Caden avanzaba con paso firme por los pasillos del castillo Viperscale, sus botas resonando sobre el mármol oscuro. Sabía que no podía negarse a una reunión con Malakar, pero cada vez que era convocado, sentía el peso de la incomodidad como un yugo en sus hombros. Desde que Elara, su madre, se había casado con él, su vida había cambiado de formas que aún no terminaba de aceptar. La influencia de Malakar, la manera en que lo trataba como si fuera parte de su familia... le resultaba despreciable.
Tal vez venía a hablar sobre el ataque de las bestias en los alrededores del castillo, pero lo dudaba mucho. Usualmente no discutían sobre eso, ya que Caden se ocupaba de aquellos asuntos.
Llegó al despacho del Rey Viperscale, una habitación imponente con estanterías llenas de libros antiguos y pergaminos, y un escritorio de madera oscura tallada con símbolos serpentinos. Las ventanas, cubiertas por gruesas cortinas de terciopelo verde, dejaban entrar solo tenues rayos de luz. Malakar estaba sentado tras el escritorio, con sus manos entrelazadas frente a él y su expresión imperturbable.
—Caden, gracias por venir —dijo Malakar, con esa voz suave que siempre utilizaba, un tono que no encajaba con su reputación de usurpador.
Caden inclinó ligeramente la cabeza, manteniéndose a una distancia prudente.
—¿Para qué me ha llamado, su alteza?
Malakar sonrió, aunque no era una sonrisa cálida.
—He notado que Seraphina ha estado bastante activa últimamente, moviéndose entre los demás miembros de las casas —dijo Malakar, y su tono pasó a ser más serio—. Sé que está aquí con una misión, buscando alianzas para su madre, Fiamma. Quiero que la vigiles, Caden. Averigua qué acuerdos ha hecho, qué promesas ha intercambiado.
Caden apretó los puños ligeramente, la tensión corriendo por sus venas. Sabía lo que estaba pidiendo Malakar: traicionar la confianza de Seraphina, o al menos hacer de espía. Algo dentro de él se revolvía ante la idea. No quería servir como un instrumento para Malakar en contra de ella. Sin embargo, ¿Qué otra opción tenía?
—Entiendo, mi rey —respondió finalmente, con voz controlada, aunque su interior hervía.
Malakar se recostó en su silla, satisfecho.
—Sabía que podía contar contigo, Caden. Eres un hombre de confianza... y leal a tu familia.
Caden no pudo evitar tensarse al escuchar la palabra "familia". Malakar siempre jugaba esa carta, tratando de recordarle que ahora formaba parte de los Viperscale, aunque su lealtad verdadera siempre había estado con su Casa. Sin embargo, no protestó.
Un golpe suave en la puerta interrumpió la conversación, y ambos giraron la cabeza hacia la entrada. La pequeña Zara asomó su cabecita por la puerta entreabierta. Sus grandes ojos grises brillaban con ilusión.
—Papá, ¿puedes contarme una historia antes de dormir? —preguntó con voz inocente.
Malakar la miró, y por un momento, su expresión se suavizó. Zara era su debilidad, Caden lo había notado desde el primer momento. Pero entonces, como si recordara su posición, el rey negó con la cabeza con una sonrisa amable.
—Estoy ocupado ahora, pequeña serpiente. Quizás más tarde.
La decepción cruzó el rostro de Zara, pero antes de que pudiera irse, Caden habló.
— Yo puedo contarte una historia si quieres.—dijo, dirigiéndose a ella con una sonrisa pequeña pero genuina—. Solo espera un poco, ¿de acuerdo?
Zara asintió con entusiasmo y luego se fue, cerrando la puerta detrás de ella. Malakar observó la escena en silencio, su mirada volviendo a endurecerse una vez que Zara se había marchado.
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Heraldo de Brasas (1)
FantasíaEn un reino desgarrado por la guerra, el nombre de Seraphina Ashborne es recordado como una sombra del pasado. Se creía que la hija del Fénix había caído en la batalla, pero su destino no terminó allí. Exiliada en las tierras de Pyros, decide volver...