Capítulo 1

42 4 0
                                    

 Seraphina corría por las estrechas calles de la ciudad, sus pasos ligeros apenas resonando contra los adoquines. La capa oscura ondeaba tras ella, ocultando su rostro mientras apretaba la manzana robada contra su pecho. Detrás, las voces de los guardias resonaban más fuertes:

—¡Deténganla! ¡Es la ladrona!

Un par de figuras uniformadas doblaron una esquina, corriendo tras ella. Seraphina sonrió bajo la capucha. 

¿Ladrona? Si tan solo supieran quién era.

 Saltó ágilmente sobre un par de cajas apiladas a un lado del camino, balanceándose para aterrizar en una pasarela estrecha que conectaba dos edificios.

Robar se había convertido en un deporte últimamente. No le agradaba hacerlo, moralmente sabía que no era correcto, pero no había otra forma de comer si no lo hacía. Por lo que Sera intentaba no darle demasiadas vueltas al asunto.

—¡Rápido, por aquí! ¡Está subiendo al tejado! —gritó uno de los guardias.

Seraphina los escuchó tropezar al intentar seguirla. Su risa baja resonó, pero no frenó su carrera. Con el viento en el rostro, saltó de un tejado a otro, cada vez más alto, hasta que llegó a un callejón sin salida. Delante de ella, una pared se alzaba imponente. Dio un vistazo rápido a su alrededor y, con una sonrisa juguetona, giró para enfrentar a sus perseguidores.

—¿Hasta aquí llegaste, eh? —dijo uno de los guardias, jadeando mientras sacaba su espada.

Seraphina levantó las manos, la manzana aún entre sus dedos.

—Solo por una manzana, muchachos. ¿De verdad quieren trabajar tanto por esto? —se burló, agachándose levemente como si fuera a entregarse.

—¡Ríndete ahora! —gritó el otro guardia.

En un rápido movimiento, lanzó la manzana al aire. Mientras los guardias la observaban por reflejo, Seraphina dio un giro ágil, esquivándolos por un costado, y corrió hacia un angosto hueco entre los edificios. Su carcajada resonó mientras desaparecía.

—¡Maldita sea! —se quejó uno de los guardias—. ¿Dónde se metió?

Se escondió en las sombras, manteniéndose en completo silencio mientras los guardias miraban a su alrededor con frustración. Uno de ellos incluso se atrevió a gritar:

—¡Vamos a atraparte tarde o temprano!

Seraphina se recostó contra la fría pared de piedra, esperando pacientemente a que se rindieran. Tras unos minutos, los guardias, cansados y sin pistas, comenzaron a alejarse murmurando insultos.

Esperó a que sus pasos desaparecieran en la distancia antes de salir de su escondite. Sonrió con satisfacción y sacó una segunda manzana que había robado de la misma cesta, dándole una mordida victoriosa. El dulce sabor se sentía como una pequeña recompensa personal. Jamás robaba una, siempre tomaba todas las que podía cargar.

—Demasiado fácil —susurró para sí misma.

Con la manzana en mano, se dirigió hacia Solara, el castillo en ruinas que una vez fue el orgullo de su familia. Las torres, ahora quebradas y cubiertas de musgo, apenas se sostenían. La maleza había reclamado la mayor parte de las paredes exteriores, y los ecos de lo que alguna vez fue grandeza se sentían como un susurro lejano. Pero para Seraphina, este era su hogar, o al menos lo había sido por mucho tiempo.

Subió las escaleras de piedra, desgastadas por el tiempo, hasta llegar a la terraza. Allí, la vista siempre la hacía sentir como si pudiera dominar el mundo, aunque fuera solo por un momento.

Heraldo de Brasas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora