Seguridad y amenazas

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Neji se había aburrido en casa, Kimimaro estaba muy concentrado en sus tareas de la Academia (no por nada era el mejor alumno) y dejó de jugar con él hace media hora, así que le dijo a su aniki que saldría por algunos momentos a caminar por el resto del Complejo de la familia de su padre. A lo mejor se encontraba con su prima Hinata y podía jugar con ella por algunos segundos. Así que afianzó mejor a Padfoot en sus brazos y caminó hasta la Casa Principal.

La tarde ya estaba llegando y era por eso que la mayoría de los pasillos estaban algo oscuros. Él no sabía muy bien cual era la habitación de su prima Hinata, pero tenía la esperanza que algunos de sus parientes le indicaran el camino. La verdad era que andar por esos caminos tan desprovistos de luz le estaba dando algo de miedo.

Por fin, después de otros cinco minutos de caminata, vio que una de sus parientes, ya entrada en edad, caminaba hacia él.

- ¡Ohayo, Hyuuga-sama! - saludó. Su otou-san le había dicho que se refiriera de esa manera a los que vivieran en la Casa Principal del Clan. - ¿No me podría decir cuál es la habitación de Hinata-chan?

El niño sonreía cortésmente, pero la anciana a su parecer le mandó una mirada rara, siendo él tan inocente no notó que era una expresión de puro desprecio.

- ¿Cómo te atreves a pisar nuestra noble casa, tú, pequeño mocoso que no eres más que aberración de la naturaleza? - siseó ella.

Neji frunció el ceño, no teniendo gusto de sus palabras. A sus seis años, él sabía muy bien que esas palabras eran un insulto a su manera de haber venido a este mundo. Gestado en el vientre de un hombre y no de una mujer... como sería normalmente.

- Solo busco a mi prima. - murmuró, mirándola con frialdad.

- ¡Ja! Eres muy valiente al mirarme de esa manera, mocoso. Tienes suerte de que no te hayan puesto el sello de la maldición... aunque... todavía estás a tiempo. - Neji comenzó a aterrarse cuando vio la mirada malévola en los ojos de la mujer mayor. Padfoot cayó al piso en un ruido sordo.

EN EL COMPLEJO HYUUGA

Hizashi rodeó la cintura de su esposo y lo atrajo hasta su cuerpo para besar su mejilla.

- Estarán bien... no te preocupes, kokoro. - susurró confortablemente.

- Lo sé, Hi-chan. Solo que... - Sirius dejó de hablar y frunció el ceño. Sus ojos se angostaron y lanzó un gruñido muy poco humano antes de desaparecer.

- ¡Sakumo...! - exclamó sorprendido el gemelo Hyuuga al ver a su esposo desaparecer con una mirada de furia en sus ojos azules.

Sirius, por otro lado, corrió hasta donde sus sentidos de lobo gritaban que su cachorro estaba en peligro. Al llegar, congeló unos momentos al ver a su bebé tirado en el piso, mirando absolutamente aterrado a una de las integrantes del consejo del Clan Hyuuga, que estaba formando unos sellos que hicieron que su sangre se enfriara.

- Tanto talento no debe ser desperdiciado, mocoso. No sé como, pero tú tienes un don que ningún Hyuuga en años ha podido desarrollar. Ahora me encargaré de que ese talento no sea desperdiciado... - sonrió maliciosa. - Esto dolerá solo un poco...

- ¡Protego!

Los ojos de la mujer se abrieron como platos al ver que su técnica para dar el sello de la maldición a Neji rebotaba en una especie de escudo plata que lo rodeó. Giró la cabeza para ver de donde vino el grito anterior y se puso rígida. Allí estaba el hombre que había traído la vergüenza a su familia. Sin embargo, ahora no se sentía con la valentía suficiente como para mirarlo con desprecio, porque actualmente, Hatake Sakumo lucía realmente enfadado, tanto que ella podía apreciar como un ¿chakra? blanco lo rodeaba, mientras sus ojos parecían brillar en dorado.

Pacto Con Shinigami-samaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora