Capítulo 21 (Parte 1)

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Capítulo 21

Román

Estaba completamente seguro que todo era una maldita pesadilla, que de un momento a otro me despertaría y nada de lo que había soñado sería realidad. Pero las horas pasaban y todo se sentía demasiado real.

Me sentía asustado.

Perdido.

Abrumado.

En la habitación del hospital, frente a mi cama, había un reloj. Podía jurar que escuchaba el movimiento de sus agujas, segundo a segundo, como si se burlaran de la realidad. No iba a despertar, ya lo había hecho, pero no quería aceptar lo que había encontrado al abrir los ojos. El sonido monótono y repetitivo llenaba el silencio, como si cada tic-tac golpeara directamente mi pecho, recordándome el peso de lo inevitable. Me encontraba atrapado en un ciclo interminable, entre la vigilia y el sueño, sin poder escapar de la crudeza de lo que ahora era mi vida.

Me sentía tan aturdido que podía pasar horas mirando ese maldito reloj, esperando un milagro. Sin embargo, en ningún momento fui capaz de mirar hacia mis pies. No quería volver a ver aquello. Era más fácil perderme en la rutina mecánica de los segundos, que enfrentar la realidad de mi propio cuerpo. Mirar hacia abajo significaba aceptar lo que había cambiado, lo que nunca sería igual.

Mi vida no podía terminar así. ¿Por qué había despertado en este infierno? Parecía una broma cruel del destino, una ironía retorcida que me había arrancado de la oscuridad del sueño para arrojarme a un abismo aún peor. No entendía por qué seguía aquí, ni qué había hecho para merecerlo.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que abrí los ojos. Quizás horas. Tal vez días. Pero cada momento parecía estirarse, como si el tiempo hubiera perdido su ritmo natural. Y mientras tanto, yo seguía allí, sin hacer nada. Porque, en realidad, ¿qué había que hacer cuando todo lo que conocías, todo lo que eras, ya no existía?

¿Por qué no había muerto? deseaba estarlo, no poder jugar y estaba incompleto...

No me sentía vivo, sino en un limbo, una prisión hecha de tiempo y silencio.

Quería morir...

Tenía que buscar la manera de hacerlo...

—Ron, ha llegado la comida —la voz dulce de Rose invadió mi silencio eterno, pero decidí ignorarla, simplemente me envolví en mis pensamientos. —Ron... —Volvió a insistir.

—Déjame en paz —susurré con voz rasposa, no quería oír a nadie, solo deseaba que me dejara sumergirme en mi mierda y morirme de una vez, pero conocía a mi familia no me la dejaría fácil.

—Román, entendemos cómo te sientes pero...

Una risa sin pizca de gracia se me escapó ante sus palabras. Ellos "entendían cómo me sentía". Esa afirmación solo me causó gracia, porque no lo hacían.

—¿Lo entiendes? —dije con una media sonrisa, mirándola directamente a los ojos—. La niña consentida entiende cómo me siento. Eres la jodida definición de mujer perfecta, y ni hablemos de tu maldita vida de cuento de hadas. ¿En serio sabes lo que se siente que te corten una maldita pierna? Que todos tus sueños se vayan a la mierda, que el trabajo de toda tu miserable vida termine en la puta basura.

Otra risa histérica se me escapó mientras sentía cómo mis ojos se llenaban de lágrimas que me negaba a derramar. Llorar no solucionaría nada.

—Esta bien, me exprese mal, no entiendo como te sientes, y aunque intente imaginarlo no creo que nunca alcance a hacerlo, pero no voy a quedarme aquí sentada viendo como te autodestruyes, conozco a mi hermano y se que puede con esto. —Se que intentaba hacerme entrar en razón, pero mi mente estaba en modo autodestrucción, y dijera lo que dijera no iba hacerme cambiar de opinión, no en ese momento.

—Déjame en paz, vete de aquí, vuelve a tu vida perfecta. —En otro tiempo nunca le habría hablado así a ella ni a nadie, pero no era yo, ya no lo era.

En los ojos de Rose se podía ver el dolor, pero no me importo, nada se comparaba con lo que yo estaba sintiendo en ese momento.

Tenía que encontrar la manera de morir.

Cada segundo que respiraba era el maldito infierno. 

Continuara...

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