Capitulo 25: Ya queda poco tiempo

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Narración Ana

Mi hija lleva un año y seis meses   desaparecida. Cada día, el dolor se siente más profundo.

—¿Por qué, Dios? —pregunto en voz baja, con lágrimas que ya no puedo contener. La tristeza me acompaña desde que Briana desapareció, y a veces me siento tan perdida.

—¡Por favor, investigador! Mi hija lleva un año desaparecida. ¡Debemos hacer algo! —exclamo, sintiendo que la angustia me consume.

El investigador, un hombre que parece agotado por la lucha, me mira con comprensión. A su lado, varios agentes han estado trabajando en el caso, pero cada vez que me dan noticias, la situación se vuelve más desalentadora.

He hecho todo lo que he podido: he puesto anuncios de desaparecida y he recorrido calles, buscando pistas. Junto a María, la madre de Dilan, hemos estado buscando sin descanso a nuestros hijos.

María está a mi lado, sus ojos reflejan la misma desesperación que siento.

—¡Debe haber algo que podamos hacer! —murmura, apretando sus manos con nerviosismo.

El investigador suspira, y su expresión se torna aún más grave.

—Lo siento, señoras. He estado investigando durante un año y algunos meses. Según los testigos, sus hijos fueron vistos siendo subidos a una camioneta negra por unos hombres que desconocemos su información, pero no hay matrícula ni pistas que nos ayuden. Ha pasado tanto tiempo que debemos considerar que podrían estar fuera del país o... —su voz se quiebra un poco—. O podrían estar muertos.

Las palabras caen pesadas en el aire. Siento que el suelo se desmorona bajo mis pies. Cierro los ojos, tratando de procesar lo que acabo de escuchar.

—No puedo aceptar eso —digo, mi voz temblando—. No puedo.

María asiente, compartiendo mi dolor.

—¿Qué podemos hacer? —pregunta, su voz llena de angustia.

El investigador se encoge de hombros, incapaz de ofrecernos respuestas.

—Continuaremos investigando. Necesitamos más información. Cualquier detalle que puedan recordar de ese día, por pequeño que sea, podría ayudar.

Me doy cuenta de que, a pesar de la tristeza, debo mantener la esperanza.

—Lo haremos —afirmo, sintiendo un rayo de determinación en mi interior—. No nos rendiremos.

Mientras nos retiramos, María y yo intercambiamos miradas de complicidad. Este camino es difícil, pero no estamos solas. Cada día, hacemos lo posible por descubrir la verdad.¿Quién se llevó a nuestros hijos?

No permitiré que el miedo me consuma. Lucharé por mi hija hasta el final, con la esperanza de que algún día, la encuentre.

Narración Dilan

Falta poco para ver a Briana de nuevo. Un año y seis meses han pasado desde que nos separamos, y aunque el tiempo ha endurecido muchas cosas en mí, la esperanza de volver a verla sigue ahí. A pesar de todo, ese pensamiento es lo único que me mantiene cuerdo.

—¡Dilan, concéntrate! —la voz de Tomás resuena en el campo de entrenamiento, interrumpiendo mis pensamientos.

Asiento rápidamente, enfocándome en la tarea frente a mí. Hoy es uno de esos días en que Tomás no se anda con rodeos. Tenemos cuerpos en frente, cadáveres de aquellos que ya no tienen ninguna esperanza, y estamos aquí para aprender lo que ellos ya no pueden sentir. La mayoría de estos cuerpos son de criminales, gente que la Liga considera desechable. Narcotraficantes, ladrones, aquellos que nadie echará de menos. A veces pienso que, en algún retorcido sentido, estamos haciendo el trabajo sucio de la sociedad.

—Hoy quiero que todos presten atención —Tomás camina entre los cuerpos con calma, como si se tratara de algo rutinario—. Esto no es un juego. Quiero que aprendan cómo hacer daño de manera eficiente. ¿Lo entienden?

—Sí, señor —respondemos todos al unísono, aunque en mi interior siento una mezcla de repulsión y resignación. Ya nada de esto debería sorprenderme, pero algo en mí aún se resiste.

Tomás se detiene frente a un cadáver y señala el cuello.

—El corte limpio aquí —pasa su dedo lentamente por la piel pálida— y la sangre saldrá de inmediato. Es rápido. Silencioso. Pero deben hacerlo con precisión, o todo se complicará.

Me acerco al cuerpo asignado a mí, intentando no pensar en quién fue antes. Lo único que importa es la lección.

—Dilan, ven aquí —Tomás me llama con un gesto. Me acerco y él me entrega un cuchillo—. Quiero que lo hagas tú. Corta, sin titubear.

Siento el frío metal en mi mano, y aunque mis músculos conocen el procedimiento de memoria, mi mente sigue luchando contra la idea de que esto es lo que me he convertido: un asesino en formación.

—Hazlo —ordena Tomás, sus ojos fijos en los míos, desafiándome a demostrar lo que he aprendido.

Me inclino sobre el cuerpo, localizando la vena justo como él enseñó. Con un movimiento firme, paso la hoja por la garganta. La sangre empieza a brotar de inmediato, pero no siento nada. Ni asco, ni culpa. Solo vacío.

—Buen trabajo —dice Tomás con una leve sonrisa—. Lo hiciste bien, Dilan. Recuerda, siempre controla la respiración y mantén el pulso firme. La rapidez y precisión son tus mejores armas.

—Sí, señor —respondo, tratando de apartar cualquier pensamiento que me devuelva a lo que era antes de llegar aquí. Ahora, soy alguien distinto. O al menos, eso es lo que me repito.

—Todos ustedes deben aprender a ser más que simples soldados —continúa Tomás, su voz resonando por todo el campo—. Tienen que ser armas vivientes. Sin remordimientos. Sin titubeos. Cada golpe, cada corte, tiene que contar. ¿Está claro?

—¡Sí, señor! —responden los demás, y yo me uno al coro, aunque en mi interior, algo se siente quebrado.

Tomas continúa, mostrándonos otros puntos vulnerables en el cuerpo humano. Huesos, arterias, órganos. Todo debe ser usado a nuestro favor. Cada lección se vuelve más brutal, pero a estas alturas, ya no hay vuelta atrás.

Mientras escucho sus instrucciones, Benjamín se acerca. Su expresión es tan seria como siempre, pero sé que esto le afecta tanto como a mí.

—¿Te imaginas que Lía  y Briana estén haciendo lo mismo? —me pregunta en voz baja, mirando los cuerpos.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. Briana, con las manos llenas de sangre, cortando y aprendiendo a matar… No puedo imaginarla así, pero algo me dice que la realidad ha sido igual de dura para ella.

—Prefiero no pensar en eso —le respondo, apartando la vista del cadáver frente a nosotros.

—Es que no puedo evitarlo —murmura Benjamín—. ¿Y si cuando volvamos a verlas ya no son las mismas?

Lo miro de reojo, pero no tengo respuesta para eso. Yo mismo no soy el mismo, así que, ¿por qué debería esperar que ellas lo sean?

—Tomás siempre dice que somos armas, no personas —continúo, como si intentara convencerme—. Y eso es lo que somos ahora. Armas.

—Quizás, pero a veces me pregunto si hay algo de nosotros que todavía queda intacto —Benjamín suspira—. Algo que no se ha roto.

Nos quedamos en silencio por un momento, el peso de la conversación mezclándose con el olor metálico de la sangre. Ambos sabemos que, aunque sobrevivamos a esto, algo dentro de nosotros ya ha cambiado para siempre.

—Vamos, aún tenemos que limpiar antes de que nos manden a otra ronda —digo finalmente, intentando romper la tensión. Benjamín asiente, y juntos nos dirigimos a las duchas, dejando atrás los cuerpos y el recuerdo de lo que acabamos de hacer.

La próxima vez que nos veamos, ¿seremos capaces de reconocernos?

No somos los mismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora