Capítulo 5

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Descendió de su caballo frente a las imponentes puertas de Aureon, el bastión de los Leostone. El aire fresco del atardecer acariciaba su rostro, aunque no logró aliviar la tensión en sus músculos. Caden sabía que aquella visita no traería nada bueno. Con pasos decididos, caminó hacia el portón, donde los guardias lo recibieron con una inclinación respetuosa, abriendo las grandes puertas de madera que chirriaron al moverse.

Del otro lado, lo esperaban los líderes de la Casa del León: Alaric Leostone, su esposa Maris, y sus hijos Roland y Selene. Caden apretó los dientes, tratando de mantener la calma. Aunque su relación con los Leostone había sido cercana, las circunstancias actuales ponían a prueba esa confianza.

Roland fue el primero en dar un paso adelante.

— Amigo, bienvenido.— dijo Roland con una sonrisa tan blanca como el marfil del castillo.— Planeaba escribirte en estos días, ¿Cómo has estado?

— En el frente, combatiendo aquellas bestias oscuras.— aclaró Caden desanimado.

— ¿Malakar te sigue enviando a hacer su trabajo sucio?

— Eso me temo.— respondió Caden.

Caminaron hacia dentro de la fortaleza. El resto de la familia Leostone lo recibió en el salón principal, con una sonrisa.

— Lord Caden, bienvenido a Aureon —saludó Alaric, su voz profunda resonando en el aire, rompiendo el silencio que se había asentado como una niebla pesada—. Es un honor tenerte aquí.

Caden inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, aunque su mirada no abandonó la expresión de Alaric.

—Lord Alaric, Lady Maris, Roland, Selene —dijo Caden, con tono formal—. Agradezco vuestra hospitalidad, pero debo ser franco. Esta visita no es una social.

—Si Malakar te ha enviado, debe ser algo importante —comentó Maris, con una sonrisa cautelosa, pero cálida, sus ojos examinando a Caden con preocupación—. Pero al menos permítenos ofrecerte una cena antes de discutir asuntos serios.

Caden negó con una leve inclinación de cabeza.

—Lo agradezco profundamente, Lady Maris, pero debo cumplir con mi deber. He recibido órdenes del Rey Malakar Viperscale. Se ha corrido el rumor de que los Ashborne han buscado refugio aquí en Aureon. Estoy aquí para confirmar si es cierto.

El aire pareció congelarse ante sus palabras. Por un momento, los Leostone intercambiaron miradas tensas, pero Alaric fue el primero en responder, manteniendo una fachada serena.

—Eso es falso, Lord Caden. Los Ashborne no están aquí, y no tengo motivos para ocultar una cosa así. Aureon ha sido siempre leal al trono —dijo Alaric con firmeza, su voz grave resonando por la sala.

Roland, quien siempre había sido cercano a Caden, dio un paso adelante, intentando aliviar la tensión que colgaba como un velo oscuro sobre la conversación.

—Te lo aseguro, Caden —dijo Roland, con una mirada sincera—. No albergamos a los Ashborne. Aureon no tiene motivos para traicionar la paz que mantenemos.

Caden los observó con atención. Aunque sus palabras parecían genuinas, su agudo sentido del oído, captó un sonido que no podía ignorar. Los latidos de sus corazones. Eran rápidos, irregulares. El lenguaje corporal era una cosa, pero el latido del corazón nunca mentía.

Alaric mentía. Roland mentía. Todos lo hacían. Y eso significaba que los Ashborne estaban cerca.

Un nudo se formó en el estómago de Caden. No quería estar allí, no quería ser la mano de Malakar en esta misión, pero si fallaba, la Casa Wolfram pagaría el precio. Y su madre... Ella estaba bajo la protección de Malakar, su vida pendía de un hilo tan fino como las decisiones que él tomara.

Heraldo de Brasas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora