Capitulo 7

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Seraphina se movía en silencio por los pasillos oscuros del castillo, asegurándose de no hacer ningún ruido que delatara su presencia. Sabía que cualquier crujido de la madera o el sonido de sus pasos podría llamar la atención de algún guardia, y lo último que necesitaba era que alguien la detuviera antes de llegar a su destino. Sus ojos escaneaban cada rincón y cada sombra con mucha cautela.

Las luces de las antorchas en las paredes del castillo apenas iluminaban su camino, pero Seraphina era muy buena memorizando cosas, y la pequeña muestra de Roland del lugar la había hecho reavivar momentos de su infancia. O al menos eso pensaba, pues sus recuerdos parecían estar entremezclados. Pero ahora mismo, tenía puesta su atención en una sola cosa:

El león blanco.

La imagen de la criatura seguía grabada en su mente, sus ojos dorados penetrantes, la elegancia de su porte, y la sensación extraña de que no era un simple animal. 

Finalmente, Seraphina llegó a las puertas del parque trasero. Las abrió con cuidado, sin hacer ruido, y se escabulló fuera. El aire de la noche era frío, y el viento susurraba entre las hojas de los árboles. A lo lejos, vio a algunos guardias patrullando, pero ninguno se acercaba al lugar donde ella se dirigía. Los arbustos al final del parque, donde había visto desaparecer al león, estaban oscuros y silenciosos, sin rastro de este.

Caminó hacia ellos, con pasos lentos, mirando a su alrededor. Aún no estaba segura de lo que había visto, pero una sensación en su interior la empujaba a seguir adelante. Al llegar a los arbustos, se detuvo, escudriñando entre las sombras.

Entonces lo vio.

El león blanco apareció de nuevo, tan majestuoso como antes. Estaba justo frente a ella, con sus ojos fijos en los de Seraphina. La sensación de que la estaba observando, estudiando, era abrumadora. Por un momento, no supo qué hacer. Era tan hermoso y, al mismo tiempo, tan desconcertante.

—¿Qué eres? —preguntó Seraphina, casi en un susurro, mientras daba un paso hacia el león.

El animal no respondió. Solo la miró, sin moverse ni un centímetro, como si estuviera esperando algo. Sera se sintió un poco tonta hablando con un animal, pero no pudo evitarlo.

—Sé que no eres real —continuó, intentando racionalizar lo que estaba viendo—. Esto tiene que ser una visión o... una señal.

El león seguía en silencio, sus ojos fijos en los de ella, penetrando más allá de su exterior. Seraphina sintió una mezcla de incomodidad y fascinación. Se quedó quieta, esperando alguna respuesta, cualquier señal de que estaba en lo correcto.

Pero nada.

La criatura, en lugar de responder, simplemente se giró y comenzó a alejarse rápidamente. Sera, frustrada, dio un paso hacia adelante, intentando seguirlo, pero justo en ese momento escuchó una voz detrás de ella que la hizo congelarse.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Se giró rápidamente, su corazón acelerado. Ahí, a unos pasos de distancia, estaba Caden Wolfram, con su la mirada intensa fija en ella. Sus ojos grises brillaban a la luz tenue de la luna, y su postura rígida dejaba claro que no estaba contento de encontrarla allí.

—¿C-Caden? —preguntó, sorprendida y tratando de mantener la compostura—. ¿Qué haces aquí?

Él no respondió de inmediato. Sera se tomo unos segundos para admirar lo alto que era: mientras que Roland debía llegar al metro ochenta, Caden medía más de metro noventa. Sin duda su postura y tamaño era mucho mas imponente, al igual que su mirada. Sus ojos se deslizaron de ella hacia los arbustos donde había estado el león, pero no había ni rastro del animal.

Heraldo de Brasas (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora