Especial

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Maia ★ Aren

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Siempre he visto a Maia como un miembro más de la familia, aunque dudase de mis propios pensamientos y sentimientos, sé que algún día de algún un otro modo, terminaré pesimamente enganchado con su cabellera morada. 

La fuerza de atracción de ella hacia mí es fuerte, tanto que mis ganas de poseerla a tal punto de que quiera que solo sea mía son enormes cada vez que sonríe. Maia en mi mundo es significado de pecado, tentación e irresistiblemente un pudín el que no quiero dejar ir.

Aunque la haya tratado como un pedazo de mierda en la adolescencia, sé que ahora no la dejaré afuera de mi vida como en el pasado. Conozco perfectamente los sentimientos que tiene hacia Nolan y yo mismo puedo eliminarlos en cuestión de tiempo. 

La observo bailar desenfrenadamente en la discoteca de Alexei mientras hombres y más estúpidos hombres la ven de la misma forma que yo.

La veo entre el marco del vaso de cristal del elixir fuerte al sentir como me lo trago rápidamente mientras hay más hombres rodeándola. 

Suelto el vaso y aprieto los puños en mis costados. Nadie tiene el puto derecho de ver lo que es mío, de lo que me pertenece. 

Maia siempre ha sido mía desde que nació. Desde su adolescencia, desde su juventud, ella siempre ha sido mía. Puede que haya sido un estúpido al haberla rechazado, pero , no todos tenemos la misma rapidez para aceptar los sentimientos de una persona en la mente. 

No espero a que siga con ese puto espectáculo más y me adentro en las aglomeraciones vueltas mierdas. Tiro de su brazo cuando avanza hacia un pelirrojo que la mira con deseo. 

—Sueltame, Aren. 

—No, ven conmigo —ordeno y escucho como bufa. 

Joder, pues al menos el licor la mantiene flexible. Anderson pasa por mi lado sonriente y lo ignoro completamente al entrar a la habitación de descanso. Se deshace de mi agarre con fuerza y entrecierra los ojos mientras se sienta en un sillón. 

Me mirada se desvía peligrosamente a el borde de su vestido esmeralda oscuro de encaje, trago saliva y por un microsegundo mi semblante vacila.

—Dejaste las cosas muy claras hace tres años, Aren. Tú y yo no deberíamos de estar hablando aquí y ni nunca —espeta mirándome despectivamente. 

Incluso si estuviera cabreada con los mil demonios encima, no dudaría de arrancarle el jodido vestido y ponerla de rodillas para mí. 

Cruzo los brazos sobre mi pecho y la observo fijamente. Noto el sonrojo en sus mejillas por el licor, el escote pronunciado en sus pechos redondos, su cabello morado alborotado por las ondas y sus piernas descubiertas calzando unos tacones de al menos diez centímetros. 

Joder. 

Mi mente divaga en yo hundiendome adentro de ella mientras enrosca sus piernas en mis caderas. Cómo embarduno su labial marcando mi territorio frente a todos esas hienas estúpidas llamadas hombres allá afuera. 

Sacudo mentalmente la cabeza y me concentro en su enojo presente. 

—En ese tiempo estaba muy confundido, pudín —susurro como la miel. 

Clava su vista de fuego sobre la mía, el sonrojo se extiende por todo su cuello demostrando que su enojo va en aumento. 

—No te atrevas a llamarme de esa forma, ese Aren quedó en el pasado —advierte y tengo un atisbo de sonrisa al percatarme que todo rastro de alcohol se fué. 

Niego levemente con la cabeza. Pese a estar fuera de Londres la mayoría del tiempo, siempre busco entre el montón a Maia Markova. Aunque las diferencias de edades sean un poco avanzadas, aún recuerdo cuando éramos los amigos más fieles de toda la infancia. 

La Condena Blackburn ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora