Capítulo 15

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DALTON

No sé en qué pensaba cuando le dije que sí a Cassia.

¿Sobre qué hablaremos? Ella me contará sobre su extraordinaria vida en la ciudad; quizá pueda hablar de la universidad en la qué estudió y todas las vacaciones al exterior que tuvo a lo largo de su vida. ¿Qué voy a decir de mí? Podría contarle que, a duras penas, logré terminar la preparatoria. Quizá pueda hablar sobre el «negocio» ilegal que maneja mi familia o mejor aún, le contaré acerca del día que me enviaron a la cárcel y los siete años que pasé tras las rejas.

Genial.

Tras cerrar el grifo de la ducha, envuelvo una toalla alrededor de mis caderas y me dirijo al lavabo. Las gotas de agua aún resbalan a través de mi rostro, cuello y viajan hasta la parte baja del vientre. Aparto en seguida la vista. Nunca consigo sentirme cómodo con esa parte de mi torso, del lado izquierdo, encima de las costillas. El espejo es pequeño, solo puedo ver hasta mi clavícula y lo agradezco. Me inclino sobre el lavamanos, inhalo profundo y expulso el aire poco a poco, tratando de relajarme. Ya ni siquiera sé cómo hacer amigos. La última vez que quedé con alguien fue hace siete años; en aquel entonces todo era más sencillo, no me preocupaba lo que pudieran pensar de mí, tenía la seguridad de que podía revertir esa impresión. Ahora, no es tan fácil. Estuve en la cárcel y, de algún modo, no he podido dejar de pensar de qué por algún motivo acabé ahí. Quizá Tyson tenga razón, soy un Sawyer más, debería asumirlo.

El timbre suena. Bajo las escaleras, echo un vistazo a través de la ventana y diviso la camioneta negra de Rhys. Resoplo, exhausto. En seguida lo sé. Algo está mal.

—Hola, Rhys —murmuro tras abrir la puerta—. No esperaba verte por aquí.

—Dalton. ¿Puedo pasar?

—Claro —me hago a un lado. Él ingresa y cierro—. ¿Me vas a decir a qué se debe el honor de tu visita? —bromeo.

Él observa a su alrededor.

—Vaya. Este lugar sí que está cambiado.

—El tiempo pasa, Rhys. Las cosas cambian. Tú también —comento—. La última vez que te vi hacías trabajos de construcción para Ferguson. Ahora prácticamente le diriges los negocios. ¿Qué pasó ahí, eh? —menciono. Rhys niega con una pequeña sonrisa.

—Trabajo duro. Un ascenso.

—Un gran ascenso —digo sarcástico—. ¿Qué haces aquí, Rhys?

—Aléjate de Cassia —larga simple y conciso.

—Lo sabía. Eres tan predecible. Estás enamorado de la hija de tu jefe, ¿cierto? —voy directo al grano. Supimos ser como hermanos, teníamos una confianza profunda y hablábamos sobre todo. A pesar de que pasó el tiempo, la sensación de amistad, no se perdió.

—Callate. Es como mi hermana, Dalton —aclara—. Pero no la pasó bien últimamente y no dejaré que le des otro problema.

—Puedo alejarme pero si ella se acerca... Eso no lo puedo controlar —me encojo de hombros.

—Ocúpate de tus asuntos, Sawyer —cerciora en tono amenazante. Pasa a mí lado, roza mi hombro y me dirige una última mirada de advertencia. Seguido, se coloca un par de gafas solares y a traviesa la salida.

«Idiota». Mis puños continúan apretados. La bronca se extiende a través de mi pecho ardiendo como fuego. Solíamos ser uña y carne, cuidarnos la espalda el uno al otro. Inseparables. Me puse delante de él cuando su padrastro quiso golpearlo por romper una botella de alcohol. Él me resguardó en su casa cuando a mí madre tenía brotes de locura y se le ocurría echarme a la calle a mitad de madrugada. Eso es solo una diminuta parte de la lista sobre cosas que hicimos el uno por el otro.

Las heridas que sanamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora