04: ETHAN.

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Ansiedad, miedo, angustia. Todo resonando en mi cabeza, y como no les di importancia en el instante, comenzaron a aparecer a través de dolores en mi cuerpo: retorcijón de panza, vómito, mareos. No le había comentado nada a Maeve, en el almuerzo porque ella se veía tan entusiasmada contándome más detalles sobre su primer día, así que no quise estropearlo y opté por contarle sobre los videos que había estado viendo la noche anterior cuando no podía dormir de la desesperación que sentía. Era como si quisiera correr, y ni siquiera sabía hacia donde.

Ahora estaba sentado en el lugar que más había soñado desde antes de salir de la secundaria. Estaba en una de las universidades más grandes de Escocia, y la idea que me había hecho en la cabeza del como podía ser aquello estaba bastante lejos de la realidad en la que me encontraba. Pensaba que iba a conocer gente, que sería más sociable entonces, al menos, más de lo que había sido en el instituto cuando apenas era un adolescente en pleno desarrollo. Pero no, nada de eso ocurría. Todo lo contrario; me mantuve sentado en el mismo banco de madera que estaba en el inmenso patio del campus. Lo único de color era el césped que de hecho, apenas se distinguía el verde. En Edimburgo todo era distinto, descolorido, lluvioso, nublado, y gris, era perfecto para quedarse en una cafetería y observar el afuera, o quedarse en cama escuchando y viendo la lluvia azotar la ventana.

Abrí mi libreta para releer los apuntes que había tomado durante las clases de Introducción a la Psicología I. La verdad era que no tenía nada más que hacer, y esperaba a que la hora pasara volando así entraba a mi última clase, porque así después podía marcharme de allí.

Mientras leía me daba cuenta de que mi letra era un maldito asco, y en que quizá debía esforzarme un poco más para mejorarla. Pensé entonces en mi mejor amiga, quien repitió en varias ocasiones que sabía como hacer para que tuviese una mejor caligrafía, pero me negué en todas. Mi letra parecía de doctor, o, incluso peor. Comenzaba a hacer muecas con mi rostro al intentar descifrar que carajos había escrito en aquella libreta, cuando sentí la presencia de alguien a mi lado de repente.

—Hola.

Mi mirada se fijo en la hoja, y dudé unos segundos en decidir si alzar la vista o no. Era una voz femenina que, no reconocía, que no me sonaba familiar. Por un momento sentí una punzada en el centro del pecho al decepcionarme con aquella voz, quizá, en el fondo esperaba a que fuera Maeve. Tenía la loca idea de que podía ir de sorpresa porque tal vez estaba preocupada por mi, porque no le cogía la llamada desde que salí del departamento. Pero no. No era ella.

—¿Hola? —Le devolví el saludo titubeando.

—Hey, no muerdo —dijo con una sonrisa amistosa —. ¿No sabes quién soy? —preguntó sin vueltas.

La observé fijamente, con mucha atención, y entonces la recordé. Era ¿Juliette?, creo que así se llamaba, no lo sé, había escuchado a duras penas su nombre en aquel salón que era tan grande que las voces rebotaban por las paredes distorcionandolas. De lo que si estaba seguro, era que definitivamente, si era mi compañera de curso.

—Emmm, ¿Juliette? —Asintió con la cabeza, y sentí cierto alivio al saber que había adivinado.

—Tú eres Ethan, ¿Verdad?

—Sí.

—Que sepas que estoy encantada de conocerte, Ethan. Eres muy guapo, por cierto —espetó sin miedo —. Mis amigas y yo queríamos invitarte a pasar el resto del curso con nosotras, ya sabes, formar un grupo unido y apoyarnos en esto que por lo visto no será fácil. Esperábamos a que te acercaras tú, pero pareces un tipo tímido.

—Soy tímido —Afirmé —. Gracias por acercarte, creo que no lo hubiese hecho por mi cuenta..., ¿Quiénes son tus amigas?

Juliette me observó con gracia y me sujeto del brazo para arrastrarme con ella.

—Ellas —Las señaló. Eran dos chicas de piernas largas y flacas, esbeltas y rubias —. Esta es Lorna —Indicó a la que tenía un piercing en el labio inferior —. Y esta es Charlotte.

Me acerqué con más confianza y las saludé a ambas. Estaban chifladas, y no sabía si en buen sentido o todo lo contrario. Fue la primera vez que tenía contacto con otras mujeres que no fueran Maeve, y me resultaba extraño porque nadie tenía esa esencia suya que hacía que mi mente se pusiera en blanco y dejase de pensar. No quiero que me malinterpreten. Juliette, Lorna y Charlotte eran tremendas, pero siempre fui de las personas que sienten las energías de los demás en el primer segundo en el que me relaciono, y había algo en ellas que me hacía querer largarme de allí en cuanto antes y buscar a mi mejor amiga.

Más tarde, durante la última clase, se pusieron a hablar sobre quien sabe que cosa, y me molestó que no me dejasen escuchar bien. No tuve el valor para pararlas, y solo pensaba en como haría para despegarme de ellas los siguientes días si seguían con lo mismo.

Cuando me despedí de todas, comencé a caminar hasta la parada, y sentí la voz agitada de Juliette detrás de mi, haciendo que me volteara de repente.

—¡Ethan! —exclamaba.

—¿Qué haces aquí? —pregunté confundido.

—Olvidé que debía ir a mi casa a recoger algunas cosas, ¿Hacía donde vas?

Le indiqué con detalles la ubicación, y me sorprendí genuinamente cuando me dijo con alegría que su casa quedaba a solo dos manzanas de donde estaba mi departamento.

—Supongo entonces que eres de aquí, ¿Verdad?

—Así es. Amo tanto mi ciudad que nunca planeé irme de aquí realmente, me gusta, se siente bien.

—Vale, es que Edimburgo es de otro mundo.

Ella sonrió con ganas y asintió.

—Con eso me das a entender de que tú eres de afuera...

—North Berwick, el pequeño pueblo costero, pero que es igual de encantador.

—Llévame algún día —Tragué saliva fuerte al tensarme con su comentario, y Juliette lo notó —. Cambiemos de tema —dijo —. ¿Vives solo?

—No, vivo con Maeve —Sonreí al recordarla, y me pregunté que estaría haciendo ella sola en nuestro lugar.

—Oh, no sabía que tenías novia. Pero con lo guapo que eres, era de esperarse.

Inflé mis cachetes de aire al intentar no reírme al escucharla.

—¿Qué?, ¿Maeve, mi novia? —Solté una carcajada —. No, es mi mejor amiga de toda la vida.

Nos detuvimos en la parada de taxis y una señora nos avisó que uno acababa de irse, así que nos tocaba esperar. Me dolían los pies y desee tener mi cama cerca para tirarme de una vez. Necesitaba encerrarme de nuevo y meditar. Solo silencio, o escuchar la voz de la única persona en el mundo que no me molestaba que hablase hasta por los codos.

—Pero no vas a negar que te gusta, ¿O sí? La verdad, es que nunca he creído tanto en las amistades entre el hombre y la mujer.

— ¿Por qué?

—¡No te hagas! Pasan tanto tiempo juntos que estoy segura de que en algún momento te la habrás follado. A mi no me puedes mentir.

La miré con seriedad. Estaba molesto, furioso, con ganas de decirle que cerrara la boca, que no me apetecía escuchar sus comentarios. ¿Con que derecho opinaba sobre nosotros?, ¿Por qué tanta confianza cuando apenas llevaba dos horas de haberme conocido? No dije nada, me quede callado, pero me largué de ahí a pasos apresurados hasta la próxima parada porque no quería tenerla cerca si seguía hablando de esa manera. Me molestaba porque yo no era como todos los tipejos que les gustaba tener una novia distinta cada semana, o que tenían amigas con las que solo se divertían con el sexo y ya. Yo jamás había lastimado a Maeve, no de esa manera, y no era capaz de hacerlo. Existían muchas razones, y una de ellas era que nuestra amistad a veces dependía de un hilo demasiado fino, y que terminaría por cortarse si algo como eso llegaba a pasar. Además, desde que éramos niños la había considerado como una hermana para mi, y eso hacía que no soportase que pensaran que me aprovechaba de eso.

Latidos que mantuve en silencio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora