La luz del sol empezaba a descender cuando el grupo regresó al castillo. Los ecos de risas aún resonaban en el aire, y las prendas húmedas de Sera y Caden dejaban un rastro de gotitas en el mármol pulido mientras caminaban hacia el ala donde se encontraban sus habitaciones. Zara, con una risa que iluminaba sus ojos, caminaba entre ellos.
—Casi no podía parar de reír cuando caíste, Sera —dijo la niña resplandeciente.
Sera le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.
—Creo que esa siempre fue tu idea, pequeña instigadora —respondió en un tono juguetón, empujando suavemente el hombro de la niña.
Caden, quien caminaba al otro lado de Zara, dejó escapar una carcajada.
—Sí, debo admitir que sospecho que Zara siempre tuvo la idea de que termináramos allí, ¿No es asi?
La niña sonrió ampliamente, con un destello travieso en sus ojos. Pero, mientras se acercaban al pasillo central, Sera se detuvo al ver a alguien familiar al final del corredor.
Roland estaba esperándola, con los brazos cruzados y una expresión impaciente. Su mirada se posó primero en ella y luego en Caden, notando las gotas de agua que todavía caían de sus ropas y los mechones húmedos que se adherían a sus rostros.
—Hola, ¿En dónde estaban? —preguntó Roland, sin ocultar del todo el tono ligeramente molesto en su voz, pero sonriendo ampliamente.
Sera no pudo evitar reír suavemente, dejando escapar el final de su alegría del día.
—Fuimos a un picnic —dijo con una sonrisa, aún sumergida en el buen humor—. Zara organizó todo, y, bueno... terminé cayendo al lago. —Sus ojos chispearon de diversión, y lanzó una mirada cómplice a Caden, quien se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.
Roland esbozó una sonrisa débil esta vez, pero sus ojos no reflejaban la misma alegría. Su expresión era cautelosa, incluso ligeramente fría.
—¿Un picnic de último momento? —preguntó.
Sera parpadeó, aún divertida, aunque la seriedad en los ojos de Roland comenzó a desvanecer parte de su humor.
—Sí, algo así. Nos encontramos en el pasillo y Zara me invitó. Fue espontáneo.
Roland no respondió, pero sus ojos se dirigieron hacia Caden con un brillo diferente. Caden lo percibió al instante. Sin decir más, tomó la mano de Zara, inclinándose levemente hacia Sera.
—Vamos, Zara. Te llevaré a tus aposentos —dijo en voz baja, con una amabilidad que ayudó a disipar la atmósfera tensa.
Zara, ajena al ambiente, soltó una risita y se despidió de Sera con un gesto de la mano, siguiendo a Caden mientras desaparecían por el pasillo. El eco de sus pasos se desvaneció lentamente, y Sera se quedó a solas con Roland.
Él la miró, sus ojos azules escrutándola con una intensidad que la hizo sentir una incomodidad inesperada.
—Esta mañana, cuando te dije que hiciéramos planes juntos, me dijiste que tenías lecciones con Fiamma —dijo finalmente, su tono firme, aunque sin agresividad.
Sera se aclaró la garganta, aún sintiendo el peso de su ropa húmeda y el calor en su rostro. Evitó su mirada por un momento, pensando en cómo responder.
—Eso fue cierto, Roland. Tuve lecciones con mi madre, y después... bueno, me encontré con Zara en el pasillo, y sabes lo insistente que puede ser. No podía decirle que no —explicó, tratando de transmitir con su tono la honestidad de su respuesta.
Pero Roland no parecía convencido, y su ceño se frunció ligeramente. Hubo un momento de silencio antes de que hablara de nuevo, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
ESTÁS LEYENDO
Heraldo de Brasas (1)
FantasyEn un reino desgarrado por la guerra, el nombre de Seraphina Ashborne es recordado como una sombra del pasado. Se creía que la hija del Fénix había caído en la batalla, pero su destino no terminó allí. Exiliada en las tierras de Pyros, decide volver...