01: MAEVE.

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Maeve. Maeve Harris, así es como me llamo. Mi nombre lleva acompañado consigo un apellido bastante común o básico para lo que entonces, en mi adolescencia y joven adultez me hubiese gustado llevar. Un apellido que no resuena en ningún lado, porque claro, mi familia no era de aquellas que podían darse todos los lujos que quisieran, no éramos de clase alta. Eso no es malo, sabiendo que mis padres se la han pasado toda su vida trabajando de aquí para allá para que no me faltara nada, pero el problema es que para mi nada era suficiente, y no me gustaba como sonaba aquello que decían todos; "todo trabajo es honrado", "hay que agradecer por lo que tenemos". No encajaba en el poco cerebro que tenía en aquel instante, solía levantarme de donde estuviese sentada y me largaba para no seguir escuchando esos típicos sermones.

Odiaba todo de mí, de mi vida, odiaba tener que ver desde lejos todo lo que quería, lo que no podía tener. Cosas materiales, nada importante en realidad. Odiaba la vieja casa en la que vivía en North Berwick, un pequeño pueblo costero, donde cabe recalcar que la mayoría de personas que vivían allí eran de clase alta, y tenían la mejor vista de todas: sus casas estaban ubicadas frente al mar. Por otro lado, mi humilde hogar se ubicaba casi del otro extremo, donde yacíamos las familias trabajadoras, los "pobres".

Pese a las situaciones difíciles por las que habíamos pasado, mis padres siempre se habían esforzado por mandarme a la mejor escuela del pueblo, una privada. Gracias a mi empeño, dedicación y por supuesto, mi forma tan descarada para competir con los demás, obtuve media beca, así que le facilitaba el pago a mi padre, quien salía todas las madrugadas a trabajar en la pesca, y en las noches, después del atardecer, era cocinero en un restaurante costero, donde solían ir muchos turistas a comer. Mi madre se encargaba de que las cosas en casa funcionaran.

Cuando mis compañeros se habían enterado de los puestos de trabajo que tenía mi familia, fue un martirio, un sinfín de burlas, de extorsión, de mañanas en la escuela corriendo para escapar de las compañeras tan malas que tenía. Una condena que terminó cuando conocí a Ethan Ashbourne, un niño de clase alta, que había pasado desapercibido durante tantos años. Al compartir con él trataba de recordar si antaño lo había visto siquiera, pero no, no existían recuerdos en mi memoria.

Ethan era blanco como papel, como si nunca en su vida le hubiera dado la luz del sol. Tenía sus ojos de un color bastante extraño, no sabía que nombre ponerle o si ya había un término exacto para describirlo. Los ojos verdes, azules, marrones, eran los más habituales en el pueblo, o al menos, los que yo había conocido, solo que los de él eran distintos, porque los suyos eran marrones pero además de claros, tenían ese algo que no podía descifrar, ese algo que lo hacía de un color único en el mundo. Años más tarde descubrí que más personas tenían el mismo color y que se llamaban "miel", pero me rehusaba a verlos igual, para mi, los de Ethan eran especiales, únicos en el mundo.

No recuerdo como fue que comenzamos a intercambiar palabras, teniendo en cuenta que ambos poseíamos de la misma timidez, de la misma dificultad para enredarnos con las personas, más específicamente con los niños de nuestra edad porque de cierta manera, eran crueles. Pero coincidimos, una tarde en la que la maestra nos puso juntos para hacer un arbolito de navidad con materiales reciclables, a los diez años exactamente. No tardamos mucho en hablar y en hacernos amigos, compartíamos los mismos gustos. Y, desde preciso instante, jamás volvimos a separarnos.

Por eso y por muchas otras cosas más, estábamos juntos desempacando nuestras maletas en nuestro nuevo departamento que quedaba a quince minutos a pie de la universidad de Edimburgo, la ciudad soñada para todos los fanáticos de Harry Potter.

Debo admitir que no había leído dicha saga, y mi mejor amigo Ethan, tampoco, de hecho, nos habíamos enterado de ello porque su hermana menor tenía la colección completa guardada en su armario, y estaba ansiosa por acabar el instituto pronto e irse a vivir con nosotros a la ciudad. Mientras que él y yo habíamos escogido aquel lugar porque ambos necesitábamos inspiración. Ethan se inclinó hacia la psicología, y a mi me fascinaba la literatura (pese a nunca haber leído Harry Potter, solo que no era de mi agrado)

—¿Qué te parece si en la tarde salimos a dar un paseo? Ahora está goteando un poco. Podríamos tomarnos un café y después descansar un rato —espetaba Ethan mientras abría las cortinas de la ventana y fijaba su vista hacía fuera.

—Me parece perfecto, pero lo del café paso, yo caeré rendida en la cama ahora mismo —dije bostezando.

Esos días habían sido un infierno. Entre despedirme de mi familia, a la que ahora vería una vez al año, y hacer las maletas, fue horrible.

Mis padres estaban haciendo un esfuerzo extremadamente enorme para que pudiese llegar hasta Edimburgo con mi mejor amigo. Mi papá había conseguido un nuevo trabajo de cocinero en un restaurante donde le pagaban mejor, y ya no se dedicaba a la pesca, porque con los años aquel trabajo se había reducido mucho. Mi mamá, había abierto su propio negocio: una florería. Le iba bien, considerando que era la única en aquel pueblo pesquero. La gente de clase alta compraba muchos ramos para regalar, y eso me hacía pensar en que existían personas que aún mantenían ciertas costumbres de épocas pasadas. Era lindo.

Lo malo de todo aquello era que mi padre no estaba tan contento de que me fuese a vivir con Ethan. Él sostenía una relación rígida y de pocas palabras con los padres de mi mejor amigo, ya que decía que no había que fiarse de las familias de clase alta, y que la mayoría de ellos eran altaneros y deshonestos. También, porque tenía sus creencias machistas que había sacado de quien sabe donde. Sabia la historia de mi familia, y nadie, mucho menos mi abuela, había tenido aquel pensamiento, pero él si.

Esa era la razón por la que jamás había tenido mi propia habitación, toda mi vida la había compartido con ellos. Una cama de una plaza al lado de la cama matrimonial. Tenia la cabeza llena de mierda, porque si tocaba el tema pidiéndole un poco de intimidad, lo asociaba automáticamente con el sexo. Me cansaba. Me agobiaba.

Creo que por eso evitaba llevar a mis amigos a mi casa, o bueno, la casa de mis padres. Me sentía incómoda, vigilada, intimidada. Sabia que mi papá buscaría la manera para meterse en la conversación y no dejaría mucho menos que estuviese sola con un chico. Ethan no tenía idea de como me torturaba con los mensajes de texto cada vez que iba a visitarlo, a diferencia de mi, mi mejor amigo si tenia la privacidad necesaria, además solía caerle bien a sus padres, y ellos dejaban que nos quedáramos solos. Eran buenos.

Después de aquella siesta de tres horas que tomé, cuando me desperté noté que el cielo estaba oscuro gracias a las nubes que estaban cargadas de agua. Agitada y un poco alborotada, comencé a buscar mi móvil entre las almohadas y las sábanas. Eran las seis de la tarde, pero parecían más. Solté el aire que contenía y al intentar tirarme a la cama de nuevo, no me di cuenta que estaba en la orilla, y me caí. Un golpe seco, fuerte, que retumbó por todo el departamento.

—¿Maeve?, ¿Qué ha pasado...

Mi mejor amigo dejó de hablar en cuanto prendió la luz y me vio tirada en el piso, sentada, y con el cabello hecho un remolino. Apretó sus labios con fuerza para contener la risa pero no pudo, y entonces, empecé a reírme con él.

—Maeve... —dijo acercándose, dándome una mano —. Cariño, la cama estaba del otro lado —Se burló.

—Ja, ja, ja, que gracioso eres, mira como me rio —Blanqueé los ojos y me puse de pie con su ayuda.

Me sacudí los pantalones y lo miré avergonzada. No sabia porque últimamente hacer cosas frente a él me generaba cierta sensación desconocida, era consciente de que Ethan me conocía casi desde siempre, habíamos cruzado por distintas etapas juntos, solo que, cuando entramos a la joven adultez, sentía distinto el ambiente, algo que de cierta manera me preocupaba. Me repetía a mi misma que quizá solo estábamos creciendo.

—Lo soy, Maeve, lo soy —Hizo un gesto arrogante en forma de broma y luego volvió a reír —. Deberías ir a ducharte, así salimos a cenar antes de que vuelva a llover —Indicó la ventana para mirase hacia fuera —. Yo me bañe hace rato.

—Lo he notado, traes el cabello mojado —dije acomodándoselo en la frente y percibí con sus mejillas se ponían algo coloradas ante el gesto.

Ethan siempre había llevado el mismo corte de pelo, solo que con los años comenzaba a rebajarlo más. Era corto en los costados y largo al frente, dándole un estilo un poco distinto al de la mayoría, ya que los chicos que conocíamos siempre lo traían como si estuviesen por entrar al ejército.

—Te esperare en la sala, no demores mucho —Sonrió.

Latidos que mantuve en silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora