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Ese día en la universidad fue uno de los más intensos desde que comencé el semestre. Teníamos que entregar una colección cápsula, pero esta vez no era solo sobre bocetos: debíamos coser un prototipo de una de nuestras prendas. Me levanté temprano, sabiendo que el estrés me seguiría todo el día.

Llegué a clase con mis bocetos y la prenda que había cosido la noche anterior. Lo primero que hice fue encontrarme con Ana en la entrada del edificio.

—Yulilu, ¿y el prototipo? —me preguntó con una sonrisa traviesa.

—No me hables, parce, anoche casi me quedo dormida cosiendo ese hijuemadre pantalón. No sé ni cómo quedó— respondí mientras caminábamos hacia el taller.

—Jajajaja, eso te pasa por dejarlo todo para última hora, Yulilu— dijo Ana, burlándose, pero con esa risa de amiga que sabe que siempre sobrevivo a mis propias crisis.

Entramos al taller, y como era de esperar, todo el mundo estaba en su propio caos. Máquinas de coser sonaban a todo volumen, hilos volaban por los aires y varias personas corrían de un lado a otro. El profesor Torres, el terror del departamento, nos esperaba con su clásica mirada crítica.

Me acerqué a mi estación, saqué el pantalón de la mochila y lo extendí en la mesa. No era perfecto, pero tenía potencial.

—A ver, chicos, uno por uno a presentar— dijo el profesor, cruzando los brazos.

Los primeros en pasar fueron los que siempre tenían todo impecable. Ana me susurró:

—Parce, yo ya estoy temblando, si ese man me mira así, me desplomo.

Me reí, aunque también estaba nerviosa. Finalmente, llegó mi turno. Me acerqué con el pantalón en las manos, intentando que no se me notara el temblor.

—Este es un pantalón palazzo, inspirado en los años 70, con un toque de modernidad en la textura de la tela— expliqué, mientras le mostraba los detalles que había trabajado en los bolsillos.

El profesor no dijo nada durante un buen rato, lo que me puso más nerviosa. Finalmente, se llevó la mano al mentón.

—Está bien, pero ¿te has fijado en las costuras laterales? Aquí tienes que reforzar más el pespunte, y la caída no es tan fluida como debería ser en un palazzo— dijo con su tono crítico habitual.

Me quedé en silencio, asintiendo mientras él señalaba cada detalle. Sabía que tenía razón, pero después de todo el trabajo, escuchar esas críticas me dejaba con un sabor agridulce.

—Sin embargo, la idea es buena. Haz los ajustes y lo tendrás— añadió al final.

Respiré más tranquila y me giré hacia Ana, que me esperaba con los brazos cruzados.

—Parce, sobreviviste— dijo con una sonrisa.

—De milagro— respondí, volviendo a mi estación.

Pasamos el resto de la mañana trabajando en los ajustes, con Ana y yo intercambiando chismes entre costuras. Al final, decidimos tomarnos un descanso y fuimos a la cafetería. Nos pedimos unas empanadas y jugos de maracuyá.

—Oye, ¿y tú qué? ¿Cómo te va con Richard? —me preguntó de repente Ana, mientras mordía su empanada.

—Ah, no sé... raro. Dormimos juntos anoche, pero no pasó nada más. —le dije, medio riendo.

Ana casi escupe su jugo.

—¡Cómo que nada, Yulilu! ¡Te estoy diciendo, ustedes tienen más tensión que un hilo de coser a punto de romperse!

—Jajajaja, no sé, Ana. El man me enreda y... pues yo también lo enredo— respondí, encogiéndome de hombros.

El día en la universidad terminó con más trabajo pendiente, pero al menos habíamos sobrevivido a la crítica del profe Torres. Ahora solo faltaba preparar los ajustes para la próxima entrega... y enfrentar la montaña rusa
de emociones que era tener a Richard cerca.

...

Estaba en casa, cansada después de un día agotador en la universidad, así que me eché una siesta larga. Richard también había estado entrenando, y no habíamos hablado mucho durante el día. Me dijo que hablaríamos cuando terminara su entrenamiento, lo cual me hizo suponer que vendría directamente a la casa.

Aproveché el tiempo para grabar un TikTok mientras intentaba hacer unas pastas. Digo "intentaba" porque la cocina no era exactamente mi fuerte, pero quería impresionar a Richard. No podía evitar hacer un pequeño live mientras cocinaba, respondiendo preguntas que me hacían los seguidores, aunque en realidad estaba más preocupada por no quemar la salsa.

Tenía puesta una de las camisas que Richard había dejado la última vez que estuvo aquí, y los comentarios no se hicieron esperar:

**"Esa camisa no es tuya, ¿cierto?"**

**"¿No es la de Richard?"**

**"Jajaja, qué linda, te queda gigante."**

**"Confirmado, esos dos están juntos."**

Me reí entre dientes mientras picaba unos tomates y leía las preguntas. Antes de poder responder, escuché la puerta abrirse. Me despedí rápidamente del live.

—¡Pasa! —grité mientras seguía concentrada en los tomates.

Escuché los pasos de Richard entrar y, como siempre, lo vi buscando a mi tía con la mirada para saludarla, aunque esta vez no estaba en casa.

—No está —dije, notando cómo seguía observando alrededor.

—¿Y eso? —preguntó él, curioso.

—Chismoso —respondí con una sonrisa burlona.

—Rarita —dijo, dándome un pequeño sape en la cabeza.

Sentí cómo empezaba a quitarse la ropa, y cuando voltee, me sonrojé al verlo solo en bóxer mientras se ponía una pantaloneta más cómoda.

—Pudiste haberte ido a cambiar al cuarto —le dije, intentando concentrarme en la salsa que estaba probando.

—No hay nada que no hayas visto ya —respondió, con ese tono pícaro que siempre usaba para desarmarme.

Reí por lo bajo, divertida por su comentario, mientras seguía con la preparación de la comida. Sabía que él no era de los que se complicaban con esas cosas, pero aun así, me hacía sentir una mezcla de nervios y emoción cada vez que lo tenía cerca.

—¿Te ayudo o solo vine a ver cómo te quemas viva? —dijo acercándose, apoyándose en la barra de la cocina.

—Puedes servir los platos si quieres —le respondí sin mirarlo, intentando no ponerme más nerviosa.

Richard se puso a servir mientras yo terminaba la salsa. Podía sentir su presencia, tan relajada y segura, y aunque intentaba parecer indiferente, siempre me afectaba tenerlo cerca. Cuando terminamos de servir, nos sentamos a comer en la mesa pequeña de la cocina.

—No sabía que cocinabas... —dijo él, tomando un bocado con curiosidad.

—Yo tampoco —respondí riendo, esperando que las pastas no estuvieran tan malas.

El silencio se llenó de ese tipo de comodidad que solo se siente cuando estás con alguien con quien no necesitas hablar todo el tiempo para sentirte bien. Me di cuenta de que, aunque todo entre nosotros siempre estaba lleno de tensión y chistes sarcásticos, momentos así me hacían sentir tranquila.

Mientras comíamos, me contó un poco sobre su entrenamiento y yo le hablé de mis tareas en la universidad, aunque ambos sabíamos que había mucho más que queríamos decirnos, pero ninguna de las conversaciones importantes llegó esa noche. Sólo nos quedamos disfrutando de la compañía.

Después de cenar, mientras yo editaba el blog del viaje a California que había grabado, Richard estaba acostado en el sofá, con la cabeza apoyada en mis piernas. Le acariciaba el cabello distraídamente mientras él veía alguna serie en su celular.

—Me vas a arruinar la edición —dije en broma, notando que había dejado de concentrarme en el video.

—Nah, con lo que grabaste tienes para sacar buen contenido —respondió él, sin siquiera abrir los ojos, disfrutando de mis caricias en su cabello.

Esa noche, todo parecía en su lugar. Estaba tranquila, con la sensación de que tal vez, por una vez, no había nada que resolver ni tensiones que enfrentar. Solo estábamos nosotros, compartiendo el silencio de la noche.

Que rarita eres... - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora