CAPÍTULO 19

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"Quieren conocerte"

MEGAN

Me despierto a mitad de la noche, incómoda, incapaz de volver a conciliar el sueño. Algo no está bien, y rápidamente lo identifico: tengo hambre, un antojo implacable que no me deja tranquila. Me siento en la cama, mirando a mi alrededor. Aslan está ahí, durmiendo profundamente, boca abajo. No recuerdo en qué momento llegó, pero es la primera vez en meses que compartimos la misma cama. Es irónico, porque fui yo quien terminó aquí al intentar hablar con él y quedarme dormida en el proceso.

Miro el reloj en la mesita de noche: 3:34 A.M.

Me levanto con cuidado para no despertarlo. Si no como algo pronto, me desmayaré. El antojo es claro y preciso: fresas con chocolate. Casi puedo saborearlas mientras bajo a la cocina en silencio, esperando que la refrigeradora tenga lo que necesito.

Al abrir la puerta de la nevera, el frío me recibe, pero nada de lo que busco está ahí. Ni fresas, ni chocolate. Cierro la puerta, frustrada, y reviso los estantes y la despensa, como si las frutas fueran a aparecer mágicamente. Nada.

― Solo a ti se te ocurre pedirme comida a esta hora, pequeña comelona.― murmuro, acariciando mi vientre con suavidad.

Mis pensamientos dan vueltas, buscando una solución. Miro de nuevo hacia la habitación. Solo hay una opción. Con un suspiro, camino de vuelta, deteniéndome frente a la puerta. Sé que Aslan haría cualquier cosa por mí, incluso esto, pero no puedo evitar sentirme un poco culpable. Al fin y al cabo, es una locura despertarlo a estas horas solo por un antojo.

― Creo que va a ser hora de despertar a Aslan.― le digo a mi bebé, mientras acaricio mi vientre una vez más.

Entro en la habitación y me acerco a Aslan con cuidado. Lo toco suavemente, moviéndolo lo justo para que despierte sin sobresaltos.

― Aslan... Aslan... —susurro, esperando su respuesta.

Él solo emite un gruñido soñoliento, apenas consciente.

― Mmm...― murmura, mientras se mueve un poco.

― Aslan, tengo hambre.― le digo, tratando de sonar lo menos culpable posible.

Se gira lentamente, abriendo los ojos apenas lo suficiente como para verme. Su expresión es de pura confusión, como si no entendiera qué está pasando.

― ¿Hambre?― pregunta, mientras se frota los ojos y enciende la lámpara.― ¿Has visto la hora que es, muñeca?

Asiento, bajando la mirada.

― Ya no hay fresas ni chocolate.― le digo en un susurro.

Aslan suspira, incorporándose para sentarse al borde de la cama. Se frota el rostro con las manos, todavía medio dormido.

― En la mañana traje fresas, ¿seguro que no buscaste bien? —pregunta, buscando sus sandalias en la penumbra.

― Ya no queda nada...― Repito, con la voz más baja.

El silencio se extiende entre nosotros por unos segundos hasta que parece caer en cuenta de lo que ha sucedido.

― ¿Te comiste todas las fresas?― me pregunta, con incredulidad en la voz.

Mis mejillas se tiñen de rojo. Lo sabía. Sabía que iba a salir este tema. Avergonzada, asiento.

― Eran muy poquitas.― me excuso, aunque la verdad es que me había dado un festín con ellas antes de la consulta con la doctora. Los nervios por saber el sexo del bebé me habían empujado a devorarlas.

Más allá del contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora