La madrugada del 22 de agosto llegó cargada de tensión. A pesar de la crisis que envolvía al mundo, el CEO de Hydronova, Aaron Payne, había convocado a una reunión global con sus miembros más leales y de mayor importancia dentro de la compañía. Era extraño, pero nadie se atrevía a cuestionarlo. A esa hora, la mayoría de las familias intentaban encontrar algo de paz en medio del caos; sin embargo, en los laboratorios y oficinas de Hydronova, las luces estaban encendidas, y los colaboradores intentando estabilizarla situacion, las pantallas brillaban y el nerviosismo era palpable.
Eran las 2 de la mañana, y los rostros cansados de los asistentes reflejaban la angustia que todos sentían, entre ellos se encontraban Mark, Emma, Alex y David. Aaron Payne, sin embargo, no apareció en persona. Solo su imagen proyectada en una gigantesca pantalla frente a ellos, una proyección nítida que parecía casi tan real como si estuviera allí en la sala. Vestía su habitual traje oscuro, impecable, con el cabello perfectamente peinado. No había rastro de fatiga en él. Ni de preocupación.
La videoconferencia comenzó sin preámbulos ni palabras de cortesía. No hubo ninguna presentación. La cámara enfocó directamente el rostro de Payne, quien los miró a todos desde su distante ubicación con una serenidad que chocaba violentamente con la desesperación creciente en el mundo.
—Señoras y señores, —comenzó Payne con una voz firme y calculada, cada palabra cuidadosamente pronunciada— les agradezco su presencia en estos momentos que muchos considerarían... críticos.
Un silencio sepulcral se apoderó de la sala. Algunos de los presentes se movieron incómodos en sus asientos, esperando que las palabras de Payne trajeran al menos un rastro de esperanza. Pero lo que siguió fue algo completamente diferente.
—He observado con interés —continuó— los eventos que se han desarrollado en los últimos meses. Algunos de ustedes, quizás, han sentido miedo o incertidumbre. Otros, posiblemente, todavía albergan la absurda idea de que esto puede ser revertido, que hay algo por hacer. Permítanme ser claro: no hay nada más que hacer.
Los asistentes se miraron entre sí, sorprendidos por la crudeza de la declaración. Payne no mostraba emoción alguna. Su tono seguía siendo calculado, casi indiferente.
—El mundo —prosiguió, como si hablara de un mero experimento fallido— está en sus últimas etapas. Lo que hemos visto hasta ahora no es más que el prólogo de lo que está por venir. Los temblores, las tormentas, la contaminación desbordada... Son simplemente los síntomas de un planeta que ha llegado a su punto final. No hay solución, no hay tecnología, no hay innovación que pueda revertir esto. Todo lo que construimos, todo lo que alguna vez significó algo, está en proceso de desaparecer. Y con ello, nosotros también.
La frialdad de sus palabras dejó a los presentes atónitos. Algunos comenzaron a respirar más rápido, otros permanecieron paralizados, esperando que todo aquello fuera un malentendido, una estrategia para sacudirlos, pero Payne no les ofreció tregua.
—Les convoco esta noche para que entiendan algo: el tiempo se ha agotado. Lo que sea que estén haciendo ahora, en este preciso momento, es irrelevante. Los gobiernos, las instituciones, las empresas... todo colapsará en cuestión de horas. No esperen una salvación milagrosa. No la hay. El fin ya está aquí.
Las manos de algunos temblaban ligeramente. Payne, impasible, continuó:
—Ustedes, mis más cercanos y leales, han sido elegidos para estar en esta reunión no porque haya un plan de contingencia, sino porque deben prepararse para lo inevitable. No habrá más instrucciones. Esta es su última directiva: despídanse de sus familias. Lo que hemos intentado proteger durante tanto tiempo está perdido. Han sido útiles, leales... pero ahora su función ha llegado a su fin.
Su tono no cambió en ningún momento. No hubo ni una sola pausa dramática. La crudeza y la indiferencia de sus palabras eran más devastadoras que cualquier terremoto o tormenta. Parecía hablar más de un ciclo natural que de la aniquilación de la civilización.
—El planeta ya no necesita de nosotros —prosiguió, sus ojos fríos recorriendo la sala a través de la pantalla—. Nuestra era ha concluido. No es cuestión de si queremos o no, simplemente ha llegado el momento de aceptar lo que es inevitable. Si alguna vez creyeron en la resiliencia de la humanidad, les aseguro que estaban equivocados. No habrá regreso a la normalidad. No habrá nuevas oportunidades.
El silencio se volvió casi insoportable. Nadie en la sala podía procesar lo que estaba ocurriendo. Todo lo que alguna vez habían aprendido o creído se estaba desmoronando frente a ellos.
—Y ahora, un último consejo —dijo Payne, inclinándose ligeramente hacia la cámara, como si hablara directamente a cada uno de los presentes—. No pierdan su tiempo en ilusiones. Lo que han visto y lo que verán en los próximos días es el fin. Acepten su destino con la misma calma con la que lo acepto yo. La historia ya no nos pertenece.
Una pausa.
Una última mirada.
—Adiós.
La pantalla se apagó sin más. El vacío que dejó tras su fría despedida fue peor que el discurso en sí. Los líderes de la compañía, quienes siempre habían sido dirigidos por la voluntad inquebrantable de Payne, ahora estaban solos. No hubo instrucciones de emergencia, ni una palabra de consuelo. El caos ya no era algo que debían prevenir, sino aceptar.
El mundo estaba condenado, y la indiferencia con la que Payne lo había anunciado era más aterradora que la propia destrucción.
Tras el crudo y devastador discurso de Aaron Payne, la pantalla se apagó, dejando a su equipo sumido en una mezcla de horror e incredulidad. Pero Payne, a kilómetros de distancia, no compartía ese sentimiento.
Se encontraba sentado en un cuarto blanco de máxima seguridad, una habitación estéril y muy iluminada, donde cada detalle estaba diseñado para la protección total. Dos guardias de seguridad, vestidos con uniformes impecables y rostros inmutables, flanqueaban la puerta. Payne, siempre controlado, apagó tranquilamente el ordenador que había utilizado para su videoconferencia, sin una pizca de remordimiento o duda.
Reclinándose en su sillón de cuero negro, que contrastaba con la frialdad del entorno blanco, tomó un momento para observar su entorno, como si estuviera disfrutando de un breve respiro en medio del caos que acababa de desencadenar. El silencio del cuarto era opresivo, pero Payne parecía encontrar confort en esa soledad.
—Libera la oscuridad —ordenó con una calma casi macabra al primer guardia, quien sin titubear entendió perfectamente lo que aquello significaba.
El guardia asintió y, con paso firme, se dirigió hacia la puerta. Su destino estaba claro: el sótano de la compañía, donde se guardaba y cuidaba aquello que Payne había decidido liberar en el momento más oportuno, este sotano resguardado por el asociado mas brillante de la compañia, esperando a recibir su unica orden. Al salir de la habitación, el guardia dejó un eco metálico al cerrar la puerta, su misión clara y sin retorno.
Payne, con la misma serenidad, se dirigió al segundo guardia. La mirada de este era vacía, pero no por falta de comprensión, sino por una aceptación absoluta de lo que venía. Aaron extendió su mano, y en ella, una pistola de diseño simple pero mortal.
—Es hora —dijo, mientras entregaba el arma con la misma naturalidad con la que daría una orden rutinaria.
El segundo guardia recibió el arma sin dudar, entendiendo lo que se esperaba de él. Con un breve asentimiento, salió de la habitación, cerrando la puerta desde fuera y asegurándola con un cerrojo pesado, sellando a Payne en su refugio. Unos segundos de silencio pasaron, hasta que, fuera de la sala, el sonido de un disparo resonó en los pasillos. El guardia, cumpliendo la última orden, se había llevado la pistola a la boca y había terminado con su vida.
Aaron Payne, completamente inmóvil, escuchó el eco del disparo con una leve sonrisa en el rostro. El fin estaba cada vez más cerca y, para él, todo iba según lo planeado. Tomó un sorbo pausado de su bebida, disfrutando del sabor amargo que le recordó el control absoluto que siempre había tenido, incluso sobre la vida de aquellos que le rodeaban.
En la mente de Payne, el caos ya no era algo por evitar, sino algo por desatar. Y esa oscuridad, tanto literal como figurativa, se desataría pronto.
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UMBRAS
Science FictionHistoria de supervivencia y desesperación en un mundo apocalíptico donde las criaturas conocidas como Umbras cazan en la oscuridad. Los últimos sobrevivientes, Mark, Emma, Alex y David, han resistido el colapso de la civilización refugiándose en una...