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Charles

Me emocionaba la idea de ver a los padres de Emma, porque siempre me habían tenido mucho cariño. Su padre era el que mejor me caía de los dos. Ese hombre amaba por pura bondad, y era de las mejores personas que conocía.

Hicimos la primera parada en casa de mi madre nada más llegar a Mónaco y dejar nuestras cosas en mi casa. Estábamos a nueve de julio. Seguro que mi madre se alegraría mucho de vernos. Tras abrir la puerta y vernos ahí su sonrisa se hizo enorme y nos abrazó. Siempre le gustaría la presencia de Emma. Ojalá que pudiéramos volver a ver a mi padre también. Lo echaba de menos como nadie había hecho nunca.

Pasamos toda la tarde en su casa hablando de todo. Mi madre nos contaba cosa o hacía lo típico de coger el álbum y enseñar fotos y contar las historias tras ellas. Emma le prestaba atención y le importaba lo que decía. Se querían muchísimo. Contó sobre Arthur, sobre Lorenzo, sobre papá... Ella acabó tan emocionada sobre todos esos recuerdos que se le escaparon algunas lágrimas.

–Entiendo tu tristeza, me imagino una vida sin mi padre y se me parte el alma.

–Hervé fue un gran padre y un marido increíble, lamento que no hubieras podido conocerlo más... –la mira mi madre.

–Con lo que conocí vi a un hombre increíble.

–Era el mejor –sonreí.

–Sí –me devolvió la sonrisa.

–¿Y tu familia, Emma? –mi madre volvió a centrarse en ella, a Emma se le borró un poco la sonrisa.

–Bueeno...

–No tienes por qué hablar si no quieres –apoyé la mano en la suya.

–No es nada –nos mira–. Sinceramente nunca he tenido una bonita relación con mi madre, de hecho creo que ni siquiera me quiere como tal. Mi pilar siempre ha sido mi padre.

–Seguro que te quiere pero es una mujer dura de roer, una madre acaba demostrándolo tarde o temprano –dice mi madre con ojos tristes.

–Tampoco necesito que me quiera. Después de todo lo que he sufrido por su culpa, no quiero arreglar nada.

–Es muy comprensible.

Asentí.

–Por lo menos, tu padre te ama.

–Sí, yo también.

–¿Y decís que iréis a verlos? ¿Cuándo? –ella sonríe. Me encanta que se interese por nuestros planes y se preocupe, es la mejor.

–En unos días. Quiero estar aquí más tiempo que allí. Me enervo.

–Este es tu sitio –sonreí. La forma en la que ella existía en Mónaco no podía encontrarla en ningún otro lugar.

–Y tanto. Charles lo sabe. Mónaco es mi vida. Mi casa.

–Mónaco es como Las Vegas para muchos, pero un hogar para otros. Me alegra que tú ames Mónaco de la manera en la que hay que amarlo –dice mi madre, sonriendo con ojos brillantes.

–Yo nunca podría ver Mónaco así, Las Vegas es tan ajetreado y ruidoso, y yo en Mónaco solo veo paz.

–Esta siempre será tu casa, porque te amamos. Toda la familia te ama –dije yo, dándole un apretón en la mano que todavía no había soltado.

Emma sonreía agradecida por el cariño. Pero siempre había sido así, desde que empezó con Arthur mi familia ya la amaba. Siempre fue la chica de la familia. Una más. Tras hacerse de noche y pasar la tarde con mi madre, nos fuimos para mi casa.

–¿Hace cuánto que no vas a ver a tus padres?

–Desde antes de que volviera a aparecer con Carlos en la Fórmula uno.

–Joder... Casi un año entonces.

Asentí.

–¿No echas de menos a tu padre?

–Claro que sí.

–¿Y no sé te había ocurrido ir a verlo antes?

–No me gusta ir por allí, ya lo he comentado antes.

–Lo sé, pero creo que vale la pena el sacrificio si amas tanto a alguien.

–A mi padre en todo caso.

–De eso te estoy hablando –sonreí.

–Lo echo mucho de menos.

–Yo también –lo dije sin pensar. Tenía la cabeza metida en cómo echaba de menos al mío.

Emma me miró con media sonrisa sabiendo perfectamente de lo que hablaba. Mis cejas se curvaron en un gesto apenado y sonreí también.

–Me alegrará ver a tu padre, él siempre fue increíble conmigo.

–Es un cielo. Pronto iremos.

Asentí. Nos quedaban unos pocos días más en Mónaco y nos iríamos hacia Noruega. Quería disfrutar al máximo estos días, porque como en Mónaco, en ningún lado.

–¿Te apetece ir mañana a dar una vuelta con el coche? –pregunté mientras me iba despojando de mis prendas para cambiarme.

–¿Y por qué no cogemos ese pedazo de yate?

–Sí, buena idea. Sería genial follarte en la cubierta.

–¡Charles!

–¿Prefieres contra el timón? –arqueé una ceja, me estaba siendo muy difícil mantenerme serio.

–Ya, calla.

–¿O qué? –sonreí.

Rodó los ojos sonriente. Me encantaba sacarla de quicio con algún comentario obsceno. La cara que se le quedaba no tenía precio.

Emma

Tras coger algunas cosas fuimos para el yate, me encantaba ese lugar. Me daba tanta paz el agua, y más cuando estaba tan pero tan despejado.

–Que guay, otra vez aquí.

–Y esta vez no te has caído –sonríe intentando molestarme.

–Ya –reí–. Siento que mi vida ha cambiado radicalmente desde la última vez que estuvimos aquí.

–Porque ha cambiado radicalmente. Te has divorciado, hemos aceptado que estamos locos por el otro y estás bien emocionalmente. Sí, definitivamente ha cambiado.

–Joder, aún tengo que hacer los papales, pero si, prácticamente no tengo pareja y estoy más que bien.

–Y lo más importante, yo estoy bien y mi última dosis de antidepresivos fue ayer –sonríe con orgullo.

–¡Estoy muy orgullosa de ti! –me abrazó alzándome en el aire, reí ante su gesto. Había cambiado tanto desde la primera vez que lo vi después de años... Más feliz, más él.

–Todo ha sido gracias a ti. No me faltes nunca –me bajó con cuidado para después juntar nuestras frentes.

–Siempre juntos, bonito.

–Je t'aime –susurró a milímetros de mis labios. Le susurré un yo más en francés y sonreímos como tontos. Pero éramos dos tontos felices. Y locos y perdidamente enamorados.

En el yate cogimos toda nuestra ropa, nos deshicimos de ella y nos tiramos al agua mientras reíamos. Porque era lo único que podíamos hacer, estábamos tan felices que la sonrisa de nuestra cara no se iba.

𝐬𝐢𝐧 𝐝𝐚𝐫𝐧𝐨𝐬 𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐚 [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora