Capitulo 🎩10

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Pensar en un futuro en el que tendría que ver a mile con regularidad, hablar con él y que apareciera en la puerta de su casa no era su definición de que todo
«estuviera bien». Pero tal vez con el tiempo lo que sentía por él disminuiría como la radioactividad... aunque para eso se necesitaran décadas. Aunque daba
igual lo que sintiera. Podía huir, pero como Elliot había dicho, no podía seguir escondiéndose de la verdad.
Mile era el padre de George y tendría que
asumirlo...

Elliot se levantó del taburete.

-Me tengo que ir, pero luego te llamo -se puso la chaqueta y le dio un beso en la frente-. Y no te preocupes, la gente no cambia. Y por todo lo que me has contado de tu ex no me lo imagino quedándose por aquí el tiempo suficiente
como para convertirse en un problema..

 Y por todo lo que me has contado de tu ex no me lo imagino quedándose por aquí el tiempo suficiente como para convertirse en un problema

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Cuando vio a Elliot salir de su apartamento supo que estaba intentando tranquilizarlo. Y debería sentirse tranquilo. Después de todo, eso era lo que
quería, ¿no? Que Mile desapareciera de su vida para siempre. Pero por alguna extraña razón la idea no le resultaba tan reconfortante como se había imaginado..

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Mientras George echaba su siesta de la tarde, Nattawin recogió el apartamento, moviéndose automáticamente para recoger los juguetes que estaban desperdigados por todas partes. Finalmente se detuvo al lado de su
cama, se arrodilló y sacó una caja de cartón.

Sintió un nudo en la garganta, vaciló y se sentó en el suelo. Levantó la tapa y miró el contenido. ¿Qué era aquello? ¿De verdad que su matrimonio no
ocupaba más que una caja de zapatos metida debajo de una cama?. Apartó a un lado las cartas y documentos, buscó en el fondo de la caja y sacó
una cajita azul. La abrió y se quedó mirando la sencilla alianza de oro. Durante un instante no pudo moverse, pero cuando se le calmó la respiración agarró el
anillo de bodas y se lo deslizó en el dedo.
Seguía sin tener muy claro por qué lo había conservado. Pero la respuesta no era tan sencilla. Al principio, cuando se marchó del apartamento de Mile, lo siguió llevando porque aunque para entonces ya sabía que su marido era una persona muy distinta al impulsivo amante que había prometido amar y honrar no estaba preparado para renunciar a su matrimonio.

Y era la única cosa que le había dado y que nunca podría quitarle. Por supuesto eso fue antes de saber lo de George. Sintió un nudo en la garganta. Todavía podía visualizar el momento exacto en el que decidió dejar de llevarlo.
Fue en el taxi de camino a casa tras la noche que pasó en brazos de Mile confiada en que se darían una segunda oportunidad.

Él lo había seguido a la salida de su reunión con los abogados en la que habían discutido con furia. Pero entonces se miraron el uno al otro a los ojos y el
deseo fue más fuerte que su ira combinada. No tenía lógica, pero así era. ¿Y desde cuándo el deseo tenía algo que ver con la razón?.. Se registraron en una habitación de hotel como dos recién casados, besándose
y quitándose la ropa en el ascensor sin importarles las miradas de los demás mientras corrían a su habitación. Pero antes de que las sábanas que cubrían sus cuerpos húmedos y calientes se enfriaran ya supo que había cometido un error.

Aquella noche fue como una tregua de once horas en su matrimonio

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Aquella noche fue como una tregua de once horas en su matrimonio. Mile no había reconocido su parte en sus problemas maritales ni estaba dispuesto a escuchar su punto de vista. Solo quería salirse con la suya, tras no lograr convencerlo con palabras había cambiado de táctica. Como el tonto enamorado que era entonces,
Nattawin se dejó persuadir por la suavidad de su
boca y la dureza de su cuerpo.

Pero al despertarse en una cama extraña se dio cuenta al instante del error. Respiró con fatiga al recordar cómo el rostro de Mile se había vuelto duro y sin expresión, con la ternura de sus ojos borrada cuando le dijo que había
pagado por la habitación, pero que sería el último dólar de su dinero que vería.

No fue así. Tres semanas más tarde, Nattawin vació una de las cuentas bancarias que compartían, la que menos dinero tenía, en parte para demostrarle que no
tenía razón, pero sobre todo para que su hijo aún no nacido tuviera algo de su padre.
Se quitó el anillo del dedo, volvió a guardarlo en la cajita y se puso lentamente de pie. Elliot tenía razón. Tenía que enfrentarse a la realidad y sería más fácil hacerlo si tenía el control de lo que estaba sucediendo en lugar de quedarse sentado esperando la llamada de Mile.

Volvió al salón, agarró la tarjeta que le había dado la noche anterior y marcó su número en el móvil antes de que le diera por cambiar de opinión.

-Hola, Natt.

No esperaba que contestara el teléfono tan rápido, ni que supiera que era el, pero no fue aquella la razón por la que se deslizó en el sofá. Escuchar su voz en el teléfono otra vez le resultaba extrañamente íntimo, y por una décima
de segundo se acordó de cómo hablaban cuando se conocieron. Conversaciones a primeras horas de la mañana, cuando el había terminado su actuación y
estaba tirado en la cama de algún hotel al otro lado del país.

No importaba a qué hora llamara... Mile siempre contestaba y hablaban a veces durante horas.

Nattawin apretó el teléfono con más fuerza y trató de olvidarse de aquel recuerdo.

-Tenemos que hablar de George -le dijo bruscamente.

-Pues habla.

-No, por teléfono no. Tenemos que vernos.

Se hizo una breve pausa y Nattawin sintió una punzada en el pecho al imaginárselo recostado en el respaldo de la silla con una sonrisa triunfal en los labios.

-Puedo ir a tu apartamento.

-No, yo iré a tu oficina -consultó el reloj. Podía dejar a George con Elliot e ir a Manhattan-. ¿A las cinco, por ejemplo?.

-Lo estoy deseando -murmuró mile.

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