Algún idiota abrió las cortinas de la habitación, dejando paso a la luz solar abundante en el espacio. Mis párpados se fruncieron por un segundo, para luego irse abriendo lentamente. Bostecé. Mi dormitorio lucía... Diferente.
"¿Desde cuándo las paredes son blancas?"
Con torpeza, dejé a un lado la almohada que estaba abrazando y eché un vistazo a la hora que marcaba el reloj de la mesita.
La una y veintiséis de la tarde.
Algo distinto en el reloj me hizo frotarme los ojos, para intentar despertar del sueño en el que me sentía atrapada. Una vez que mi visión se aclaró, por poco el corazón se me para por completo al ver aquellas gafas redondas de sol al lado del despertador.
Mil recuerdos de la noche anterior avasallaron mi mente de la manera más caótica, explícita y desordenada que podía haber.
"Joder..."
Tras debatir interiormente por un largo rato si era mejor saludar a mi compañero sin compromisos o huir tirándome por la ventana, asomé la cabeza por el umbral de la puerta de la cocina.
—Al fin despiertas —dijo, concentrado en la sartén.
Sin embargo, cuando le dio la vuelta a la última tortita, me buscó con la mirada, observándome detenidamente. Sus ojos glaciales fueron como el agua más fría impactando en mi cara, haciéndome despertar por completo y consiguiendo que apartase la mirada ante lo nerviosa que me ponían.
—Será mejor que te tomes eso —señaló una caja que había en la mesa—. Fui a comprarlo esta mañana.
Me acerqué con curiosidad, leyendo en un lateral "Pastillas anticonceptivas".
Mi respiración se detuvo por un instante; no utilizamos protección. Si Satoru no se hubiese acordado, podríamos haber tenido un grave problema.
Presa del pánico pensando en lo que podría haber pasado, agarré corriendo una píldora y me la tragué.
Satoru llevó el plato de tortitas a la mesa y se sentó de mala gana. Tras resoplar, apoyó los codos sobre la mesa y se sujetó la cabeza con las manos.
—¿Qué te pasa? —Dije justo antes de llevarme el tenedor a la boca.
—Es por esto por lo que odio el alcohol...
Una extraña sonrisa de ternura apareció en mi expresión. Me levanté de la mesa, la rodeé y me coloqué en frente suya. No era usual poder apreciarlo desde arriba, con sus mechones albinos mezclándose con sus pestañas blancas al mirar hacia arriba.
—¿Te ayudo?
Gojo no entendía muy bien a lo que me refería, pero retiró los brazos de la mesa y se dejó a mi completa disposición.
Agarré su cabeza con ambas manos, envolviendo mis dedos con su cabello. Con mis pulgares acariciaba lentamente sus sienes, sintiendo el efecto de mi ritual inverso deteniendo su jaqueca. Un gran suspiro se escapó de entre sus labios, mientras cerraba los párpados por un instante.
Cuando retiré las manos, él seguía con los ojos cerrados, luciendo una sonrisa de satisfacción que me hacía creer que estaba en la gloria. Se tomó su tiempo para abrir los párpados, aún sonriente, y volvió a apoyar un codo. Esta vez uno, reposando su cabeza sobre la mano.
—Gracias.
Con un gesto le expresé un "no hay de qué".
Miré la hora; ya era tarde. No tenía mucho que hablar con Satoru, así que decidí que había llegado la hora de irme de allí.
Me acompañó hasta la puerta. Justo cuando estaba a punto de cruzarla, recordé algo importante que decirle.
—Satoru.
"Mierda."
Juro que salió solo.
Un calor intenso se transformó en rubor en mis mejillas, recordando el motivo por el que lo había llamado así, interrumpiendo mi frase en el acto.
—Perdona.
—Es igual, puedes llamarme así a partir de ahora.
—Está bien. Lo que iba a decirte es que, de todo esto... Ni una palabra a nadie, ¿entendido?
—Claro, descuida.
Unos largos segundos en silencio fueron rellenados con el duelo de miradas más difícil al que jamás había jugado. Ninguno de los dos quería perder, al igual que ninguno de los dos se había preocupado por dejar las cosas claras entre nosotros.
Aunque, en verdad, no había nada que aclarar. No había compromisos, había sido una noche descuidada bajo el efecto del alcohol.
Todo seguía como siempre. Como hacía diez años.
Mis pensamientos mientras caminaba hasta mi casa fueron interrumpidos por un paquete que descansaba en la alfombra de mi puerta. Agarré la caja y eché la puerta abajo, alegando que "ya avisaría al cerrajero".
El paquete era del señor Masamichi, y dentro contenía un libro de apariencia milenaria. Una pequeña nota explicaba que se trataba de un libro impregnado de magia antigua, el cual parecía estar en blanco, pero cuando alguien lo tocaba, sus páginas se impregnaban de todo lo que aquella persona debía saber sobre sus dotes malditas.
La curiosidad absorbió mi conciencia por completo. Con el libro en mi regazo, lo abrí por una página cualquiera y observé detenidamente como, tras estar completamente en blanco, las letras de tinta antigua aparecían conforme mis dedos rozaban el papel.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando el libro mencionó mi nombre.
No recuerdo cuánto tiempo estuve ojeando las páginas, hasta que en una de ellas, se mostró ante mí una sección que verdaderamente me interesaba:
¿Por qué hay algunas personas con las que tus poderes parecen fallar o ser interrumpidos? Es debido a que sus energías son cien por cien compatibles con la tuya, volviéndola dominante sobre la maldita. Por lo general, son personas predestinadas a desarrollar un vínculo fuerte contigo. Se suele encontrar en una figura paterna o materna, recargada con el deseo de protección; y un interés amoroso, reforzado con atracción sentimental y sexual.
Eso explicaba que Kori, lo más parecido que tenía a una figura materna, fuese capaz de desactivar mi energía maldita.
Pero también daba una posible explicación para lo mismo que me sucedía con Satoru...
"Joder."
Mi instinto, recordando que él y yo no somos nada, pasó la página y trató de olvidar lo que acababa de leer, por mucho que me costase.
Pero ¿por qué me costaba?
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IMÁN DE CAOS ☯~Gojo x tú~☯
Fiksi PenggemarTodo iba muy bien mientras estudiabas en Jujutsu; tenías muchos amigos, e incluso puede que te gustase cierto chico albino... Un día, la vida decidió ponerse en tu contra. Te echaron de Jujutsu Kaisen y tu poder se desbocó; en ocasiones, actuabas so...