CAPÍTULO 24

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"Fue... inevitable"

MEGAN

El reencuentro con Dulce no será diferente. Aslan hizo lo mismo con ella que con mi mamá: una caja, una carta, y la promesa de que iría a verla pronto. Ahora que estamos aquí, siento los mismos nervios, la misma mezcla de emoción y miedo que cuando volví a ver a mi madre y a Luna.

No puedo dejar de tocar la peluca. Me incomoda, la sensación de llevar algo que no es mío, pero es necesaria para mantenerme oculta. El auto se detiene suavemente frente a una pequeña casa a las afueras de la ciudad. Es modesta, acogedora, perfecta para alguien que vive sola. El lugar grita Dulce como su nombre en cada rincón.

Respiro hondo, tratando de calmar los nervios que me carcomen, y bajo del auto con una mezcla de inquietud y anticipación. Camino lentamente hacia la puerta, sintiendo como mis manos sudan. Cada paso hace que mi corazón lata más rápido. Toco la puerta, y mientras espero, paso mi peso de un pie al otro. Intento prepararme para el momento, pero no hay nada que pueda realmente preparar mi corazón para lo que sigue.

La puerta se abre y, ahí está, con su rostro tan familiar y tan dulce y lleno de amor como siempre. Mi Nana.

― Puedo pasar?― pregunto con timidez, sonriéndole entre lágrimas.

― Siempre has sido bienvenida.― responde con una sonrisa cálida, y veo cómo sus ojos también comienzan a llenarse de lágrimas.

Su voz es todo lo que necesito para sentirme en casa. Entro rápidamente, y apenas pasa la puerta, la rodeo con mis brazos por detrás, abrazándola fuerte. Cierro los ojos, sintiendo su calidez, su aroma tan familiar.

― No sabes lo mucho que te he extrañado.― murmuro, la emoción rompiendo mi voz.

Dulce se da la vuelta hasta quedar frente a mí. Pone una mano en mi mejilla, un gesto tan tierno, tan lleno de amor, que apenas puedo contener las lágrimas.

― Y tú no sabes la falta que me haces, mi niña.― dice, acariciando mi rostro con suavidad.― Mírate, ¡y ahora vas a ser mamá!

Sus palabras me arrancan una risa nerviosa, mientras las lágrimas vuelven a llenar mis ojos.

― Sí, una mamá joven... y fugitiva.― respondo con una risa temblorosa, mi voz entrecortada por las lágrimas que ya no puedo contener.

Dulce sonríe, pero su mirada está llena de ternura y compasión. Se acerca más, tomando mi rostro entre sus manos, sus dedos cálidos y firmes.

― Para mí siempre serás inocente, Megan.― me dice con una voz firme y reconfortante.― Inocente como el primer día que te conocí. Y aunque el mundo me diga lo contrario, yo siempre daré fe de tu inocencia. Mi niña hermosa.

Mis barreras se desmoronan por completo, y lloro sin control. Me dejo caer en sus brazos, mi cuerpo temblando mientras las emociones que he reprimido durante tanto tiempo salen a la superficie. Siento sus manos en mi espalda, acariciándome como si intentara juntar las piezas rotas de mi corazón.

― Soy inocente, Nana...― murmuro entre sollozos, sintiendo el peso de todo lo que he cargado durante meses.

Con su ayuda, caminamos hacia el pequeño living. Me derrumbo en el sofá, mis piernas ya incapaces de sostenerme, y ella se sienta a mi lado, su presencia reconfortante como siempre. Me permito recostarme en su regazo, como cuando lloraba por cualquier tontería. Dulce empieza a acariciar mi cabello suavemente, y la sensación es tan familiar que me siento transportada a una época donde todo era más sencillo, menos doloroso.

― Cada día, no perdía la esperanza de volverte a ver.― dice, con la voz suave mientras sus dedos pasan por mi cabello.― Siempre quise volver a ver esos hermosos ojos y tu bella sonrisa. Aunque el mayor tiempo, no sonrieras.- se burla.

Más allá del contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora