Verano de dudas

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Quiero irme, pero mis pies no saben volar,
quieren quedarse anclados en el polvo dorado
que el sol de verano convierte en recuerdos.
Es difícil irse cuando las respuestas
nunca llegan como las olas del mar,
siempre están ausentes, siempre están lejos.

El cielo arde en tonos de rosa y púrpura,
como mi corazón que vacila en este calor,
en este tiempo suspendido donde nada es claro,
y las noches se alargan como un eco interminable.

Probablemente me quedaré,
porque el viento del sur me acaricia con promesas,
promesas que sé que son espejismos,
como las estrellas que intento contar
pero que desaparecen cuando cierro los ojos.

Y el verano se extiende como una mano cansada,
me abraza y me deja caer suavemente
en el abismo de la incertidumbre,
donde cada paso que doy me lleva al mismo lugar,
a este rincón de sombras y luz que no quiero abandonar.

Es difícil irse cuando la brisa murmura secretos
que no comprendo,
cuando el sol se pone tras el horizonte
y el mar parece susurrar mi nombre,
pero lo olvido al amanecer,
en esa neblina donde los pensamientos se confunden
y el mañana es tan incierto como el hoy.

Me quedaré un tiempo,
en este verano que no termina,
en esta vida que parece eterna
hasta que todo, finalmente, se aclare,
o tal vez, simplemente, me quede sin respuestas.

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