CAPÍTULO 18

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"Así me gustan, salvajes"


Cuarto Mes De Embarazo

MEGAN

Estaba acostada en la camilla, con el frío del gel sobre mi vientre, y no podía dejar de pensar en lo que estaba a punto de descubrir.

El sexo de mi bebé.

El corazón me latía con fuerza, pero no por miedo, sino por la emoción que sentía. Ya habían pasado cuatro meses de embarazo, y a pesar de todas las complicaciones, me encontraba disfrutando de mi maternidad. Había días en los que me levantaba y me miraba al espejo, maravillada por lo que estaba ocurriendo dentro de mí. Cada día me sentía más conectada con esa pequeña vida.

Aslan estaba a mi lado, nervioso. No paraba de caminar de un lado a otro. Me hacía gracia verlo así, temblando ligeramente mientras se frotaba la barbilla una y otra vez. Estaba más nervioso que yo, sin duda. No había dejado de estar a mi lado en estos meses, siempre atento, siempre preocupado, pero también siempre a una distancia que yo misma había impuesto. Seguía resentida por lo que había pasado con Liana, y aunque Aslan había hecho todo lo posible por redimirse, yo aún no podía perdonarlo del todo.

Cada día, sin falta, me traía algún detalle: flores, dulces, o pequeños regalos que, aunque sabía que los hacía con las mejores intenciones, me costaba recibir con agrado. Me encantaban los dulces, lo sabía muy bien, y siempre le agradecía sin mirarlo. Pero no podía, no quería, bajar la guardia. No podía olvidar lo que había pasado y cómo me había hecho sentir. Nuestra relación había cambiado desde ese día. Ya no comíamos juntos, y cuando lo hacíamos, él siempre intentaba entablar conversación, pero yo apenas le respondía con monosílabos. No podía evitar sentir esa barrera que había levantado entre nosotros, aunque me doliera admitirlo. Sabía que me estaba enamorando de él.

Lo veía cuando salía de viaje, siempre desde la ventana de mi habitación. Me quedaba ahí, con la mano extendida hacia la puerta, deseando que entrara, que me abrazara, que me dijera que todo iba a estar bien. Pero mi orgullo, mi miedo, y todo el resentimiento que aún cargaba me impedían ir hacia él. Cada noche que Aslan no estaba en casa, me sentía vacía, terminaba en su habitación, durmiendo en su cama, envolviéndome en su olor que me calmaba y me hacía sentir segura. Pero cuando él estaba, el orgullo me mantenía distante.

Ahora, en esa camilla, no podía dejar de mirarlo. Era tan evidente lo nervioso que estaba. Sus manos temblaban y sus ojos no se apartaban del monitor donde la doctora Aylen seguía moviendo el aparato sobre mi vientre. Me reí por dentro. Parecía como si estuviera en su primera cita. Su torpeza y ansiedad me enternecían, aunque no podía permitirme mostrarle ninguna señal de vulnerabilidad.

― ¿Ya se puede ver el sexo?― preguntó Aslan con impaciencia.

Aylen ríe suavemente mientras seguía moviendo el aparato.

― Tienes un papá muy nervioso aquí en la sala.― me dijo, sonriendo.

No pude evitar sonreír también. Aslan estaba tan emocionado que apenas podía quedarse quieto.

― Sí, ya se puede ver.― respondió la doctora, observando con atención la pantalla.

― ¿Y qué es?― preguntó Aslan, sin apartar los ojos del monitor.

Aylen lo miró divertida, tomándose su tiempo para contestar. Sabía que estaba jugando con él.

― Antes de decírtelo, dime...― dijo Aylen, mirándolo con curiosidad.― ¿Qué te gustaría que fuera?

Más allá del contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora