Capítulo 20

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CASSIA

El instituto está vacío. Casi todos se han ido a casa o están a punto de hacerlo. Recojo mis cosas, cuelgo el bolso en un hombro y me escabullo en el despacho de la directora. Aún no está. Sin embargo, me tomo el atrevimiento de sentarme a esperar. Todo lo que sucedió horas atrás ha sido una verdadera injusticia y no me quedaré de brazos cruzados. Se lo prometí a Frankie. Además, conociéndome, no podré dormir si no consigo resolver esto.

Margot aparece poco después, tiene cara de pocos amigos. Tan diferente a cuando se maravilló porque la hija de Patrick Ferguson quería impartir clases en su instituto. Su doble cara me empieza a desagradar.

—Oh, señorita Ferguson. ¿Qué está haciendo aquí? Debería ir a casa.

—Tenemos que hablar sobre Frankie Sawyer. Su expulsión fue precipitada.

—Su expulsión es una decisión tomada. No lo discutiré.

—Por favor, escúcheme —insisto—. Tengo testigos que vieron lo que pasó. Él se defendió porque Travis se burló de él. La violencia es inadecuada, lo sé. Debemos trabajar sobre eso, pero expulsarlo no es la solución. Tiene derecho a estudiar, usted lo sabe ¿cierto?

—Ese chico proviene de un hogar problemático. Alejarlo de aquí es un modo de ahorrarnos problemas.

Niego, preocupada.

—Todo lo contrario. Los estudiantes con hogares problemáticos suelen tener pocas oportunidades para salir de ahí. La educación es una salida. Estudiar, formarse, tener una profesión —continúo tratando de convencerla—. Tiene que darle otra oportunidad. Es ilegal negar un derecho.

La mirada de Margot se endurece. Espero que haya podido leer entre líneas. Su decisión ha sido abusiva, no me temblará el pulso para presentar una denuncia ante el Ministerio de Educación, en caso de que no se retracte.

—Podrá quedarse siempre y cuando un familiar directo se presente aquí los próximos días. Alguien tendrá que hacerse cargo de sus salvajes actitudes —objeta sin rodeos—. ¿Quedó claro, señorita Ferguson?

—Sí. Clarísimo —contengo una sonrisa—. Me encargaré de que eso suceda.


DALTON

Benji ladra constantemente. Lo que es inusual. Sin embargo, lo conozco suficiente para adivinar —aún con los ojos cerrados— que sus ladridos son de felicidad. Me cuesta volver a mí mismo; sobre todo porque me acosté cerca de las cuatro de la madrugada y, a juzgar por los débiles rayos de sol que se cuelan por la ventana, apenas está amaneciendo. Cuando finalmente me incorporo y logro espabilarme, veo a Frankie hurgando silenciosamente en mi armario. Detrás, Benji continúa ladrando y demanda su atención.

—¿Frankie? ¿Qué estás haciendo?

—Necesito que me prestes algo de ropa —pide. Noto que apartó un par de prendas sobre la cómoda.

—¿Para qué?

—Para ir al colegio —explica—. En casa se estropeó la lavadora. Es un desastre. No puedo decirle a papá y mamá que estoy yendo a clases, van a enfadarse. En especial papá.

En cuanto oigo que se trata del colegio, me toma poco tiempo salir de la cama para darle una mano. No puedo creer que esté a punto de ir a clases. De inmediato me invade una alegría genuina que me hace sonreír, a pesar de que el cansancio pesa sobre mis hombros y dormí menos de tres horas. Me aproximo al armario, todavía sin camiseta y el pantalón de pijama.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora