3.7 - Un hombre Nuevo

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Aaron Payne ya no era el hombre idealista que había ingresado a Hydronova. Ahora, era una figura siniestra que utilizaba el miedo, el control y el poder como sus principales armas. Su rostro, una vez lleno de esperanza y visión, se había endurecido hasta volverse casi inhumano. En sus ojos no quedaba rastro de compasión, solo la fría determinación de un hombre dispuesto a sacrificarlo todo, incluidas vidas humanas, para mantener su dominio sobre el futuro.

Aaron Payne, en su búsqueda de poder absoluto, llegó a una conclusión perturbadora: la humanidad en su conjunto era el verdadero obstáculo para el progreso y la evolución del mundo. A medida que ascendía en el poder y se sumergía en los secretos de Hydronova y el Proyecto Umbral, Payne se convenció de que la raza humana era una especie que se había vuelto inherentemente corrupta, ineficiente y destructiva. Las guerras, el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación y el conflicto perpetuo por poder y dinero le parecían síntomas de una especie condenada a su propia autodestrucción.

Payne veía a la humanidad como un cáncer que consumía el planeta, incapaz de autorregularse y condenada a destruirse a sí misma junto con la Tierra. En su visión distorsionada, cada intento de progreso tecnológico y ecológico solo retrasaba lo inevitable: la extinción de la especie. Cada nueva solución parecía dar lugar a más problemas. Los conflictos geopolíticos, las crisis climáticas, el colapso económico, todo esto reforzaba su creencia de que la humanidad no podía ser salvada ni redimida.

Payne no veía el mundo desde la perspectiva de un líder que debía guiar a la humanidad a una nueva era, sino como un visionario que debía reiniciar el ciclo de la vida. Para él, la raza humana se había vuelto obsoleta. Solo a través de su destrucción podría surgir un nuevo comienzo, libre de las fallas y debilidades que habían condenado a la humanidad desde el principio.

El Proyecto Umbral, originalmente diseñado para crear criaturas como las Umbras para fines de guerra, tomó un nuevo significado en la mente de Payne. Vio en estas criaturas la oportunidad de purgar el planeta de la humanidad. Las Umbras no eran solo armas de guerra; eran la herramienta que Payne utilizaría para limpiar el mundo de los errores de la civilización.

En su lógica retorcida, Payne creía que, al desatar las Umbras y causar el colapso de las estructuras sociales y políticas, podría controlar la extinción de la humanidad de manera calculada. La humanidad ya estaba al borde del abismo; él simplemente aceleraría el proceso. Con el poder del Velyrium y las Umbras, pensaba que podía borrar de la Tierra la corrupción, la guerra y la destrucción ambiental provocada por la humanidad.

Lo que separaba a Payne de los típicos tiranos megalómanos era su ambición más profunda: no solo quería destruir a la humanidad, sino reemplazarla. A través de sus investigaciones con el Velyrium, había llegado a la conclusión de que podría usar este elemento para crear una nueva raza, una especie superior que no sufriría los defectos inherentes de la humanidad. Las Umbras eran un experimento en esa dirección, pero no la versión final. Payne creía que, con el tiempo, podía perfeccionar el proceso de manipulación genética y tecnológica para crear seres perfectos, sin los impulsos destructivos que condenaban a los humanos.

Este nuevo ser sería inmune a la codicia, a la violencia irracional, a las emociones que corrompen el juicio. Sería una raza diseñada para evolucionar más allá de los límites de la biología y la moral humana. En su mente, Payne se veía como un creador de este nuevo mundo, un dios que reconstruiría la vida desde sus cimientos.

Payne veía su plan no como un acto de genocidio, sino como un sacrificio necesario. Si no destruía a la humanidad, el planeta eventualmente colapsaría por culpa de la sobrepoblación, el agotamiento de los recursos y los conflictos inevitables. Creía que estaba librando al mundo de un destino aún peor: una extinción caótica y dolorosa donde los humanos lucharían entre sí por los últimos restos de la Tierra.

Al tomar control del proceso de destrucción, podía garantizar una transición más rápida y eficiente, minimizando el sufrimiento y preparando el terreno para el surgimiento de su nueva especie. En su mente, la humanidad ya estaba condenada, pero él sería el arquitecto de un futuro inmortal, donde su nombre sería recordado no como el destructor, sino como el creador de la nueva era.

En el fondo, Aaron Payne se había obsesionado con el control. La idea de que los humanos eran impredecibles, desordenados y emocionalmente inestables le generaba un profundo desprecio. Cada fallo que veía en las personas que lo rodeaban reforzaba su convicción de que la humanidad no merecía continuar. Solo él podía ser el arquitecto de un futuro perfecto. Esta obsesión lo llevó a deshumanizar a los demás, viéndolos no como individuos, sino como obstáculos o herramientas.

La erradicación de la humanidad no era un acto de maldad, sino una decisión lógica y racional. Para salvar al mundo y crear un futuro mejor, la humanidad debía desaparecer. Y él sería el salvador oscuro que haría lo que nadie más tenía el coraje de hacer.

Así, Aaron Payne, cegado por su ambición y su visión de un futuro "perfecto", decidió que la única manera de lograr su utopía era a través de la aniquilación de la humanidad y la creación de una nueva especie que él controlaría. En su mente, su plan no era un acto de destrucción, sino un renacimiento controlado, una evolución planificada en la que él sería el dios creador.

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