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Me puse la respectiva camisa de Colombia y una falda short de jean, lista para el día. Los chicos, por el grupo de WhatsApp, nos habían escrito invitándonos al partido amistoso contra Chile. Al principio no iba a ir, pero luego James me invitó al área privada y me dijo que después iríamos a comer algo, así que terminé aceptando.

Al llegar al estadio, me encontré con Anastasia en la puerta. Ambas pasamos por la zona VIP, donde nos recibieron con cervezas. Había una mesa repleta de comida, desde fritos hasta sushi. Me serví un plato de pastas y un poco de sushi, mientras que Anastasia optó por carne con papas guisadas y también algo de sushi. Después de eso, nos ofrecieron una paleta, y había un puesto donde regalaban algodón de azúcar. Como todavía era temprano, nos quedamos ahí conversando hasta que anunciaron que el partido estaba por comenzar.

Una chica se nos acercó.

—Hola, soy su guía —dijo con una sonrisa amable.

Al parecer, cada persona en el VIP tenía un guía asignado. Nos dio dos chocolates a cada una y nos indicó por dónde ir. Pasamos por un pequeño puentecito y aparecimos frente a las gradas. Mientras miraba hacia la zona que nos tocaba, vi a Nicoll sentada ahí, justo en la fila VIP. Supongo que Richard la había invitado. La muy cínica me sonrió, pero yo no le devolví el gesto. La ignoré completamente y me giré para sentarme al lado de Gera, la esposa de Lucho. Anastasia le torció los ojos a Nicoll y se sentó a mi lado.

Nicoll, con su típica sonrisa burlona, sacó su teléfono y grabó una historia para Instagram, como si disfrutara de la incomodidad. Traté de ignorarla y concentrarme en el partido que estaba a punto de comenzar. Los chicos ya estaban en el campo, calentando. De repente, Richard y yo hicimos contacto visual, pero rápidamente aparté la mirada. Ni él me saludó, ni yo lo saludé. Sin embargo, vi a James mover su mano en el aire, saludándome desde el campo. Le devolví el saludo con una sonrisa, pero noté que Richard fruncía el ceño al vernos.

El partido empezó con intensidad. Chile estaba jugando agresivo, pero Colombia no se quedaba atrás. Lucho hizo una jugada impresionante que casi termina en gol, mientras que James estaba manejando el mediocampo con maestría. Richard, como siempre, estaba imponente en defensa, cortando pases y anticipando movimientos. Pero algo estaba apagado en él. No jugaba con su usual energía, y me di cuenta de que algo lo molestaba.

Minutos antes de que terminara el primer tiempo, una jugada en particular se salió de control. Richard intentó despejar un balón, pero lo hizo mal, y Chile casi anotó. James, siendo el capitán y amigo, se acercó para decirle algo. No parecía una crítica, solo un comentario, pero Richard lo tomó mal. En un abrir y cerrar de ojos, Richard empujó a James, y James no se quedó atrás, devolviéndole el empujón. Antes de que nos diéramos cuenta, ambos estaban en el suelo, peleando. El resto del equipo corrió a separarlos, pero el daño ya estaba hecho. Los dos se levantaron, furiosos, y se dirigieron a los camerinos sin decir palabra.

Sentada en las gradas, no podía evitar sentir que todo esto tenía que ver conmigo. ¿Acaso Richard estaba molesto porque James me había saludado? Era una idea ridícula, pero no podía sacármela de la cabeza.

Decidí seguirlos. Quería entender qué había pasado y, si era necesario, mediar entre ellos. Lo primero que vi al entrar al área de los camerinos fue a James, sentado en el suelo con la cabeza entre las manos. Me acerqué lentamente.

—¿Estás bien? —pregunté, intentando romper el hielo.

James levantó la mirada, y su expresión era una mezcla de confusión y decepción.

—No sé por qué se comportó así —dijo, suspirando—. Somos amigos, ¿sabes? No esperaba que reaccionara de esa manera.

—Tal vez solo estaba acalorado por el partido —intenté justificar a Richard—. Casi se pelea con un chileno también.

James se puso de pie, y en ese momento su mirada cambió. Parecía que algo estaba pasándole por la cabeza.

—Yuli —dijo él, con un tono más serio.

—¿Sí?

—Tú y Richard... ¿tienen algo? —preguntó, dejando la pregunta en el aire, con un tono que me sorprendió.

Me quedé en silencio por unos segundos, sin saber qué responder. Moví la cabeza indecisa, incapaz de darle una respuesta clara.

—Entiendo —fue todo lo que dijo James, asintiendo lentamente.

—Puedes contar conmigo siempre —le aseguré—. Hablaré con Richard para que vuelvan a hablar.

James asintió y me dio un abrazo, un gesto que me hizo sentir un poco mejor. Pero entonces lo sentí. Una mirada pesada que se clavaba en mí. Giré la cabeza y ahí estaba Richard, parado en la entrada del camerino, mirándonos con una expresión de rabia contenida. Ni siquiera esperó a que me separara de James, simplemente dio media vuelta y se fue.

Me despedí rápidamente de James y corrí tras Richard.

—¡Ey, espera! —lo llamé, alcanzándolo cuando ya estaba saliendo del estadio.

—No me interesas —dijo, sin siquiera voltear a verme.

—¿Qué? —pregunté, confundida por su tono frío.

—Que no me interesas y mucho menos me interesa hablar contigo —repitió con dureza, su voz llena de resentimiento.

Sentí un nudo en el estómago.

—¿Ahora resulta que te debo algo a ti? —pregunté, levantando la voz, molesta por su actitud.

Richard se detuvo y me miró por encima del hombro, su expresión endurecida.

—Fuiste tú el que se besó conmigo —dije, con los ojos entrecerrados—. Y luego permitiste que una "amiga" tuya hablara mal de mí, y ahora la traes aquí como si no hubiera pasado nada. ¿Y

qué haces abrazando a James? ¿Quieres provocarme?—

—¡Provocarte! —exclamé, atónita—. ¡Eres tú el que me besó, luego permitiste que Nicoll hablara mal de mí, y para colmo, la trajiste aquí y ni siquiera me saludaste!, te lo tengo que repetir?

Él me miró fijamente, su mandíbula tensa, pero no dijo nada. Simplemente me observó con una mezcla de rabia y algo más que no pude descifrar.

—Sabes qué, Richard, si no te interesa hablar conmigo, está bien. Pero no voy a quedarme callada mientras me tratas como si yo hubiera hecho algo mal —agregué, intentando controlar el temblor en mi voz.

—Tú no entiendes nada —dijo finalmente, en voz baja, casi como un susurro—. No entiendes lo que siento, ni por qué hago lo que hago.

—¿Entonces explícamelo? —le respondí, con los brazos cruzados, esperando alguna respuesta coherente.

Richard me miró por un momento más, pero en lugar de responder, simplemente se dio la vuelta y se fue. Y yo me quedé ahí, con mil preguntas en la cabeza y ninguna respuesta.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora