Capítulo 2

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La noche se había extendido sobre el campo de batalla, y la luz de las estrellas apenas podía iluminar los rastros de destrucción dejados atrás. Caden Wolfram se desarmaba con movimientos cansados, su armadura cubierta de barro y sangre, y la fatiga que sentía era casi devastadora. Las pesadas placas de metal caían a su alrededor con un sonido metálico, y cada pieza parecía pesar más de lo habitual. A pesar de la victoria, la escena que se extendía ante él era espantosa.

Los portadores del caos, aquellos monstruos que emergían de la oscuridad como pesadillas vivientes, habían dejado una marca en Ignaris ese día. Eran criaturas de formas grotescas y espantosas, con pieles escamosas y ojos que brillaban con una maldad infernal. La batalla había sido feroz, y mientras Caden miraba los cuerpos caídos —la mayoría de ellos humanos— un sentimiento de desesperanza lo envolvía.

¿Cuántos más tendrían que perder antes de que esto termine? Se preguntó observando a los soldados que yacían inertes en el suelo. La cantidad de vidas perdidas en el enfrentamiento le pesaba más que cualquier herida física. Hombres que habían dado todo por una causa que a menudo parecía incierta. La visión de sus rostros sin vida, mezclada con la furia de la batalla, le dejaba un sabor amargo en la boca.

 La responsabilidad de proteger a su gente era una presión insoportable, y no podía evitar preguntarse si todo había valido la pena. 

Su mirada se desvió hacia los cuerpos que empezaban a ser recogidos por los equipos de recuperación. Los gritos de dolor y las súplicas de ayuda aún resonaban en sus oídos, y se preguntaba cómo podía haber tanta tragedia en un solo lugar. Su enojo no solo era con los monstruos que habían atacado, sino con el sistema que había permitido que se llegara a este punto. Con su padrastro, Malakar, en el trono, las cosas parecían ir de mal en peor.

Todo esto era culpa suya.

Era un pensamiento recurrente, una amargura constante que lo acompañaba en sus momentos de soledad. Malakar Viperscale no solo había derrocado a los Ashborne, sino que también había dejado al reino en un estado de desolación. Las consecuencias de su tiranía eran ahora evidentes en cada rincón del campo de batalla, y Caden sentía que su propio sufrimiento era una parte pequeña pero significativa de un problema mucho más grande.

Caden tenía tan sólo ocho años cuando el desastre había sucedido. Recordaba estar durmiendo en su en la fortaleza de Moonshadow cuando su madre lo despertó, con lágrimas en los ojos, anunciándole que su padre había muerto y era el nuevo Lord de su casa.

El dolor que sintió aquel día, lo acompañaría hasta el día de hoy. 

Se levantó lentamente, y camino hacia la tienda de guerra armada a un lado. Lamentarse no le serviría de nada. Dejo todo el metal sobre la pequeña mesa, junto a los mapas y las copas con vino, mientras miraba sus brazos en busca de alguna herida que limpiarse.

Se encontraba tan solo a unos minutos de la capital de Ignaris, en las afueras del castillo. Aún así, el ambiente era completamente diferente. En las últimas semanas, los ataques se habían triplicado, al igual que las pérdidas. A Caden nunca le había agradado ser el líder del batallón de Ignaris, pero era algo en que era extremadamente bueno.

Mientras se quitaba la última pieza de la armadura, escuchó pasos que se acercaban. Giró para ver a su madre, la reina Elara. Su embarazo avanzado le daba una presencia aún más notable, y su rostro estaba lleno de preocupación. 

—¿Cómo fue? —preguntó Elara, con una voz que intentaba ser suave pero que estaba llena de ansiedad.

Caden se tomó un momento antes de responder, su mirada cansada encontrándose con la de su madre. Elara la miró con sus ojos grises, el mismo color de Caden. Aunque había asumido el apellido Viperscale al casarse con Malakar, su linaje Wolfram seguía siendo parte de su identidad.

Heraldo de Brasas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora