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Empecé a caminar por mi nuevo departamento, aún sin creerlo. Cada rincón me pertenecía y eso me hacía sentir un nudo en el pecho, una mezcla de alegría y miedo. En medio de esa emoción, olvidé que no estaba sola. Valen estaba apoyado contra la pared, con los ojos clavados en el piso. Sentí su mirada cuando levantó la vista, notando que lo estaba viendo. Se acercó lentamente, casi arrastrando los pies, y tomó mi cara entre sus manos.

—¿Me vas a dar bola, Juli? —preguntó con un tono suave pero dolido—. Estoy acá como un boludo.

—Perdón, fue la emoción... —respondí, aunque en realidad sabía que era más que eso.

—No, hace desde que te bajaste del colectivo que estás así. —Su mirada me atravesaba—. No me querías ver, ya sé. Pero yo sí te extraño. —Sus dedos rozaron mi mejilla, suavizando un poco su tono—. Hace dos semanas que no sé nada de vos, no me contestas, no subís nada a Instagram... Entiendo que la mudanza es un quilombo, pero tenés tiempo para responder.

—Tenes razón, perdóname. —Mi voz salió casi forzada.

Sabía que era el momento para decirle la verdad. Pero había algo en el azul de sus ojos, algo reconfortante, que me detenía. No era justo. Para ninguno de los dos.

El choque de nuestros labios fue brusco, cargado de su frustración y de algo que parecía más desesperación que cariño. Me besó con más intensidad de la que esperaba, como si quisiera asegurarse de que aún sentía algo por él. Luego besó mi frente y me envolvió en un abrazo cálido que, aunque respondí, mi mente estaba en otro lado. Con otra persona.

—Te extrañé mucho. —admitió, acariciando mi espalda con suavidad.

—Yo también, Valen. —mentí.

—¿Querés que empecemos a acomodar las cajas? —dijo, entusiasmado.

—Sí, me encantaría que me ayudes. —Sonreí débilmente.

Nos pusimos a ordenar. Eran unas diez cajas, y me sorprendió lo rápido que avanzamos. Mientras acomodábamos mis cosas, la sensación de independencia se hacía más fuerte. Este era mi lugar, mi refugio, y por un segundo, me pregunté cómo sería compartirlo con Lucas. ¿Qué diría si lo viera? ¿Le gustaría? Que cosas me contaría sobre el color de la pared, porque siempre tenía historia para algo. Pero esa fantasía se desvaneció cuando Valen me pidió que le alcanzara algo, y volví al presente.

Después de unas horas, exhaustos, la habitación estaba casi lista. Un somier de dos plazas, tele, aire acondicionado, y un enorme ropero que contenía toda mi ropa, con espacio de sobra. Me tiré en la cama con una mezcla de cansancio y alivio, y Valen se tumbó a mi lado.

—¿Cansada? —murmuró, acariciando mi brazo lentamente.

—Un poco, entre el viaje y todo esto... —dije, mirando al techo.

—Son casi las doce. ¿Querés que vaya a comprar algo para comer?

—Sí, por favor. Así aprovecho a bañarme. —Me levanté para buscar mi billetera.

—¿Qué haces? —dijo, confundido.

—Te doy plata para que compres algo. —Estiré los billetes hacia él.

Se paró frente a mí y me abrazó, besándome de nuevo.

—El primer almuerzo en tu departamento lo voy a invitar yo. Guarda eso. —Sonrió y salió, llevándose las llaves.

Aproveché que no estaba para hablar con mamá. Entre lágrimas, le agradecí todo. Luego hablé con Lucas, quien prometió venir a visitarme pronto. Mi corazón dio un vuelco al escuchar su voz, algo que no me pasaba con Valen. Me odiaba un poco por eso, pero no podía evitarlo.

La Fotógrafa del Freestyle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora