CAPITULO 35. LA AYUDA [FIN]

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Antes de iniciar, ¿Están listos?

— ¡VIOLET! ―gritó con la garganta rasposa―¡VIOLET!

Pero aquella mujer no paraba de correr, podía sentir como el hueso de su pierna fracturada se movía de derecha a izquierda, obligándola a cojear, el como su muslo no paraba de sangrar, el como sus pies descalzos eran víctimas de las piedras, espinas y ramas.

Con la navaja en mano, y corriendo sin parar, su meta de escape no estaba tan lejos, eso la ponía feliz, mientras que a Leo le asustaba.

— ¡VIOLET! ¡POR FAVOR! ¡REGRESA! 

Lo clamores de aquel hombre seguían sin generarle algún efecto a la mujer. Sin voltear a verlo, sin emitir una sola palabra, solo su respiración acelerada y sus pasos torpes sobre la yerba verde.

- ¡N-No me dejes! ―sollozó― ¡NO ME DEJES SOLO! ―Aceleró el paso.

La furia, cólera y miedo obligaron a Leo a impulsarse con más fuerza, a correr más rápido, a tirar un manotazo para ver si lograba alcanzarla de los cabellos, pero no lo lograba, Violet estaba demasiado lejos como para ser alcanzada por él. Leo sentía como su corazón latía con tanta fuerza, sentía tanto miedo al ver como el camino del bosque se iba acabando, abriéndoles paso al exterior e inicio del pueblo.

Leo se detuvo en seco, tomó una piedra del suelo y la lanzó contra Violet, logrando darle en el hombro derecho, sacándole un grito de dolor y botándola al suelo. Al ver como aquella mujer caía al suelo este tomó fuerzas y corrió tan rápido como pudo hacia ella, pero Violet no se daba por vencido, tomó fuerzas y se impulso hacia el frente, corriendo lejos de Leo, pero la distancia entre ambos ya no era tan grande.

- ¡DÉJAME EN PAZ!

Gritó aquella mujer, con sus mejillas llenas de lágrimas y su corazón a punto de estallar de miedo.

El hombre de cabellos rubios también estaba llorando, llorando de miedo, de cólera, de ira, de impotencia al reconocer que aquella mujer estaba logrando escapar. Un paso más y ambos dejaron de estar rodeados de árboles, al frente no había nada más que grama corta y fresca, pero para poder salir de aquel bosque tenía que subir una pequeña colina que les tapaba la vista al pueblo, Violet subió las faldas de aquella colina, la poca fuerza que le quedaba la estaban matando de agonía.


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El pequeño Mateo estaba en los columpios, solo, con sus pies colgando en el aire, esperando la venida de Violet y Leo. Frunció el ceño al ver como diversas familias jugaban entre ellos en los demás juegos. El ver como una madre cargaba a su bebé en brazos, el cómo un padre empujaba a su hijo en los columpios de enfrente, familias completas comiendo en las mesas de madera de aquel parque.

Una pequeña lágrima nació de los ojos de aquel niño, derramándose pro su mejilla y cayendo al suelo. Al recordar aquel beso que le dio Violet fue la gota que derramó el vaso, su corazón dolía, sus manos temblaban, su respiración era acelerada. A pesar de la corta edad que tenía, el pobre estaba sintiendo un brote de pánico en su cuerpo, no porque Violet y Leo estuviesen tardando, no, tenía miedo de crecer sin una familia, o que aquel par se cansara de él y lo dejasen abandonado en cualquier rincón.

Mateo quería tener una familia, un padre, una madre, un hogar en donde encontrar calidez, amor y paz.


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