Me deje llevar bastante por el momento, así que agarre su mano y la lleve a unos de mis pechos haciendo que lo apretara.

La Fotógrafa del Freestyle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora