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Me desperté de golpe por el leve movimiento de la cama. Sentí cómo Richard se sentaba en el borde, ya listo para empezar su día. Lo observé entre sueños, su figura apenas iluminada por la tenue luz que se colaba por la persiana entrecerrada. Parecía tan calmado, en paz, como si no fuera el mismo Richard que solía estar siempre lleno de energía y conflictos.

—Buenos días —murmuré, estirándome un poco y arropándome hasta la barbilla.

—Buenos días, Yuli —respondió él, girándose un poco para mirarme, con esa sonrisa suya que siempre me hacía derretirme por dentro.

—¿Vas a entrenar? —le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Sí —respondió con suavidad, inclinándose para dejar un beso en la comisura de mis labios.

El gesto fue tan natural, tan íntimo, que por un momento me quedé mirando el techo, preguntándome cómo habíamos llegado a este punto. Sí, habíamos dormido juntos, pero nada más. Solo nos habíamos arrunchado en mi habitación, sin ninguna otra intención, o al menos eso me repetía a mí misma. La oscuridad del cuarto y el frío del aire acondicionado nos envolvían en una burbuja, una que me hacía querer quedarme así por siempre.

De repente, lo abracé por detrás, movida por un impulso de cariño que no podía controlar. Richard no se resistió, más bien se arrecostó contra mí, rodeándome con sus brazos mientras yo me enganchaba a él como un koala, enredando mis piernas y brazos a su alrededor. La sábana cayó sobre nosotros, creando un pequeño refugio.

—¿Vas tarde, verdad? —le dije, con una sonrisa perezosa, aún enredada en su espalda.

—Sí, pero no me importa —respondió, su voz ronca de la mañana mientras me acariciaba la pierna suavemente, trazando patrones con sus dedos.

Reímos juntos, como si el mundo fuera solo nuestro por unos minutos más. Después de un rato, él se levantó con suavidad, apartando las sábanas y caminando hacia la puerta. Lo observé, todavía medio adormilada, mientras se ponía su camiseta y zapatillas.

—Tu tía está abajo —dijo Richard, deteniéndose un momento antes de salir—. ¿No importa si me ve aquí?

—No importa —le aseguré, aún abrazando mi almohada—. Ella no va a decir nada. Está acostumbrada a verte por aquí.

Él asintió, pero antes de salir de la habitación, se acercó para dejarme un último beso en la frente. El gesto fue tan tierno que casi hizo que mi corazón se acelerara de nuevo. Pero antes de que pudiera decir algo, ya se había ido, cerrando la puerta con suavidad tras de sí.

Tan pronto como escuché la puerta principal cerrarse, me lancé hacia mi celular. ¡Tenía que hablar con Ana! La llamé inmediatamente, incapaz de contenerme.

—Anaaaaaa— dije apenas escuché que contestaba.

—¡Yuliluuu!— respondió ella, su voz llena de emoción y curiosidad desde el otro lado de la línea. Sabía que había estado esperando mi llamada.

—¡Dormimos juntos! —solté de repente, sin filtros, porque sabía que si había alguien con quien podía hablar de esto sin vergüenza, era Ana.

—¡¿Qué mondá?! —dijo Ana con una mezcla de sorpresa y emoción—. ¿Cómo así que durmieron juntos? ¿Y tú aquí sin contarme ni mierda? ¿Fue increíble? ¡Cuenta, cuenta! —me urgía, casi sin aliento por la emoción.

Me reí por su tono. Ana siempre se emocionaba de más, y justo por eso la amaba. —Pues... sí, pero no como te imaginas. O sea, sí dormimos juntos, pero literal. Solo dormimos, arrunchados. Nada más. Fue lindo, pero... no pasó nada más.

—Ay, no jodás, Yulilu. Eso ya es demasiado. ¡Qué lindos! ¿Pero entonces? ¿Nada de... ya sabes? —me preguntó, bajando el tono en la última parte, casi como si estuviera conspirando conmigo.

—Nada, Ana, ¡te lo juro! Solo nos abrazamos y dormimos. Pero igual... fue raro. Como si hubiera más, pero ninguno de los dos quiso cruzar esa línea. No sé cómo explicarlo. —mordí mi labio, aún sintiendo la confusión que me rondaba desde que Richard había salido de la habitación.

—Ay, amiga, pero eso está muy bueno. Se están acercando más, eso es obvio. Y tú no me engañas, ¡ese man está más embobado contigo que nunca! —dijo Ana con entusiasmo—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?

Suspiré, tumbándome de nuevo en la cama mientras me abrazaba a la almohada. —Confundida. O sea, siento que lo quiero, pero... no sé si esto va en serio o si es solo un momento. Ya sabes, después de todo lo que ha pasado entre nosotros. Con Nicole, con todo lo que pasó en California... No quiero volver a salir herida, Ana.

—Yulilu, es normal tener dudas, pero si Richard te está demostrando que quiere estar contigo de verdad, entonces dale una oportunidad. No te pongas a pensar tanto en lo malo. Él parece que ya está haciendo el esfuerzo, ¿no?

—Sí, supongo que tienes razón —admití, sonriendo un poco. Ana siempre sabía cómo hacerme sentir mejor, aunque no tuviera todas las respuestas.

—Además, si te carga como un koala y se queda contigo sin hacer nada más... pues eso ya es amor, ¿o no? —bromeó Ana, riendo en el otro lado del teléfono.

Solté una carcajada. —¡Ay, sí, amor de koala! ¡Qué romántico! —dije, dejando que la conversación ligera me relajara un poco.

—Pero bueno, ya en serio, ¿y qué vas a hacer ahora? —me preguntó Ana—. ¿Lo vas a seguir viendo así como si nada o vas a hablar con él de lo que sienten?

—No sé, Ana. Hoy voy a terminar de editar el vlog del viaje, pero siento que en algún momento vamos a tener que hablar en serio. No podemos seguir así, como si todo estuviera bien sin aclarar las cosas.

—Tienes razón, amiga. Pero no te estreses mucho. Eso llegará cuando tenga que llegar. Mientras tanto, disfruta de que están juntos y tranquilos. Y si pasa algo más... bueno, ¡pues me llamas de inmediato para los detalles! —me dijo Ana con una risita picarona.

—Obvio, ¿quién más? —le respondí, sonriendo.

Seguimos hablando un rato más, poniéndonos al día y hablando de tonterías hasta que escuché a mi tía moviéndose por la casa, probablemente preparando el desayuno. Colgué con Ana, prometiéndole contarle cualquier cosa nueva que sucediera con Richard.

Suspiré y me levanté de la cama, aún con el corazón algo acelerado. Sabía que Ana tenía razón, pero eso no hacía que mis dudas desaparecieran. Quizá lo mejor sería dejar que las cosas siguieran su curso, sin apresurarnos. Pero por dentro, no podía evitar preguntarme cuánto tiempo más podríamos seguir así, evitando la inevitable conversación que cambiaría todo entre Richard y yo.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora