Seraphina caminaba por los jardines traseros del castillo, su mente aún atrapada en una tormenta de pensamientos. La carta de Roland había sido un respiro bienvenido. Después de lo ocurrido con Caden, necesitaba cualquier distracción que la ayudara a apartar su atención de esa confusión interna.
Había sido una tonta al confiar en él, y mucho más al dejarse llevar por esos sentimientos que nunca debieron surgir. Sabía que lo que había pasado entre ellos no era real, solo una mentira. Caden solo estaba apoyando a los Viperscale, su familia. ¿Cómo había podido olvidar eso, siquiera por un segundo?
Mientras caminaba hacia el lugar donde Roland había prometido esperarla, intentó concentrarse en lo que realmente importaba: su futuro, su familia, las alianzas que debían forjarse. Los asuntos del corazón, se recordó a sí misma, no tenían lugar en estos tiempos. Y mucho menos si estaban destinados al fracaso.
Cuando llegó al parque, lo vio: Roland había dispuesto un pequeño picnic bajo un árbol de flores blancas que perfumaban el aire. La escena era tan tranquila, tan cálida, que Seraphina no pudo evitar sentir una leve sonrisa aparecer en sus labios. Era justo lo que necesitaba.
Roland se levantó al verla llegar, sonriendo ampliamente mientras le hacía un gesto para que se acercara.
—Seraphina, me alegra que hayas venido —dijo con sinceridad, inclinándose levemente en una especie de reverencia antes de extenderle la mano.
Sera tomó su mano antes de sentarse en la suave manta que Roland había dispuesto en el suelo. El sol brillaba en lo alto, bañando el lugar con una calidez suave, y la brisa era lo suficientemente fresca como para mantener el ambiente perfecto.
—Gracias por invitarme.—dijo ella mientras observaba la selección de alimentos frente a ellos—. Parece que te has esmerado mucho.
—Quería que fuera especial — su tono tranquilo pero con una pequeña pizca de nerviosismo—. No todos los días tengo la oportunidad de compartir un momento tan agradable contigo.
Sera sonrió levemente, aunque dentro de sí seguía luchando por dejar atrás lo que había ocurrido con Caden. Pero Roland se había tomado la molestia de organizar todo esto, y ella estaba decidida a disfrutar el momento.
Después de un breve silencio, Roland rompió la quietud con una pregunta.
—¿Te gusta lo que pedí? —preguntó, observando con curiosidad mientras Seraphina probaba algunos de los bocados frente a ella.
—Sí, todo está delicioso —dijo ella, con una pequeña sonrisa—. Pero, si te soy sincera, lo que más me gustan son las frutillas.
Roland, que estaba a punto de tomar una copa de vino, la miró sorprendido y luego notó que solo había una pequeña porción de fresas en el plato de frutas.
— No sabía que te gustaban tanto.. —respondió, claramente arrepentido por no haber previsto eso—. Te prometo que la próxima vez pondré una cantidad mucho mayor. No me volveré a equivocar.
Seraphina se rio suavemente ante su respuesta, apreciando su atención a los detalles. A medida que la conversación avanzaba, ambos se relajaron, y las tensiones de los últimos días parecieron desvanecerse. Era fácil estar con Roland: era amable, genuino, y claramente se preocupaba por ella. Quizás eso era lo que necesitaba en su vida: alguien como él, que le ofreciera estabilidad y tranquilidad, y no la tormenta emocional que había sentido con Caden.
—Eres muy considerado, Roland —dijo ella en un momento, tras una risa.
Roland la observó, como si quisiera decir algo. En su lugar, se inclinó hacia ella, y con una ternura inesperada, corrió un mechón de cabello rebelde que caía sobre su rostro, apartándolo con delicadeza.
ESTÁS LEYENDO
Heraldo de Brasas (1)
FantasyEn un reino desgarrado por la guerra, el nombre de Seraphina Ashborne es recordado como una sombra del pasado. Se creía que la hija del Fénix había caído en la batalla, pero su destino no terminó allí. Exiliada en las tierras de Pyros, decide volver...