Los días pasaban y notaba a Maeve, cada vez más distante de mi, y eso me dolía como si me hubieran dado una patada en mis partes íntimas. Suena tonto, quizá, pero dolía mucho en serio, y me fastidiaba darme cuenta de que parecía ser algo con lo que no podía lidiar, y mucho menos controlar, porque se trataba de su vida, no la mía, y al menos que ella quisiese podía ayudarla, solo que comenzaba a notar que eso no era una opción en aquel momento.
Sentía mi corazón apretujado, el pecho un poco pesado, y mi respiración agitada aun que no hiciera algún esfuerzo real que involucrara mi cuerpo. Estaba agotado, lo único que necesitaba entonces era tirarme a la cama y llorar como un niño pequeño que no entendía nada de lo que estaba pasando, porque así me sentía.
Estaba comenzando a odiar la distancia que mi mejor amiga había puesto conmigo sin darme una explicación real, y empeoraba cuando llegaba al departamento después de mis clases y me la encontraba en el sofá con una manta cubriéndola mientras se ahogaba en sus lágrimas que quería ocultar de mi vista, pero que no lograba hacer. La conocía tan bien que era imposible que me ocultara algo de verdad, aun que le pusiera mucho esfuerzo a la situacion.
Siempre fui una persona que prefiere callar las cosas, y un tanto terco y orgulloso también, a veces, tenía tanto estrés y ansiedad en mi pobre cuerpo se terminaba enfermándome de cualquier otra cosa; colitis, infección en la garganta, fiebre, o alguna enfermedad rara que ni siquiera existía. Eso mismo estaba pasándome en ese instante: había dejado de comer con normalidad porque lo que ingería me caía mal, y tuve que recurrir a mi mamá.
Una noche después de haber vuelto de clases, me encerré en mi habitación y le marqué, por suerte no demoro mucho en contestar la llamada. Después de haberle contado durante horas las razones por las que me encontraba así (le había mentido), me prometió que tomaría el primer vuelo a Edimburgo, por la mañana del siguiente día
Así que como me lo había prometido; ahí estaba, sentada en el sofá del departamento junto a Maeve, compartiendo café caliente y unos pastelitos de chocolate que había comprado en la panadería de la esquina. Ambas intercambiaban palabras y risas, y por un pequeño instante, un diminuto segundo que pareció eterno, lo vi como algo perfecto. Maeve, y mi mamá. Maeve, y mi familia. Mi mejor amiga conocía a todos mis parientes, sin excepción, ya que en todas las oportunidades que tuve permití que ella se acercara a ellos, a mi vida, a mi intimidad. Conocía el nombre de cada uno, y maravillosamente se llevaba tan bien con todos que parecía algo irreal, aun que hubiesen momentos en los que chocaba demasiado con mi hermana menor, pero porque la hija del diablo apenas transcurría la adolescencia y se ponía en contra de todo lo que estuviese frente a ella. Sin embargo, la relación que tenía con la mayoría, era fascinante.
En varias ocasiones, algunos familiares pensaron erróneamente que Maeve, era mi novia, tanto que llegaron a buscar su nombre en todas las redes sociales solo para descubrir más de ella y saber si me convenía o no. Al final, terminaron adorándola, por eso, cada vez que había una fiesta, una reunión, o simplemente cuando el reloj tocaba las doce de la noche en navidad o año nuevo, mi mejor amiga se unía a nosotros para acompañarnos.
Muchas veces pensé en que era extraño, porque mis padres eran buenos definitivamente, pero habían personas que existían en mi vida que preferían no ver. Recuerdo que antaño, cuando apenas cumplía los dieciseis años, conocí a una chica con la que tenía intenciones de salir, pero con la que era difícil de que quedara en cualquier lugar, y más si se trataba de mi casa, porque a ellos no les gustaba para nada la idea de que me encerrara en mi habitación con una persona del género femenino aun que solo viéramos una película. En cambio, con Maeve era distinto, y muchas veces me intrigaba el querer saber porque e indagar a mis papás, pero sentía que era mejor no saberlo. Ella dormía en casa, cenaba, almorzaba, merendaba, todo lo hacía con nosotros, incluso cuando nos íbamos de viaje a algún lugar, Maeve, nos acompañaba sin falta, y cuando llevaba una semana sin pisar el lugar, todos comenzaban a preguntar por ella, si estaba bien, o, si habíamos tenido alguna discusión. Lo que más raro y sorprendente me parecía, era la relación que tenía con mi padre, ya que vivían haciéndose bromas, y de vez en cuando, se ponían al tanto sobre las personas que le caían mal mientras acompañaban la charla con una taza de té.
Me gustaba como se sentía eso; que ella perteneciera a mi familia, porque ya era parte de ella. No obstante, sentía la necesidad de preguntarle a ella el porque no pasaba lo mismo conmigo, porque razón jamás me había llevado a su casa, y porque nunca había dejado que compartiera con su familia. Quería poder conocer mejor su origen, en donde había crecido, como eran sus padres en realidad, y lo más importante; quién era Isabella, la mujer de la que ni siquiera quería hablar. Quería conocer los rincones en los que llegó a compartir tantas cosas con su abuela, porque desde que la conocía sabía lo mucho que la amaba, y lo mucho que la admiraba. Inconscientemente Maeve, era como esa mujer adulta a la que tanto había contemplado con amor, solo que ella no se daba cuenta en realidad. Me comentó que había sido una mujer testaruda, fría(cuando era necesario), y bastante resiliente, y ella, se estaba convirtiendo en eso. Quería conocer su historia, y saber porque mi mejor amiga era como era además de lo ya mencionado. La personalidad se forja a través de las experiencias, de las vivencias de la infancia, y consideraba que Maeve, tenía una personalidad fuerte en muchos sentidos. Quería poder descifrarla, pero no me dejaba, y eso, aun que no se lo demostrara directamente, me dolía porque sentía que nada de lo que hiciera, era recíproco.
Me quedé en silencio observándolas desde la puerta de la cocina, mientras mi mente divagaba por todos lados, haciendo que no pudiese concentrarme en lo que era realmente importante. Cuando recordé que tenía una cita con el médico a las cinco de la tarde, mi estómago se volvió a revolver de los nervios, pero porque estaba seguro de que me dirían lo mismo de siempre; que no tenía nada, que era un problema del mal manejo que tenía con la ansiedad. De igual forma, necesitaba quitarme las dudas para quedarme más tranquilo.
—¿Hace cuantos días estás sin comer, hijo? —preguntó mi madre desde el sillón.
—He cocinado sano, mamá, sí comí, o al menos un poco.
—Lo acompañé, así que tengo puras verduras en mi estómago —dijo Maeve, soltándo una risita divertida, y entonces no supe si se le había pasado la crisis extraña que estaba teniendo, o solo fingía —. Aun que el pastel de zanahorías que hizo, estuvo delicioso.
—Sí, pero conoces a Ethan, tiene esa cara de muerto porque no puede comer lo que más le gusta.
—Chatarra.
—Juro que estos días no comí nada más que las verduras y aún así no se me pasa —dije con mala gana.
—Mmm, yo te vi abriendo una lata de refresco —dijo Maeve, con una sonrisa pícara.
—Ya, ¡Solo la vi!, ¡No la tome! —exclamé un poco molesto.
Ambas se miraron siendo cómplices de aquella charla, y comenzaron a reír, mientras que tomé la decisión de largarme de ahí y encerrarme en mi habitación. Estaba empezando a sentirme irritado, y no sabía muy bien porque era en realidad; o porque estaba enfermo y no sabía que diablos tenía, o, porque me molestaba por completo las actitudes inmaduras de Maeve. ¿Qué es lo que pasaba?, ¿Por qué un día si y otro no? Comenzaba a fastidiarme no poder entenderla.
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Latidos que mantuve en silencio.
RomanceMaeve, es una chica que apenas esta saliendo de su adolescencia. Ella siempre ha soñado con tener un compañero, y se la ha pasado en su corta vida, buscando y tratando de encajar con chicos que ella creía que eran correctos. Se negó internamente a a...