Serie: Una noche.
Libro #2
Román tenía clara dos cosas:
La primera; quería jugar fútbol toda la vida y la segunda; Hannah lo volvía loco.
Por otro lado Hannah tenía certeza de algo: nunca caería en los brazos de Román Pierce.
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Capítulo 17
Hannah
Miré nuevamente el reloj en la pared de la sala de espera. Mi móvil hacía mucho que había muerto, y habían pasado dieciocho horas desde que llegamos al hospital. Una jodida eternidad si pensábamos en lo agobiante que era la espera, especialmente porque no sabíamos realmente nada. Sin embargo, por otro lado, me sentía afortunada. Ya había visto a tres familias derrumbarse; los médicos solo habían salido a dar malas noticias, y tenía pánico de que nosotros fuéramos los siguientes, pero me negaba a creer que ese fuera nuestro destino.
El silencio de la sala era interrumpido solo por el murmullo ocasional de otros familiares y el sonido lejano de pasos apresurados. Cada vez que las puertas de la sala de emergencias se abrían, mi corazón se detenía por un instante, esperando, temiendo. Los rostros de quienes eran llamados para darles información solían ser un reflejo de desolación, y eso solo incrementaba mi ansiedad.
Aunque estaba agotada, el sueño era un lujo inalcanzable, pues la incertidumbre mantenía mis sentidos en constante alerta. Observaba a mi alrededor, notando la mezcla de esperanza y desesperación en los ojos de todos los presentes. En medio de esa atmósfera tensa, intentaba aferrarme a cualquier indicio de esperanza, recordando que aún no habíamos recibido ninguna noticia. La espera, aunque era un martirio, todavía significaba que había una posibilidad, por pequeña que fuera, de recibir buenas noticias.
El señor Ronald seguía a mi lado, mirando al frente con la mirada ida. Estaba perdido en sus pensamientos; nunca lo había visto así. Él era un hombre lleno de vida, y en ese momento parecía como si la muerte reposara en sus hombros. Sabía que estaba asustado; lo más seguro era que su mente estuviera llena de pensamientos autodestructivos que no ayudaban en ese instante. Las luces fluorescentes parecían hacer más intensa la palidez en su rostro, cuyo usual espíritu jovial estaba ahora completamente apagado. Pensé en su risa contagiosa y en las innumerables veces que lo había visto animar a todos a su alrededor. La transformación era devastadora.
Según mis cálculos, Rose debía estar ya en Las Vegas, de camino al hospital donde nos encontrábamos. No tenía manera de saberlo con certeza, seguramente me estaba escribiendo, pero con todo el ajetreo del momento lo último que noté fue que mi móvil iba a morir en cualquier momento. Ahora andaba incomunicada. Mientras miraba a mi alrededor, recordé las conversaciones que había tenido con Rose. Ella siempre había sido la fortaleza de la familia, la que mantenía a todos unidos. La imaginaba apurando al taxista para que condujera más rápido, ansiosa por llegar y enfrentar lo que viniera, me daba un pequeño consuelo saber que estaría aquí, además; sabía que su presencia traería algo de alivio para su padre, aunque fuera momentáneo.