La oscuridad del bosque de Elvenwald había caído de manera sigilosa, como un manto pesado que cubría los cielos y envolvía todo con un silencio inquietante. El grupo continuaba su marcha, el sonido de los cascos de los caballos amortiguado por la mullida tierra del bosque. Las ramas crujían de vez en cuando, como si las sombras del lugar susurraran secretos entre los árboles.
—Deberíamos acampar y descansar un poco —dijo Caden, rompiendo el silencio de la noche con su voz.
—Estoy de acuerdo —respondió Alaric, que cabalgaba un poco más adelante, observando el entorno—. No tiene sentido seguir avanzando sin descanso, sobre todo en este lugar. El bosque puede ser peligroso de noche.
Los demás asintieron, sin discutir la decisión. Todos sabían que el viaje hacia Ignaris sería largo y arduo, y apresurarse solo les traería más problemas.
Bajaron de sus caballos uno a uno, comenzando a preparar el campamento en un pequeño claro que encontraron entre los árboles. Roland y Caden se pusieron a trabajar casi de inmediato, recogiendo ramas secas para hacer una fogata. La madera estaba húmeda, pero después de unos cuantos intentos, Theo se acerco a ellos para ayudarlos.
Apuntó con su dedo a la fogata, y una chispa salió disparada. Enseguida la madera se encendió, y Roland le dio una palmadita en el hombro.
— Lo haces ver tan fácil— dijo con una sonrisa.
Mientras tanto, Seraphina y Fiamma acomodaban los abrigos y mantas que llevaban para hacer camas improvisadas. Theo, siempre inquieto, no tardó en acercarse a su hermana.
—¿Estás asustada, Sera? —le preguntó en voz baja, con un ligero temblor en su tono.
Seraphina, que había estado ajustando uno de los abrigos en el suelo, levantó la mirada hacia su hermano menor. Lo conocía bien, y sabía que esa pregunta era más un reflejo de su propia preocupación que una simple curiosidad.
— ¿Por que lo estaría?— preguntó con suavidad.
— Porque es la primera vez que estamos lejos de Solara, y... se que detestabas ese castillo en ruinas pero, era nuestro hogar.
Sera le acarició el cabello:— Ignaris es nuestro hogar.
— No para mí, nunca he estado ahí y...— suspiró frustrado.— ¿Qué pasa si lo detesto?
— Theo, escucha, hemos vivido cosas horribles. No podemos rendirnos ahora.
Theo asintió, aunque su expresión seguía siendo tensa. Era joven, pero había crecido demasiado rápido, obligado a lidiar con las consecuencias de un destino que nunca pidió. Seraphina le dio un pequeño golpe en el hombro, intentando que se relajara un poco, y Theo le devolvió una sonrisa débil.
— Si te hace sentir mejor, en cuanto volvamos a ser parte del consejo, lo primero que pediremos es reconstruir Solara.— comentó Sera con cariño.
Theo sonrío ampliamente:— Eso me gustaría.
Unos pasos se acercaron, y cuando Seraphina levantó la vista, vio a Roland sus ojos recorriendo el grupo con una sonrisa relajada en el rostro.
—¿Tienen frío? —preguntó con tono amistoso, observando a Theo primero, que ya estaba acurrucado cerca del fuego.
—Estoy bien —respondió Theo, restando importancia al tema, aunque la verdad era que la brisa fría del bosque comenzaba a calar a través de su ropa.
Sin embargo, Roland había notado cómo Seraphina, a pesar de su intento de mantener una postura estoica, se abrazaba ligeramente a sí misma, como si tratara de combatir el frío sin hacerlo evidente. Llevaba una camisa blanca sencilla, un cinturón de cuero negro que envolvía su abdomen, y unos pantalones oscuros que completaban su atuendo. Aunque funcional, no era la mejor ropa para las frías noches de Elvenwald.
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Heraldo de Brasas (1)
FantasyEn un reino desgarrado por la guerra, el nombre de Seraphina Ashborne es recordado como una sombra del pasado. Se creía que la hija del Fénix había caído en la batalla, pero su destino no terminó allí. Exiliada en las tierras de Pyros, decide volver...