Sera observaba su reflejo en el espejo fijamente, como si no pudiese creer lo que veía. No estaba acostumbrada a verse vestida de esa manera, pero el cambio le resultaba agradable, casi como si, por un breve momento, pudiera dejar atrás la pesada carga de el exilio y recuperar su derecho de nacimiento.
El vestido que había elegido era de un rojo intenso, un color que siempre había sido el emblema de su casa. El tono profundo del carmesí recordaba al fuego en su estado más feroz. El escote era sencillo, elegante, dejando al descubierto su cuello y resaltando la suavidad de su piel. La tela fluía suavemente con cada movimiento, ajustándose a su figura.
Los colores también hacían juego con su cabello. Sus largos mechones, de un tono pelirrojo cobrizo, caían en suaves ondas sobre sus hombros y espalda, un rasgo que la hacía inconfundible. Sus ojos, grandes y de un tono azul mezclado verde esmeralda, la miraban como si intentaran reconocer a la mujer que se reflejaba frente a ella.
Su piel clara, contrastaba con la intensidad del vestido. Los pómulos altos y marcados le daban un aire aristocrático, mientras que sus labios, ligeramente rosados, completaban el conjunto de sus facciones. Seraphina siempre había sido consciente de su apariencia, pero rara vez la había considerado un arma a su favor.
Hoy, sin embargo, se sentía diferente. Por primera vez en mucho tiempo, se permitía a sí misma disfrutar de cómo se veía, de cómo este vestido parecía devolverle una parte de lo que había perdido: su dignidad como princesa de la Casa del Fénix.
Mientras ajustaba un mechón de su cabello, se permitió sonreír. Era extraño verse a sí misma así, como si fuera una versión diferente de la mujer que había sido durante todos esos años de lucha y sufrimiento.
No solo había tenido un baño de agua caliente en una bellísima tina, sino que también le habían confeccionado un atuendo a mano en pocas horas. Maris le había dicho que había mandado a preparar un vestido, pero las costureras insistieron en ajustar la tela para que solo ella lo pudiese usar.
Había olvidado la última vez que llevo falda en lugar de pantalones. En Solara, no se podía permitir bajar la guardia, y los pantalones resultaban la opción más práctica.
Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—¿Seraphina? —la voz de Roland resonó al otro lado de la puerta.
Sera caminó hacia la puerta y la abrió con calma. Roland estaba esperándola del otro lado. No pudo ocultar el leve destello de asombro en sus ojos al verla. No dijo nada de inmediato, pero su mirada habló por él.
—Es hora de cenar —dijo finalmente, después de un breve silencio. Aun así, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios—. Te ves... realmente bien esta noche.
Seraphina sintió el calor subir a sus mejillas, pero lo disimuló con una ligera inclinación de la cabeza.
—Gracias, Roland —respondió con serenidad—. Tú también luces bien.
Roland asintió, pero no comentó más sobre su apariencia, sabiendo que no era el momento ni el lugar para perderse en halagos. En su lugar, cambió de tema.
— ¿Te sientes cómoda en Pridehall? ¿Las criadas te han tratado bien?
Sera asintió:— Si, el lugar es muy agradable.
—Me alegra oír eso.—dijo mientras caminaban juntos por los pasillos.—. Sé que las circunstancias no son las mejores, pero mis padres están muy complacidos de tenerlos como invitados.
Sera lo miró de reojo, agradecida por su amabilidad: —Tu familia ha sido muy generosa con nosotros. Después de tanto tiempo en el exilio, es extraño estar en un lugar que se siente... seguro, al menos por un momento.
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Heraldo de Brasas (1)
ФэнтезиEn un reino desgarrado por la guerra, el nombre de Seraphina Ashborne es recordado como una sombra del pasado. Se creía que la hija del Fénix había caído en la batalla, pero su destino no terminó allí. Exiliada en las tierras de Pyros, decide volver...